El accidente del avión de los franceses
Leo en el periódico que el director de cine José Antonio Bayona está rodando en Sierra Nevada una película sobre un accidente de avión ocurrido en los Andes. Una nueva visión de aquel suceso que inspiró la famosa película de Frank Marsall titulada ¡Viven! Si se acuerdan ustedes, en esa película se narra la historia de una tragedia ocurrida en 1972 cuando un avión que llevaba a bordo el equipo de rugby se estrelló la citada cordillera. De sus 45 pasajeros sobrevivieron 29, que para mantenerse con vida tuvieron que recurrir a situaciones extremas. Hasta al canibalismo.
Sierra Nevada ha servido varias veces de escenario para un accidente aéreo, pero no para el cine, sino para la realidad más cruel y trágica. Tanto es así que hay un montañero madrileño llamado Michel Lozares que hace diez años escribió un libro sobre los once accidentes de aviación que han ocurrido en nuestro sistema montañoso. Los más trágicos y famosos (porque hasta el No-Do se ocupó de ellos) sucedieron en la década de los sesenta. El primero ocurrió en 1960 cuando un avión militar norteamericano tuvo que aterrizar de emergencia junto al Picón de Jérez, a 2.600 metros de altitud. El segundo ocurrido en 1964 cuando un DC-6 francés se perdió en su ruta hacia Mauritana y fue a chocar en el llamado Tajo del Goterón, cerca del pico Alcazaba. En el primero no hubo víctimas mortales pero las labores de rescate de los heridos entraron dentro del capítulo dedicado a la épica. En el segundo murieron todos los pasajeros, un total de 80, de los cuales 24 eran niños. En aquel accidente sólo cinco víctimas pudieron ser identificadas, lo demás eran trozos de carne apelmazada. Hubo un tercer accidente ocurrido en esa década (esta vez en 1966) cuando otro avión americano se estrelló en los llamados Peñones Negros, a 3.250 metros de altitud. Murieron los ocho tripulantes que iban a bordo. El aparato siniestrado transportaba vehículos y material de apoyo para los efectivos que participaban en la búsqueda de las famosas 'bombas de Palomares'.
Como ven, Bayona tiene en Sierra Nevada un escenario ideal para inspirarse. Hoy les voy a hablar del más trágico, el ocurrido en el Tajo del Goterón, del que escribí mucho con motivo de cumplirse los cincuenta años de aquella tragedia. La semana que viene les hablaré del ocurrido en el Picón de Jerez.
Una imagen para un recuerdo
"Vi a lo lejos la cara de un niño entre dos rocas. Me acerqué y comprobé que no había cuerpo, ni cráneo, ni masa encefálica. Nada, solo la cara". Eso me dijo Antonio Maldonado cuando lo entrevisté en 2014 con motivo de cumplirse el cincuentenario del fatídico accidente de un avión francés que se había estrellado en Sierra Nevada. Antonio tenía por entonces 72 años y era uno de los hombres que había participado en las labores de rescate de las víctimas.
Antonio recordaba con nitidez la escena, a pesar de que habían pasado 50 años. Era una imagen, me contaba, que le había perseguido durante toda la vida. El rostro del niño pertenecía a una de las ochenta víctimas que había registrado el citado accidente, ocurrido el 3 de octubre de 1964. Aquel día, me contaba Antonio, no lo olvidaría nunca porque estuvo gran parte de la mañana recogiendo en un saco brazos, piernas y trozos de carne que ni sabía a la parte del cuerpo a la que pertenecía. Era muy fuerte. Sin duda lo más fuerte que le había pasado en su vida.
Recuerdo perfectamente la voz trémula de Antonio hablándome de su terrible experiencia. Él era entonces cabo en la base Aérea de Armilla. En la mañana del tres de octubre de 1964 recibió una llamada de su superior. Debía presentarse inmediatamente en su despacho para llevar a cabo una importante misión. A Antonio le extrañó que lo llamaran a él porque era un simple cabo, pero es que era sábado y casi todos los oficiales estaban de libranza. Antonio oyó lo que quería su superior con una lombriz de inquietud agarrada a su garganta. Resulta que un DC-6 procedente de París que se había perdido en su ruta hacia Mauritania y que en un principio se creyó que había desaparecido en el mar Mediterráneo, en realidad se había estrellado en Sierra Nevada, en el macizo de La Alcazaba, a 15 kilómetros, por un penoso sendero siempre cuesta arriba, de Trevélez.
"Mi misión era recoger los cadáveres del avión y sus pertenencias para luego poder identificarlos. Fuimos hasta allí unos veinte soldados en un jeep y en una camioneta. Recuerdo que tardamos mucho porque desde Soportújar hasta Trevélez no había carretera asfaltada", me comentó. Pero la historia de la tragedia, que en Granada se conoció como la de ‘el avión de los franceses', había comenzado casi treinta horas antes.
El pastor de Láujar
Granada pasaba por una prolongación del llamado 'veranillo del membrillo'. En la madrugada del dos de octubre se había perdido la pista de una aeronave que había salido de París en dirección a Port Etienne, en Mauritania. Iban ochenta pasajeros, cinco de ellos pertenecían a la tripulación. En un momento determinado se perdió el contacto con él. Radio París dijo en sus 'ultimas noticias' que el avión había caído en el mar Mediterráneo, a 45 millas de Mazarrón. Al parecer, un petrolero inglés había recogido unos restos del avión y unos supervivientes. "Cae al Mediterráneo un avión francés con ochenta pasajeros", fue el titular de los periódicos a la mañana siguiente.
Pero el avión no había caído en el mar. Lo vieron estrellarse en la sierra granadina un pastor de Laújar y un sargento de la guardia civil de Berja, que informó a sus superiores que había visto la caída de un objeto envuelto en llamas cerca del Veleta. Fueron momentos de confusión.
A pesar de que la tesis oficial era la caída en el mar, un grupo de cinco voluntarios movilizados por la Guardia Civil, partió desde Trevélez para buscar los posibles restos del avión. A eso de las siete de la mañana del día tres, un guardia civil y un vecino de Trevélez llamado Fermín González, "atisbaron una mancha negra cerca de la cumbre de la Alcazaba. Se dirigieron a ella y, tras llegar al lugar, encontraron los restos del cuatrimotor: ningún signo de vida, solo desolación", explica Michel Lozares en su libro.
Enseguida se dio a conocer el suceso. Al día siguiente Ideal y Patria dieron la noticia. A través de las crónicas de los enviados especiales y de las fotos de Torres Molina, los lectores pudieron calibrar la magnitud de la tragedia. Se decía que el avión se había estrellado en el abrupto e inaccesible paraje del Goterón, a más de tres mil metros de altura, lo que hacía extremadamente difícil el rescate. Fue entonces cuando enviaron al lugar el cabo Antonio Maldonado con veinte soldados y el forense capitán Tallón.
Así me lo contaba Antonio: "Llegamos a Trevélez a media tarde. Cogimos provisiones y sobre todo chocolate, pues es muy bueno para combatir el mal de altura. Nos prestaron mulos y burros y salimos hacia el lugar del accidente a las cinco de la mañana. Con nosotros venían algunos pastores y vecinos que sabían llegar al Goterón. Fue una subida muy penosa. De pronto vimos una rueda del avión empotrada entre dos piedras en una barranquera. Creíamos que estábamos cerca pero no, aún nos quedaba más de una hora. Seguimos subiendo hasta que vimos en una explanada la enorme mancha negra, como si se hubiera derramado alquitrán. El olor a carne asada era insoportable".
A partir de ahí los enviados a la montaña necesitaron hacer de tripas corazón para realizar su labor. Tenían que meter en un tipo de sacos los restos humanos esparcidos en un radio de más de doscientos metros y en otro tipo de sacos las pertenencias para lograr identificar a los cadáveres. Al final solo se pudieron identificar a cinco personas. "Llevamos las bolsas con restos humanos a la iglesia de Trevélez, donde esperaban los ataúdes".
El panteón en el cementerio
Antonio me dijo que llevaba prendida en su alma el recuerdo de aquella jornada, que la consideraba la más triste de su vida. "Es curioso, pero el hombre es capaz de las demostraciones más altas de heroísmo y a la vez de las más bajas vilezas. Lo digo porque alguna gente de la que subió se dedicó al pillaje y a quedarse con las pertenencias de las víctimas. Ese día y los siguientes. No soy para juzgar aquello y más pensando en que muchas de aquellas personas tenían necesidades. En fin", dijo Antonio Maldonado, que al dejar el Ejército se hizo comercial y hasta hace un año aproximadamente era el responsable del Banco de Alimentos en Motril.
La mayoría de las víctimas de este accidente recibieron sepultura en una fosa común en el cementerio granadino de San José y nueve meses más tarde se inauguró un mausoleo que existe actualmente en dicho camposanto.
"Hubo quién dijo que se había encontrado un cofre con oro, pero eso son leyendas urbanas. El único oro que iba en el avión era el que llevaban las víctimas", explica Javier Garuiz, un investigador al que desde siempre le ha apasionado esta historia, a la cual le ha dedicado miles de horas de estudio con el fin de escribir un libro.
"Yo no había nacido cuando sucedió el accidente. Pero mi padre me hablaba de él. Me contaba cosas y llegué a apasionarme por el tema. Desde hace años recabo datos sobre esta historia. Tengo muchos datos sobre la tragedia y he contactado con varios familiares de las víctimas. Hay que tener en cuenta que hasta entonces había sido el mayor accidente aéreo ocurrido en España".
Javier me decía que la mayoría de los viajeros eran trabajadores de una mina de hierro de Mauritania que habían pasado unos días de vacaciones en su país y volvían a sus trabajos. También iba en el avión el ingeniero español Julián Bielsa, ingeniero aeronáutico y exiliado, que era el director general de Aviación Civil de Mauritania. Y la condesa Marguerite Marie Trouve, que iba con sus tres hijas. Tal vez el caso más dramático era el de una mujer, Denise Patin, que viajaba con sus tres nietos de corta edad.
El accidente originó una bella historia de amor materno. Una mujer llamada Andrea Martínez Andaluz, que era la madre del piloto fallecido y que vivía en Francia, se vino a vivir a Granada solo para ir todos los días al cementerio a rezarle a su hijo. La llamaron la 'peregrina del cementerio'. Estuvo varios años subiendo todos los días al camposanto granadino. Al morir pidió ser enterrada junto a su hijo. El cementerio accedió a esa petición y sus restos están en un féretro dentro de una fosa excavada en el recinto del mausoleo donde se encuentran los restos de las víctimas del avión.
En cuanto a las causas, me cuenta Javier Garuiz, no se aclararon nunca. "Por entonces los aviones no llevaban 'caja negra'. Había unos registradores de vuelo pero que no aclararon definitivamente el porqué del impacto. Yo estoy convencido de que se cambió el plan de vuelo y no contaron con que había una montaña de más de tres mil metros de altura".
Él piensa que el accidente le pilló a casi todo el pasaje durmiendo y que incluso ni el comandante del DEC-6 se dio cuenta. El impacto fue tremendo. El avión se desintegró casi por completo. La hora del accidente se cree que fue a las cinco y media de la madrugada porque los relojes de varios pasajeros se habían detenido a esa hora, a esa fatídica hora.