Realizadoras independientes en Cuba: del anonimato a la female gaze - IPS Cuba
Poco a poco las directoras, guionistas, productoras, sonidistas y editoras cubanas han ido marcando territorio dentro del cine independiente. Colocada tras la cámara, la mujer lo primero que hace es observarse a sí misma por sí misma o a través de sus iguales.
Intuitiva o conscientemente, una cineasta sabe que la mirada masculina (male gaze) no la ha visto, sino que la ha construido como el sujeto que quiere observar para su propio placer, confort y tranquilidad. Placer, porque ese tipo de mirada la concibe como objeto sexual; confort porque la usa subordinada a los roles domésticos que le atribuye y ratifica; y tranquilidad para no tener que lidiar con una “histérica”, una “puta” o una “invertida”, o sea, lejos del peligro de castración alucinado por Freud.
Puede afirmarse que ninguna de esas preocupaciones es legitimada por casi ninguna de las cineastas cubanas que hacen lo suyo desde modelos de independencia creativa.
Una mirada rápida sobre un paisaje de producción donde el protagonismo corresponda a las realizadoras, permitiría constatar que hay varias formas de aproximarse a grandes temas que atraviesan también otros sectores de creación audiovisual.
Pudiéramos aventurar tres grandes campos de abordaje temático: Lo interno social mediante el cuestionamiento de la realidad, o la denuncia de ciertos fenómenos; Lo externo, expresado en la emigración, y el consiguiente conflicto ético-político; y un tercer campo enfocado en Lo íntimo, introspectivo-existencial; frustraciones, soledad, vejez, sexualidad reprimida, fantasías eróticas. Las frecuentes intersecciones entre estos tres territorios temáticos generan peculiares subtópicos de muy ricas connotaciones expresivas, tanto a escala de contenido como a escala formal.
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Entre las obras más interesantes que puedo recordar está The Illusion (2008), de Susana Barriga, un insoslayable referente para cineastas posteriores que también se han planteado hurgar en la sangrante llaga de la emigración y sus consecuencias.
A través de este documental de espesura autobiográfica, Susana va al encuentro de un padre exiliado en Londres, opositor que sueña con regresar cuando haya democracia en la Isla, y que antepone su paranoia anticastrista a la emoción de volver a ver a su hija después de muchos años. Un rasgo típico de la producción independiente es que, con frecuencia, guion, fotografía y edición corren a cargo de quien dirige. Al tratarse de un testimonio tan íntimo, filmado con cámara oculta, la naturaleza del tema definió la forma de su contenido: la alternancia entre las imágenes borrosas logradas en la clandestinidad, y el registro visual de la vida cotidiana; todo en el gris opaco de un blanco y negro, más emocional que físico.
El tema y ese estilo rayano en el minimalismo, convierten a The Illusion en una de las obras más singulares, emotivas y polisémicas de toda la producción independiente hecha en los últimos 20 años en Cuba.
De esa misma época data Buscándote Habana (2007), donde su directora Alina Rodríguez denuncia las condiciones misérrimas en que viven muchas personas que emigraron de la región oriental del país a La Habana como consecuencia de la terrible crisis económica durante el llamado Periodo Especial. Utilizando una narración más convencional, Alina Rodríguez consiguió darle a su filme una estructura muy clara, expositiva, en la medida en que utiliza un montaje probatorio, es decir, muestra y demuestra el punto de vista que constituye la tesis de la obra. En ese sentido Buscándote… supera cualquier otro documental que se hubiera aventurado antes en esa línea.
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Conectada por su sobriedad ética, con el ejercicio de neutralidad expositiva que caracterizó a los documentales de Estela Bravo, Otra isla (2014) de Heidi Hassan, observa la vida de una familia cubana, liderada por Sabina, una señora perteneciente al grupo opositor Damas de Blanco. Sabina y sus parientes más cercanos, han recibido asilo en España a raíz de acuerdos gubernamentales, pero sus expectativas sobre la emigración resultaron frustradas.
Hassan no se limita al cuadro político que esta familia representa, pues el seguimiento cronológico del rodaje durante varias semanas, revela aspectos de la dinámica interna familiar donde se reproducen micromachismos, y se desnuda la precariedad e inmadurez del grupo para enfrentar los retos que les impone el exilio. La activación de mecanismos propios de la antropología visual, es un aditivo que espesa el resultado artístico de este documental.
Quizás más sugestiva y al mismo tiempo hermética se presenta la obra de Maryulis Alfonso. La voz over capitaliza el monólogo interior de una cuarentona que sueña a color con una vida rosa, lejos de su realidad cotidiana que va del sepia al gris, bajo el asedio de una madre controladora y tóxica, en Las ventanas (2014).
Esa misma madre, más joven, reaparece en Resina (guion de Angela Guillén) coartando con su parquedad emotiva y su silencio inculpador, el despertar de la sexualidad en una jovencita abocada a la menarquia, en un rincón rural de Cuba. El tema de la pubertad aparece otra vez en Sirenas, también en un bucólico poblado. Lo que tienen en común las tres mujeres de estos cortos, es el vértigo hacia la soledad ya sea por autorrepresión sexual, rutina o un pánico insondable a la vida.
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— GMSPORS Thu May 20 08:21:52 +0000 2021
Una de las personalidades más fuertes dentro de la realización audiovisual femenina en Cuba es la de Yaima Pardo.
En 2014 se presenta como guionista y directora de Off_line, un convulsivo y cuestionador corto sobre el limitado acceso de la población cubana a la internet. Al año siguiente, en La piel como lienzo (co. Dir. Naty Gabriela González Calderón) cala en un tema que saca del anonimato a las mujeres tatuadoras.
Su siguiente documental Antígona, el proceso (2015) co-dirigido junto a Lilian Broche, es el resultado de la intersección de varios metatextos donde dialogan el ensayo de la puesta teatral, el texto dramático de Rogelio Orizondo y la autoreflexión creativa de un grupo de mujeres que asumen todas las especialidades del cine: fotografía, sonido, edición, música, en un despliegue de sororidad productiva.
Pero donde Yaima se gana el bono de los censores es en Causas y azares (2018), documental que desborda el tema sobre el activismo, comunidad o movimiento LGBTIQ+.
Subrayados en la agenda de Causas y azares aparecen también otros conflictos como el individuo versus la masa; el aparato político censurador, las clases e identidades sociales diversas, la carencia de espacios de expresión autónomas de diferentes grupos sociales, las estrategias gubernamentales para reproducir y mantener el poder controlador en todas las instancias, los intentos de transformaciones desoyendo los reclamos de la sociedad civil; la libertad de asociación con amparo legal…, el libre acceso a los medios de comunicación… la espontaneidad del activismo no monitoreado contra la verticalidad y el autoritarismo, la disculpa histórica no pronunciada por el capítulo de los campos de trabajo de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP,1965-1968) y otros temas sociales que transversalizan y rebasan la orientación e identidad sexual.
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El cine de mujeres puede explicarse como una desdramatización voluntaria en la narrativa de los contenidos audiovisuales, una deliberada disrupción entre forma y sustancia, entre silencios, sonidos, imagen, voz over, música. Así como la vuelta al placer visual de la autocontemplación, que no se centra en los órganos sexuales sino en la sexualidad toda del sujeto femenino. Es el lugar donde se desbloquean los paradigmas de la dominación masculina.
Por ejemplo, la reivindicación del apetito sexual femenino, negado en los foros misóginos mediante su invisibilización, se recupera en El patio de mi casa (Patricia Ramos, 2007). La directora y guionista utiliza todo el repertorio simbólico con el que la mujer cubana desdramatiza, vigoriza y soporta la monotonía doméstica.
Penetramos en la autoenajenación mental de una anciana cuya libido sirve de refugio a su decrepitud física; simultáneamente, en su propia evasión mental la protagonista se libera de la carga que supone la cotidianidad. La tela de araña que teje sobre su cabeza para colgar la ropa, la devuelve al rojo diván donde su silueta desnuda nos revela la intensidad sensual de su placer interior. Si en las fantasías de su abuela todavía el factor masculino necesita hacerse presente, para la mujer joven la liberación emana de su capacidad autónoma de sentir y ser; su generación ya no recurre a una sexualidad heteronormativa dependiente para nutrir su imaginario lúdicro.
Esa puede ser también la metáfora para comprender la ruptura entre los modelos temáticos y estilísticos que ofrece la tradición cinematográfica del estatal Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, dominada por preocupaciones sociotrascendentalistas, y el cine de mujeres; una mirada que ya no paga a los fundadores, ni tributo, ni patentes. Su principal ganancia es la manera en que se va trenzando su historia, con el aporte de todas; hoy ya existe un colchón de referencias antipatriarcales para quienes empuñan la cámara por primera vez. Ya no hay excusa para hacer un cine anquilosado.
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En 2015 Jessica Rodríguez logra rodar un largometraje de ficción titulado Espejuelos oscuros, donde por primera vez un discurso artístico enfrenta las categorías mujer y nación desde la relectura de los símbolos, la ideología y los dogmas que por mucho tiempo las hicieron coincidir en las viriles alucinaciones de sucesivos gobiernos.
Es la obra cinematográfica más audaz, rebelde, desafiante e iconoclasta que conozco producida por una realizadora independiente en Cuba. Evidente female gaze, imposible de empujar dentro de ninguna tendencia temática. Una serial killer, un esbirro gay y una mambisa puta, bastan para desmentir el vínculo normativo que ha querido emparentar un modelo genéticamente masculino, con la idea de una patria que es de todos, pero donde todas estamos expuestas a múltiples eventos de discriminación y subordinación falocéntrica.
Espejuelos Oscuros es la Lucía (1968) de nuestra época, una obra que sintetiza la capacidad del cine de mujeres, de asimilar y manipular modelos tradicionales de narración, adaptándolos a un contenido antimachista, con el fin de demoler y pulverizar la ortodoxia patriarcal de la identidad cubana.
Sin espacio para mencionar muchas otras realizadoras que merecerían aparecer en una antología sobre un tema poco explorado, me conformo con una última mención a Heidi Hassan y Patricia Pérez, codirectoras de A media voz (2019), filme ganador del Premio al Mejor Largometraje Documental en la edición 32 del Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, Holanda, del Coral en idéntica categoría en el 41 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, y el Biznaga de Plata a la Mejor Dirección en la edición 23 del Festival de Málaga. (2020)