Así es la fiesta clandestina de Wah!: de Tim Burton a Broadway, Las Vegas o el Usuaïa de Ibiza
Abran la coctelera. Metan dentro del Mercado de San Miguel diseñado por Tim Burton, un espectáculo de un casino de Las Vegas, un musical de Broadway y el Ushuaïa de Ibiza. Añadan una pizca de glamour, otra de sorpresa y, por último, un ingrediente prohibido. Agiten bien y ... ¡voilá! Bienvenidos a Wah! El espectáculo enmascarado bajo esa descripción y que algunos ya han tildado como el Circo del Sol de la música acaba de abrir sus puertas oficialmente. EL MUNDO ha logrado colarse en una de las funciones previas al estreno, esas en las que la prueba y error aún está permitida pero donde la exigencia abunda.
Adentrarnos en este mundo clandestino, el último reducto de la música que queda en el planeta después de que el líder de la Nación Omega -el totalitario Doctor Mute-, la haya prohibido, impacta desde el umbral. Desde fuera, nadie es capaz de adivinar lo que esconde el pabellón de Ifema donde se ha montado este espectáculo , obra de la productora Music Has No Limits.
Llegamos tres horas antes de la función y ya el ir y venir del personal es constante para poner a punto el primer acto de los tres que forman el espectáculo, el que tiene lugar en un mercado multicolor (el Food Hall) donde uno puede cenar o tomar un cóctel entre actuaciones provocativas... o comprar una batería de 8.000 euros bajo una particular Capilla Sixtina. Y todo al son de la música.
Aún falta para que llegue el público, pero los camareros comienzan a preparar algunas de las delicatessen del recorrido gastronómico por el mundo que ofrece ¡Wah! Paseamos a solas entre una puerta sagrada japonesas y un confesionario antiquísimo en la zona de Asia; entre guitarras eléctricas que cuelgan cual Museo del Jamón en Rock & Pork, el espacio más ¿castizo?; entre los pequeños pecados en forma de dulce que aguardan en La Catedral , un lugar irreverente plagado de imponentes columnas y lámparas de araña; entre las mesas de un restaurante italiano; y entre un cielo de banderines y una gigantesca Katrina (un ninot creado por falleros valencianos) que nos lleva hasta México con sólo dar unos pasos.
"No es una zona de restauración al uso, somos parte del show. Ésta es una experiencia en los cinco sentidos" , explica Guillermo García, el director de este espacio, que va y viene controlando a su equipo (unas 60 personas entre barmans, mayordomos y cocineros). "La música es un lenguaje universal y la gastronomía también. Así lo interpretamos aquí. Además, todos nuestros camareros tienen alguna virtud musical", añade insinuando que cuando se enciendan las luces quizás un cocinero nos sorprenda tocando una batería de cocina o bailando sobre la barra.
Cual intruso nos sentimos al traspasar las líneas rojas, infranqueables para todo aquel ajeno al espectáculo, que dan a ese gran teatro donde tendrá lugar la parte central de Wah! "Aquí se ve el supershow, un recorrido por la música a través de todos los géneros, interpretados como nunca antes y donde se puede escuchar una aria de Puccini interpretada por una soprano que de repente deriva en una guitarra eléctrica, o una voz negra que degenera en David Guetta", nos cuenta el director de Comunicación, José Domingo. "Aquella actuación de Freddie Mercury y Caballé en las Olimpiadas aquí pasa mucho" , añade uno de mandamás del show.
Todavía es pronto y solo hay actividad en esta zona, sólo unos técnicos probando que la deslumbrante pantalla led de 300 metros cuadrados que ha creado Eyeberg (una compañía que ha trabajado para La Fura, la Ópera de Berlín o el Primavera Sound) funciona a la perfección.
"Hemos creado un género nuevo que no había en Europa. Es un espectáculo de las Vegas pero con un componente gastronómico mucho más potente y que allí no hay. Es más sofisticado", añade Domingo. "La idea es generar una licencia y exportar el concepto completo a otros países" porque ¡Wah!, al igual que el Circo del Sol, tiene una ventaja: que el lenguaje es la música y es universal. "Puede disfrutarlo un chino o un ruso sin necesidad de saber español", añade sobre el espectáculo, que cuenta con el Ayuntamiento de Madrid e Ifema como partners y está abierto a todos los públicos. "Aquí puede venir una familia que se gaste 20 euros por persona o un grupo de amigos que quieran montarse una fiesta y gastarse 10.000 euros a base de Dom Pérignon y tequilas de 500 euros", añade.
Por allí, observando un ensayo de la lucha entre los partidarios de la música (los Wah) y sus detractores (los Omega) nos topamos con el artífice, el padre, de este show, Miguel Deparamo, un artista y productor que lleva experimentando años con la fusión de géneros. "Quería crear un espectáculo que no sólo fue un espectáculo musical, sino que tuviese una historia detrás además de una experiencia gastronómica. He viajado a muchos lugares del mundo y nunca he visto esto. Es una celebración de la música a lo bestia", dice con el hilo de voz que le queda después de unos días frenéticos.
A unos pocos metros de allí, tras un pasillo entelado, oscuro y laberíntico, brota el bullicio que ya estábamos echando de menos. Estamos en el corazón del espectáculo, en el backstage, un lugar donde hasta ahora ningún periodista ha logrado colarse. Cantantes de los musicales de El Rey León o Billy Elliot, sopranos y tenores que han trabajado en las mejores óperas, ganadores de La Voz, músicos callejeros, artistas que han tocado con Sting, coach vocales de Eurovisión y gente del cine se entremezclan con costureras, maquilladores, peluqueros y media docena de directores del show.
Entre bambalinas cazamos al diseñador y director de vestuario, que apura los últimos retoques a las hombreras de la chaqueta que vestirá el dj en el último acto. "¡Me han mirado mal cuando he roto unos auriculares para colocarlos aquí!", cuenta Jordi Dalmau apenas un minuto después de que el equipo le haya sorprendido con una batucada a modo de felicitación cumpleañera.
Junto a burros cargados de ropa nos chiva algunos detalles del rompedor vestuario que ha creado para este show, lleno de alas (su seña de identidad), plumas, tules de seda, cueros, sombreros de copa, lentejuelas o cadenas. "Todo es muy loco. Hay mucha ropa pintada a mano y el patrón que llevan los músicos es uno que hemos rescatado de Napoleón , de los que usaba en la guerra, que tiene el codo redondeado para que pudiese cargar las armas (y los músicos los instrumentos)". ¿En serio? "Sí, al final esto es una guerra entre los que quieren la música y los que no", dice convencido el creativo, cuyos diseños han pisado los Oscar.
Al otro lado del pasillo, Elvira García, la directora de caracterización (ha trabajado en la ópera y también en Las chicas del cable), y su séquito de maquilladores y peluqueros se apuran para transformar a un equipo de 130 personas, porque aquí hasta los camareros y las azafatas forman parte del show. "En el primer pase perdí dos kilos, pero ya vamos cogiendo los tiempos", dice entre paletas de colores metálicos y chillones y las prótesis de silicona que dan un toque futurista a los artistas.
A una hora de salir a escena, la sala es un hervidero. Las pelucas y las pestañas postizas vuelan de mano en mano, los aerógrafos no paran de dar tinta y las tenacillas y los rulos dan forma a los peinados más extravagantes.
García nos cuenta mientras arregla el cabello a María Ayo, unas de las grandes voces (ex de El Rey León), que su misión principal es "ayudar a entrar en el personaje" a los artistas, pero también mucho más. "Aquí les cuidamos, les escuchamos y les arropamos. En Maquillaje somos los psiquiatras", dice mientras, a su lado, Aitziber pone horquillas como banderillas para sujetar la cresta a Álex Rodríguez, el violonchelista. "Es que no veas cómo se mueve", suelta. ¿Pero si toca el violonchelo?, preguntamos incrédulos, aún sin entender bien lo que viene.
La llegada de Rolita (ex La Voz) no pasa desapercibida. "¿No quedaste ayer con ninguna chati?", le pregunta a un compañero, que sale al paso como puede. Hay tensión porque los minutos se van agotando, pero el buen ambiente se palpa. "Aquí somos como una familia. Cuando salimos nos vamos de cervezas. Algunos hasta se han enrollado ya". ¿Sí? "Claro, y los que quedan", dice la cantante con desparpajo.
Son las 20.00 horas y las puertas de Wah! se abren. Bailes de zancudos, mariposas doradas, peleas de sables y acrobacias se suceden en el primer acto mientras en el backstage los artistas principales esperan su particular cuenta atrás. "Uuuuuhhhhh, ahhhhh", se escucha canturrear por los pasillos.
Detrás de la gran pantalla, María Ayo repasa y afina la voz, resguardada en sus cascos. La violinista Alicia Nuhro aguarda su momento inquieta con su instrumento en las manos - "Tengo ganas de salir", dice sin parar de sonreír-. Los bailarines escuchan las indicaciones de la coreógrafa y estiran sus músculos. E Irene Alman, que lleva la dirección de voces, da instrucciones de última hora a otra de las cantantes, Noemí Gallego. "Cada uno busca su rutina de concentración" , explica Luis Morate , el director musical y guitarrista poco antes de dar el discurso final al equipo junto a Deparamo.
Minutos después, "Waaaaaahhhh!" se escucha desde las butacas. Y se hace la magia.
Cuando llega la despedida, el Food Hall se ha convertido en un auténtico club de Ibiza. Otra iluminación, otra música y un dj coronando desde el cielo imponiendo la penitencia a los parroquianos al filo de la medianoche entre danzas del vientre y champagne.
Conforme a los criterios de
The Trust Project