Fútbol De Jesús Gil a los jeques, cronología del fútbol moderno
En los últimos meses hemos visto a los clubes más poderosos de Europa lanzar un órdago a la UEFA, para después echarse atrás y dejar la situación en una especie de preludio de la batalla final. Hemos visto al club de los qataríes arrebatarle al Barcelona a Leo Messi y rechazar ofertas desorbitadas de Florentino Pérez, al Depor enfrentarse al filial del Celta, a Falcao fichar por el Rayo Vallecano y a Borja Valero por un club del llamado fútbol popular.
Podría parecer que se trata de un antes y un después en este deporte, pero, si echamos la vista atrás y repasamos lo ocurrido en estas últimas décadas, veremos que es solo un paso más en un proceso continuado de mercantilización del fútbol.
¿En qué momento se había jodido el Perú?, se preguntaba Vargas Llosa en su novela Conversación en la catedral y, en el caso del fútbol, no es fácil establecer el momento del pecado original. Por empezar este relato en un punto concreto, podríamos decir que, en España, el inicio del fútbol moderno se sitúa en 1990, año en el que se aprobó la Ley del Deporte, que obligó a los clubes profesionales a convertirse en sociedades anónimas deportivas.
Los clubes llevaban años arrastrando una deuda que parecía haberse convertido en crónica y el Secretario de Estado para el Deporte, Javier Gómez-Navarro, defendió la ley como la única manera de salvar al fútbol español. En el plazo de dos años los clubes dejaron de estar en manos de sus socios y pasaron a convertirse en sociedades anónimas. Todos menos Real Madrid, Barcelona, Athletic y Osasuna, salvados por haber presentado unas cuentas libres de deuda.
Con el nuevo marco legal llegaron al fútbol español empresarios como Lopera, Ruiz Mateos o Caneda. Otros, como Jesús Gil o Luis Cuervas, ya llevaban unos años en el gremio. Después de ellos vendrían los Piterman, Del Nido, Soler o Al Thani. Clubes que históricamente habían estado presididos por empresarios locales aficionados de su equipo pasaron a estar en manos de especuladores atraídos por las enormes sumas de dinero que movía el negocio del fútbol. La deuda, como era de esperar, no solo no se saldó, sino que siguió aumentando.
El 15% de los clubes que se convirtieron en S.A.D. en 1992 han desaparecido a día de hoy; 13 de los que militaban entonces en Primera División descenderían a Segunda en los años siguientes, empujados por sus problemas financieros. Un cuarto de siglo después de la aprobación de la ley, Javier Gómez-Navarro reconocía que no había funcionado como se esperaba, pero no se contempla una marcha atrás y los clubes siguen siendo sociedades anónimas deportivas.
En defensa del fútbol español hay que decir que esta no fue una idea original. En Italia, el Milán quedó en manos de Berlusconi, la familia Agnelli es la propietaria de la Juventus y el Inter fue comprado en los años 90 por el magnate del petróleo Massimo Moratti. En Inglaterra fueron pioneros en la materia y, para 1983, el Tottenham Hotspur ya cotizaba en la bolsa de Londres. Alemania podría ser una pequeña excepción a esta norma, gracias a la regla del 50+1, que garantiza que este porcentaje de las acciones de un club queda en propiedad de sus socios. Si alguien se pregunta por qué el fútbol alemán no atrae a los jeques o magnates debería prestar atención a esta regla.
Por las mismas fechas en que los clubes se convertían en sociedades anónimas llegó un nuevo cambio fundamental en la modernización del fútbol español. En 1990 las cadenas autonómicas y Canal+ se sumaban a la emisión de partidos de La Liga. Pocos años después se sumaría Antena3. Empezaba así la llamada guerra del fútbol, que aumentó el precio de los derechos de emisión y multiplicó los ingresos de los clubes. Parecía el momento ideal para terminar con la deuda, sin embargo el dinero empezó a salir de los clubes con la misma velocidad con la que entraba y dio lugar a la aparición de un nuevo fenómeno, el mercado de fichajes.
En diciembre de 1995, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea aprobó la conocida como Ley Bosman, que garantizaba a los futbolistas el derecho de libre circulación recogido en el Tratado de Roma. Se terminaba de un plumazo con la limitación de tres extranjeros por equipo y los clubes veían cómo el mercado multiplicaba la oferta. La Liga entró así en una fiebre de fichajes que los medios dieron en llamar “La Liga de las estrellas” y que trajo a España a numerosos futbolistas de dudoso talento. Los representantes empezaron a investigar en los registros civiles de cualquier pueblo recóndito de la Unión Europea en busca de un antepasado que garantizara la obtención de un pasaporte. No tardaron en crearse las primeras agencias de representación, que fueron creciendo hasta convertirse en una especie de brokers del fútbol, que mueven a sus jugadores de un club a otro y se quedan con comisiones millonarias.
La UEFA tampoco quería quedarse atrás en este proceso y decidió cambiar el formato de las competiciones europeas, buscando un producto mucho más atractivo. En 1992 se reestructuró la vieja Copa de Europa y nació la Champions League. Cinco años más tarde dieron entrada a los subcampeones de las principales ligas europeas y en 1999 se amplió esa cifra hasta cuatro equipos. Ese mismo año desapareció la Recopa y la Copa de la UEFA adquirió un formato similar a la Champions. Para entonces la principal competición europea era ya una fuente de ingresos fundamental para los grandes clubes, que corrían el riesgo de desequilibrar todo el presupuesto anual por no clasificarse o por quedar eliminados en las primeras instancias. Siguiendo una lógica capitalista, sus propietarios buscaron limitar el riesgo, asegurar su presencia en la Champions y tratar de aumentar sus ingresos.
Con esta idea nació, en el año 2000, el llamado G14 y, desde entonces, la amenaza de una liga independiente ha estado siempre presente. Las tensiones con la UEFA han sido constantes y la han obligado a aumentar las cantidades a repartir y facilitar la presencia de los grandes clubes en la Champions temporada tras temporada. Los más perjudicados han sido los campeones de ligas menos importantes, cada vez más alejados de las eliminatorias decisivas. La final entre el Oporto y el Mónaco de 2004 ha sido la última con presencia de algún equipo no perteneciente a una de las grandes ligas y han desaparecido de las eliminatorias por el título antiguos campeones como el Estrella Roja, Steaua de Bucarest, Panathinaikos o Celtic de Glasgow.
A medida que ha ido creciendo el dinero que mueve el fútbol profesional, ha crecido también la importancia de los departamentos de marketing, obligados a buscar nuevas fuentes de ingreso que aseguren a los clubes un presupuesto competitivo. Ha quedado atrás el modelo imaginado por Bernabéu en los años 50, con un gran estadio que aseguraba los ingresos necesarios para contar con los mejores jugadores. En pocos años, los socios han pasado a ser clientes a los que se atrae con las mismas estrategias de cualquier empresa de supermercados, plataforma audiovisual o gasolinera. Los programas de fidelización, descuentos en productos o promociones de temporada son ya práctica habitual de todos los clubes profesionales.
Después de todo este proceso iniciado en los años 90, era cuestión de tiempo que las grandes fortunas pusieran su vista en algun club europeo. La Lazio fue uno de los pioneros y ya para finales de esa década empezó a arrebatar jugadores a los clubes más poderosos. Su presidente, Sergio Cragnotti, se valió de los fondos de su grupo de empresas alimenticias, Cirio, para fichar sin reparar en gastos a Salas, Vieri, Crespo, Verón, Peruzzi o Nedved. La fiesta duró hasta que la quiebra de su propia empresa precipitó la venta de la Lazio. El saldo fue de un Scudetto, dos copas de Italia, una Recopa, una Supercopa de Europa y una deuda de 120 millones de euros. Un balance que no desanimó al ruso Roman Abramóvich, propietario del Chelsea desde 2003 y dueño de una fortuna mucho mayor que la de Cragnotti, obtenida gracias al crecimiento de su empresa petrolera durante el periodo de privatizaciones que siguió al desmantelamiento de la Unión Soviética. Respaldado por esos ingresos, el equipo londinense ha logrado situarse entre los grandes del fútbol europeo, además de ganar dos Champions, dos Europa League y cinco Premier, entre otros títulos. Cinco años más tarde, fue la casa real de Abu Dabi quien entró en el negocio del fútbol haciéndose con el Manchester City. En 2011 la casa real qatarí siguió su ejemplo y se hizo con el París Saint-Germain, además de crear la cadena de televisión Bein Sports. Aterrizaban así en el fútbol europeo dos monarquías autoritarias con ingentes ingresos provenientes del petróleo, que han logrado alterar las relaciones de fuerza entre los grandes clubes.
En todos estos años la deuda de los clubes, el problema original no ha hecho más que aumentar y las principales ligas decidieron establecer límites salariales para tratar de ponerle freno. En La Liga entraron en vigor en 2013. No han servido para frenar la sangría en las cuentas de Barcelona o Valencia, pero sí han sido fundamentales para que los culés no pudieran retener a Messi. Así llegamos hasta este último verano, con los jeques convertidos en protagonistas del mercado de fichajes.
El PSG ha sido capaz, por fin, de arrebatarle al Barcelona al futbolista más mediático del mundo, al tiempo que frenaba la ofensiva del Real Madrid por Mbappé. Florentino ha apostado por una remodelación del estadio que permita aumentar los ingresos del club, en un último intento por no quedar a remolque de City y PSG. Es la consecuencia de un modelo capitalista que la UEFA y los tradicionales grandes clubes europeos han contribuido a formar, abonando el terreno para la aparición de clubes-estado. Un paso más en este proceso de mercantilización del fútbol, empresas privadas favorecidas por el dinero público para situarse en una posición privilegiada y hacerse con un mayor trozo de la tarta. Puro capitalismo.