Cómo los soviéticos convirtieron el río Volga en una máquina | MIT Technology Review en español
La pequeña ciudad rusa Dubná, a tres horas en tren desde Moscú (Rusia), se puede encontrar tanto en un mapa como en la tabla periódica: dubnio, el elemento químico número 105, fue descubierto en un centro de investigación allí y recibió el nombre de la ciudad. Es un sitio tranquilo con muchos bosques circundantes y bastante agua: está a orillas del embalse Ivankovskoe (o de Ivánkovo), la primera parte de un enorme proyecto hidroeléctrico denominado Gran Volga cuya construcción tardó décadas durante la era soviética. El complejo, que consta de 11 presas en el Volga y en su afluente más grande, el Kama, es responsable de aproximadamente el 5 % de la producción total de electricidad en Rusia. El embalse de Ivánkovo es la parte más antigua del complejo y la más lejana, río arriba, situada casi en el nacimiento del Volga.
El río Volga, de unas 2.300 millas (3.700 kilómetros) de largo, a veces denominado Volga-matushka o Madre Volga, es el río más largo de Europa y el más grande por el flujo de agua, y forma un arco desde el noroeste de Moscú hasta el mar Caspio. Cerca de 60 millones de personas, alrededor del 40 % de la población de Rusia, viven en su cuenca, que abarca casi una décima parte del vasto territorio del país. Moscú, con sus 12 millones de habitantes, obtiene la mayor parte del agua potable del Volga a través del Canal de Moscú. Aproximadamente 1.500 millas (2.414 kilómetros) río abajo, la estratégica ciudad portuaria de Volgogrado, antes conocida como Stalingrado, fue el escenario de la batalla más decisiva y posiblemente más sangrienta de la Segunda Guerra Mundial. Como arteria del comercio, fuente de energía y agua potable, y parte de la historia, el Volga afecta casi todos los aspectos de la vida en Rusia. Es como el Misisipi para Estados Unidos o el Rin para Alemania.
Cuando se diseñó la estación de Dubná, a principios de la década de 1930, el joven estado soviético acababa de decidir ponerse al día con los países capitalistas de Occidente acelerando rápidamente su desarrollo industrial, pero para lograrlo tenía que generar energía en una escala masiva. Cuando se construyó la última estación, en la década de 1980, la Unión Soviética, que acababa de organizar los Juegos Olímpicos por primera vez, estaba a punto de lanzar la perestroika, el programa de reformas democráticas a gran escala destinado a poner fin a una era de estancamiento y revitalizar el estado agitado. La historia del proyecto del Gran Volga es, en cierto modo, la historia de la industrialización soviética. También es un ejemplo de rivalidad con Estados Unidos, que durante décadas compitió con los soviéticos para construir presas más grandes y más impresionantes.
Ese proyecto fue uno de los mayores programas de transformación de la naturaleza de la historia: en su conjunto, los embalses artificiales en el Volga son tan grandes como el lago Erie. Se quiso aprovechar el río para proporcionar al pueblo ruso lo necesario: la energía, el transporte y el agua. Pero se intentó hacer demasiado.
El río se ha contaminado, sedimentado y sobrecargado de especies invasoras. El agua fluye a una décima parte de la velocidad que tenía antes de que se construyeran las presas, según las estimaciones de los investigadores del Instituto de Ecología de la Cuenca del Río Volga, de la ciudad portuaria de Togliatti, en el centro de Rusia. Las floraciones generalizadas de algas tóxicas resultan comunes en la actualidad.
A medida que suben las temperaturas globales, la cuenca del Volga recibe cada vez menos lluvias en la primavera y en el verano, y más nieve en el invierno. El científico jefe del Instituto Obukhov de Física Atmosférica de la Academia de Ciencias de Rusia, Igor Mokhov, señala que se espera que aumente la intensidad de las precipitaciones de primavera y verano, lo que dificultará la planificación posterior del nivel de agua. Un equipo de hidrólogos rusos escribieron en agosto de 2021 un artículo publicado en Ecohydrology & Hydrobiology. En él argumentaban que, debido al cambio climático, "habrá más agua en las regiones [de Rusia] donde hay suficiente, y menos donde más se necesita". La cuenca del Volga es una de las regiones con mayor riesgo, escribieron.
No es exagerado decir que el río madre de Rusia está mal.
Llegué a Dubná en una mañana de noviembre en la que hacía mucho viento. Muchas personas corrían con ropa colorida adelantando a otra gente que paseaba a sus perros por una pasarela descuidada del embalse. Me encontré en un entorno de escala de grises con nubes blanquecinas y agua de un color parecido a mercurio, con pocas manchas de árboles de hoja perenne y marrón otoñal. El otro lado del embalse era un muro impenetrable de árboles coníferos, envuelto en una ligera niebla.
Intenté orientarme, pero en vano, para descubrir cómo se tuvo que desarrollar exactamente una de las historias más conocidas sobre este embalse. Resulta que a finales de noviembre de 1941, las fuerzas alemanas se acercaban a Moscú con la idea de cruzar esa masa de agua congelada. Según los informes, los trabajadores de la central hidroeléctrica decidieron drenar el embalse, reduciendo el nivel del agua abruptamente en dos metros y rompiendo así el hielo con el fin de ganar algo de tiempo para la defensa de la ciudad y para detener a los invasores en su avance. Ochenta años después, aunque era la misma época del año, no se podía ver nada de hielo.
La central hidroeléctrica en sí es un sitio de acceso restringido, rodeado de una gran cantidad de alambre de púas, señales de advertencia y altísimas grúas, tan enormes que los edificios de alrededor parecen pequeños. El ruido del agua se mezclaba con el sonido de las gaviotas y algún que otro coche mientras yo iba paseando por la presa. Era el Día de la Unidad, una de las nuevas festividades rusas, ideada para sustituir otra fiesta comunista que celebraba la revolución de 1917. Algunas de las personas que pasaban en coche se dirigían hacia la estatua de Lenin, un sitio muy visitado por los lugareños.
Acerca de las fotos:El exciclista en pista de la Federación Nacional de Ciclismo de Rusia, Stoyan Vassev, dejó su carrera deportiva y empezó a dedicarse profesionalmente a fotografía en 2009.Las imágenes que acompañan este reportaje pertenecen a su último trabajo No Fish, en el que documenta los efectos de la explotación ambiental en la vida en Kirovsky (Rusia), un pequeño pueblo de pescadores en el delta del Volga.
Pude ver la espalda de Lenin al final del camino. La estatua estaba rodeada de abetos de color verde azulado y miraba al otro lado del agua hacia nada en concreto. El monumento correspondiente a Stalin fue demolido en 1962, después de que el Gobierno soviético decidiera 'desestalinizarse'. Los dos monumentos, cada uno de casi 40 metros de altura, antes protegían el punto de entrada al Canal de Moscú, esa maravilla de la ingeniería soviética que conecta los ríos Volga y Moskva.
Al lado del complejo, hay un monumento apenas más alto que yo. Parece un bloque de construcción de granito, inclinado hacia un lado, aparentemente arrojado por las poderosas aguas al pie del monumento a Lenin y detrás de su espalda. La placa fue colocada allí en 2013 para conmemorar a los más de 22.000 prisioneros que murieron construyendo el canal. Las flores y guirnaldas en la parte inferior aún estaban frescas de la ceremonia anual de cada 30 de octubre, cuando los rusos conmemoran a los perseguidos y asesinados por el Estado, normalmente leyendo sus nombres en voz alta frente a innumerables monumentos similares en todo el país.
Un niño con chaqueta amarilla le preguntó a su madre, que metía sus cosas en el coche estacionado cerca del monumento: "Mamá, ¿qué está escrito en la placa?".
—"A los constructores del canal"— respondió la madre sin mirar.
Su respuesta solo hizo que el niño le hiciera otra pregunta: "¿Por qué 'constructores'? ¿No es el Volga un río de verdad?".
En cierto modo, ya no es un río, porque ya no fluye de forma natural. Actualmente está tan mediado por la intervención humana que es mejor considerarlo como si fuera una máquina.
Solo dos meses después de que los primeros prisioneros del gulag llegaran al sitio de la futura presa en Dubná, en noviembre de 1933, los investigadores más importantes de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética se reunieron en Moscú para discutir el estado del Volga y el mar Caspio. El historiador Evgeny Burdin, de la ciudad de Ulyanovsk (o Uliánovsk, Rusia), en el Volga, a unas 900 millas (1.448 kilómetros) río abajo de Dubná, me ha leído uno de los informes presentados en esa reunión, que predijo que los embalses iban a causar "formación de pantanos debido a las inundaciones, malas condiciones para la autorehabilitación del suelo, inundaciones de sótanos en las casas, microclima cambiante, floración de algas y agua estancada, contaminación, disminución del flujo de agua y riesgos locales de malaria".
"Aunque no había una conciencia pública profunda ni debate, seguramente muchos de los hidrólogos e ingenieros sabían que habría impactos significativos e inevitables [...]. Mucha gente lo sabía, pero seguro que era muy difícil decir algo", me explicó el profesor de historia rusa y soviética de Colby College (EE. UU.) Paul R. Josephson.
En realidad era bastante difícil: una persona podía ser condenada a trabajos forzados por haberse atrevido a criticar al Gobierno. De hecho, incluso estando muy en línea con el Gobierno, uno podía acabar purgado. Eso fue lo que le pasó a principios del siglo pasado al ingeniero Konstantin Bogoyavlensky, que diseñó el primer proyecto conocido de una central hidroeléctrica en el Volga, en la región de Samara, un poco río abajo de Ulyanovsk, en 1910. Las autoridades locales y el clero protestaron contra la idea de Bogoyavlensky, que requirió inundar una gran cantidad de tierra, y fue archivada hasta después de la revolución de 1917. Considerado fanático, el ingeniero pasó años presionando al Gobierno nacional para que construyera su central, y lo consiguió, para luego ser declarado espía y enemigo de la revolución poco después y enviado a un gulag en Siberia (Rusia), donde murió.
"Lo más importante que se podía obtener del Volga era la energía para la industria y buenas condiciones para el transporte desde y hacia Moscú", me explicó Burdin. La forma de pensar tecnocrática y orientada a objetivos de la época no mostraba mucha paciencia para las atentas objeciones de los científicos ni para nada que pudiera interferir con el desarrollo industrial.
En abril de 1941, aproximadamente dos meses antes de que Alemania atacara a la URSS y la llevara de lleno a la Segunda Guerra Mundial, los ingenieros comenzaron a llenar el embalse de Rybinskoe (o Ríbinsk), el tercero en la cascada, a unas 50 millas (80 kilómetros) al noreste de Dubná (un segundo embalse también se estaba llenando en aquel momento, pero tenía un tamaño aproximadamente 20 veces más pequeño).
El embalse de Ríbinsk se convirtió en el cuerpo de agua artificial más grande del mundo en aquel entonces. Más de 130.000 personas tuvieron que mudarse de allí para darle cabida, incluidos unos 6.000 residentes del poblado Mologa, mencionado por primera vez en las crónicas históricas del siglo XII. Las iglesias de Mologa, los edificios más altos de la ciudad, se tuvieron que derrumbar. La presa y el embalse también fueron construidos por los prisioneros del gulag, que trabajaron durante la guerra para asegurarse de que la central inacabada pudiera seguir suministrando energía a Moscú.
Este embalse destruyó miles de kilómetros cuadrados de tierra cultivable para obtener una cantidad relativamente pequeña de electricidad; después de las mejoras, la central hidroeléctrica actualmente produce 376 megavatios, menos de una quinta parte de lo que produce la presa Hoover de Estados Unidos. En la década de 1980, comenzó a ser bastante cuestionable incluso para la URSS. Gosplan, la agencia estatal de planificación, exploró la posibilidad de drenarla. Los expertos concluyeron que "cualquier consecuencia de drenar el embalse de Ríbinsk sería más drástica que las de llenarlo en primer lugar", destaca el jefe de investigación del Water Problems Institute (WPI o Instituto de Problemas del Agua) de la Academia de Ciencias de Rusia, Victor Danilov-Danilyan. Se necesitarían al menos varios cientos de años para que el área, cubierta de sedimentos que habían acumulado contaminación industrial y doméstica, se recuperara por sí sola, agrega el experto, mientras que limpiarlo significaría básicamente "reubicar este terrible desastre en otro lugar" a un coste que Rusia no podría permitirse. Y así se ha quedado el embalse.
Décadas más tarde, los últimos habitantes de Mologa y sus descendientes todavía acuden a la cercana ciudad de Rybinsk para una reunión anual a mediados de agosto. Algunos de ellos visitan las ruinas que a veces vuelven a surgir cuando el año es especialmente seco. Eso sucedió de nuevo en 2021, cuando el verano dejó bajos los niveles de agua en el embalse, lo que provocó alarma sobre una posible escasez de agua río abajo. En las fotografías aéreas, las calles y los cimientos de Mologa formaban una geometría misteriosa que emergía del subsuelo.
La cascada de presas ha convertido al Volga en una cadena de embalses. La cantidad de agua que fluye desde arriba hacia abajo depende actualmente de un complejo proceso técnico que implica luchar tanto con la incertidumbre como con las preocupantes tendencias globales. La hidróloga y geógrafa de la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú Natalia Frolova explica cómo se desarrolló el cambio en la precipitación en 2021: el nivel del agua del Volga en primavera era más o menos normal y según lo previsto, y los embalses estaban llenos, pero las condiciones más secas (que sacaron a la luz las ruinas de Mologa el verano pasado) provocaron que los niveles de agua en todos los embalses cayeran por debajo de lo habitual.
Para las ciudades dependientes del Volga, no se trata solo de la cantidad del agua, sino también de la calidad. El Volga se encuentra constantemente entre los tres ríos más contaminados del país, y representa casi el 40 % de todas las aguas residuales contaminadas en Rusia. El investigador de ríos del Instituto de Problemas del Agua de la Academia de Ciencias de Rusia Alexander Demin destaca que solo alrededor del 10 % de todas las aguas residuales de fuentes puntuales como tuberías de alcantarillado se tratan según lo requerido por la regulación rusa. También hay muchas fuentes dispersas de contaminación que no están reguladas de manera efectiva: la escorrentía agrícola, agua de lluvia, agua de deshielo, aguas residuales de barcos e incluso suelos contaminados y otros detritos que acaban en el río como sedimentos.
Dado que casi todas las ciudades y pueblos del Volga, junto con Moscú, a través del canal, terminan utilizando el río para el suministro, esta contaminación supone un gran gasto para el tratamiento del agua. "Cuanto peor es el agua en el Volga, más caro resulta volverla potable", señala Demin. Como la cuenca del río cuenta con 60 millones de personas, aproximadamente la mitad de la industria de Rusia y una parte similar de su agricultura, los costes se van acumulando.
Un análisis reciente realizado por el medio de comunicación dedicado al cambio climático Carbon Brief, con sede en Reino Unido, coloca a la URSS y Rusia en tercer lugar en el mundo en cuanto a las emisiones históricas de los gases de efecto invernadero. Un informe de 2014 de evaluación nacional de los científicos del clima rusos mostró que las temperaturas medias anuales en el país habían aumentado dos veces más rápido que el promedio mundial por el cambio climático causado por el hombre. El informe también indicó que se esperaba que la tendencia continuara. Los impactos del cambio climático, impulsados en parte por el desarrollo industrial soviético, ya son visibles en Rusia, desde la descongelación del permafrost hasta la desertificación en los tramos del sur del país donde hay mucha agricultura. El mismo desarrollo industrial a gran escala que generó Gran Volga y fue impulsado por las aguas del río también contribuyó al problema global del cambio climático, que ha traído la amenaza de la escasez de agua a millones de personas que viven en las ciudades al lado del Volga.
Cuando fui en 2010 al nodo final de la cascada, el embalse de Cheboksarskoe (o de Cheboksary), a unas 370 millas (595 kilómetros) al este de Moscú, vi floraciones de algas que hacían que el agua pareciera un brebaje de brujas.
La cercana ciudad de Cheboksary, la capital de Chuvasia, una de las repúblicas étnicas de Rusia, era frondosa, tranquila y acogedora cuando llegué como parte de una visita de prensa organizada por RusHydro, el propietario de la cascada, que había estado presionando al Gobierno para que aumentara el nivel del agua en el embalse. Después de varios años, todavía está cinco metros por debajo de donde RusHydro quiere que esté, porque el embalse de Cheboksarskoe es donde el proyecto Gran Volga, después de cuatro décadas gloriosas, finalmente se detuvo.
A mediados de la década de 1980, con el glásnost, Mijaíl Gorbachov decidió que a la Unión Soviética le vendría bien un poco más de libertad de prensa y transparencia, y permitió a los ciudadanos discutir e incluso criticar las decisiones de su Gobierno. Y así, el daño ambiental irreversible al Volga se convirtió también poco a poco en parte de un amplio debate público. Un libro sobre el río publicado en 1989 criticó a las personas responsables de la construcción de los embalses que provocaron que "el agua vivificante del Volga se convirtiera en agua muerta, sin nada que podamos hacer al respecto". "Presumiendo en todo el mundo de que el Volga-matushka [río madre] ha sido domesticado varias veces, los que la domesticaron, todavía llamándose sus hijos, también la condenaron a una enfermedad larga, horrible y dolorosa", ponía en el libro.
Al parecer, ya no se podía dar a miles de personas un aviso con dos meses de anticipación para que abandonaran su tierra ancestral, como era el plan inicial para Mologa (la reubicación finalmente tardó cuatro años). Dos regiones cercanas en la Rusia europea, en la frontera con Chuvasia, acabaron más afectadas por las inundaciones: la comunidad u óblast de Nizhni Nóvgorod (o Nizhegorodskaya) en el oeste y la república de Mari El en el norte quedaron como áreas indefensas a las aguas crecientes, junto con otros lugares históricos de gran valor como las tumbas e iglesias de las ciudades. Las repúblicas protestaron y provocaron retrasos, contando con que se agotarían los fondos del Gobierno central, y es lo que pasó al final. En 1989, el Gobierno soviético decidió mantener el nivel del agua en el embalse de Cheboksarskoe para que la central hidroeléctrica allí pudiera producir solo alrededor del 60 % de su capacidad de generación de electricidad diseñada. El embalse acabó aproximadamente 380 millas (611 kilómetros) cuadradas más pequeño de lo planeado.
El río ya no fluye por ahí
Mapa: El Volga, con su afluente más grande, el Kama, es una enorme cascada de 11 embalses con centrales hidroeléctricas responsables de aproximadamente el 5 % de la producción total de electricidad en Rusia.
Debido a la debacle de Cheboksarskoe, la cascada Volga-Kama está, sobre el papel, todavía sin terminar. En cierto modo, la Unión Soviética perdió una de las carreras más extrañas de la Guerra Fría: en la década de 1930, como parte del New Deal, el Gobierno de Estados Unidos empezó a construir varias centrales hidroeléctricas en la cuenca del río Columbia en el estado de Washington (EE. UU.). Durante un tiempo, a finales de la década de 1950, la gigantesca central Kuibyshevskaya en el Volga fue la más grande del mundo en cuanto la capacidad, lo que antes había sido la presa Grand Coulee en Washington. Ambos proyectos se promocionaban como los mejores de su tipo, y hay algunos paralelos, según Paul Josephson: "Realmente han convertido ambos ríos en máquinas".
Después de la caída de la Unión Soviética, el nuevo Gobierno ruso trató de arreglar la máquina soviética. El programa federal Volga Revival (Recuperación del Volga), un esfuerzo de conservación y restauración lanzado en 1996, duró solo dos años debido a la profunda crisis económica e inestabilidad gubernamental. La iteración más reciente de estos esfuerzos, el programa Healthy Volga (Volga Saludable), comenzó en 2018. El Gobierno planea gastar 205.000 millones de rublos (2.900 millones de dólares o 2.557 millones de euros) en seis años para limpiar el gigantesco flujo de aguas residuales al Volga.
Pero el programa Healthy Volga ya está siendo criticado por no hacer mella en el problema: a finales de 2020, la Cámara de Cuentas de Rusia, el órgano estatal de auditoría, emitió un informe titulado Insalubre Volga Saludable, en el que criticaba a los gerentes del programa por un enfoque excesivo sobre la contaminación de las fuentes puntuales y por una estructura de gestión muy complicada. La calidad del agua en el Volga, según el informe, no ha mejorado sustancialmente en las últimas tres décadas.
Josephson, el historiador, cree que el primer paso necesario es hacer cumplir la regulación existente y abandonar el hábito soviético de que sea más barato enviar las aguas residuales sin tratar al río y pagar las multas resultantes que limpiar el agua.
Una conversación franca y abierta sobre los riesgos de los proyectos como Gran Volga es esencial más allá de la cuenca del Volga, argumenta Josephson. Muchos proyectos soviéticos "zombis" han vuelto a la vida en la Rusia moderna. Cerca de Kamchatka, en el lejano oriente de Rusia, un propuesto complejo de energía mareomotriz de 100 gigavatios que antes se consideraba demasiado caro, está siendo reevaluado como una posible fábrica de hidrógeno. Se planean dos grandes centrales hidroeléctricas más, también discutidas en la era soviética, para el Angara, el único río que fluye desde el lago Baikal en el este de Siberia. Pero con seis estaciones en total, los activistas temen que el Angara se convertirá en "una cascada de embalses muertos". El Amur, el río en la frontera entre Rusia y China, recientemente se desbordó, lo que causó inundaciones y casi 7.500 millones de dólares (6.614 millones de euros) en daños a la propiedad y reactivando los planes para presas y centrales en las llanuras que se habían hecho en las décadas de 1970 y 1980.
En 2017, cuando el Canal de Moscú cumplió 80 años, el CEO de la empresa estatal que lo gestiona dijo a los medios de comunicación: "Es difícil de imaginar, pero el río Moskva tiene aproximadamente un 80 % del Volga en estos momentos", y explicó que antes de la construcción del canal, a principios de la década de 1930, la situación era tan terrible que el Moskva se había reducido a un arroyo; justo al lado del Kremlin, se podía simplemente cruzar ese río andando. Mientras que las ciudades del Volga río abajo se enfrentan a crecientes riesgos hídricos, las autoridades de agua de la capital rusa informan que, en el futuro previsible, Moscú está fuera de peligro.
Eso quiere decir que el Volga se ha utilizado para abastecer a la capital rusa. Pero Josephson reflexiona así: "¿De quién es la tierra que se está destruyendo y el agua que se está contaminando para que alguien pueda ganar dinero? El Volga sirve al Kremlin. Es de Moscú. Ya no pertenece a la gente que vive al lado del Volga".