Lakers-Celtics, una guerra eterna por el trono de la NBA
Del fallo de Frank Selvy al MVP amargo de Jerry West; el Memorial Day Massacre, el partido del calor (heat game), el junior sky hook de Magic Johnson, el robo de Gerald Henderson a James Worthy, la evolución del big three de los Celtics de Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish a Paul Pierce, Ray Allen y Kevin Garnett; la redención tras derrotas muy dolorosas de los dos mayores ídolos que ha tenido la afición de los Lakers, Magic Johnson y Kobe Bryant… Las batallas entre Lakers y Celtics resuenan en los huesos del deporte estadounidense, hunden sus raíces en la prehistoria del baloncesto e hilan una tradición que, seguramente, salvó la NBA. O, como mínimo, la convirtió en la competición extraordinaria con la que convivimos ahora.
A la altura del Packers-Bears en la NFL, el Yankees-Red Sox en la MLB o las mil cuentas pendientes del deporte universitario, del Duke-North Carolina en baloncesto a los campos de football: Michigan-Ohio State, Texas-Oklahoma… la rivalidad, de costa a costa del país, entre Lakers y Celtics es una carrera de más de seis décadas por el trono de la NBA, una que les ha elevado y diferenciado del resto. Una categoría extra: 17 títulos los Celtics, 17 los Lakers. Ninguna otra franquicia tiene más de seis. Y doce Finales en las que se han enfrentado cara a cara, con todo en juego. En 1963 los Celtics adelantaron a los Lakers (seis títulos a cinco) después de un 4-2 en el duelo directo de esa Final. Desde entonces, los verdes habían ocupado el trono con una ventaja que llegó a ser de 14 a 6 en 1976. Pero el último título de los Lakers, el de LeBron James y Anthony Davis en la burbuja sanitaria de Walt Disney World, ha colocado unas tablas históricas, diecisiete batallas para cada uno en una lucha que jamás termina. Una pelea por la hegemonía. Es la gran guerra eterna del baloncesto mundial, y esta es su historia.
1.- Todo volvió a empezar en Salt Lake City Respuesta
2.- Elige tu armaRespuesta
3.- El camino a la perfecciónRespuesta
4.- El nacimiento del Beat L.A.Respuesta
5.- Lagos, Russell y las primeras dinastíasRespuesta
6.- Kobe Bryant contra el Big 3Respuesta
7.- Chispa celtic en CaliforniaRespuesta
8.- Una historia hecha a base de historiasRespuesta
Todo volvió a empezar en Salt Lake City
En realidad todo empezó, al menos tal y como lo entendemos ahora (regresó), un 26 de marzo, en el Special Events Center de Salt Lake City. La capital del estado mormón, Utah; una pequeña ciudad de menos de 200.000 habitantes, entre el desierto y la montaña, anclada en un mercado minúsculo y, desde luego, sin una gran tradición de baloncesto. En diciembre de 1975 la ABA había finiquitado Utah Stars, un equipo que ganó el título en 1971, nada más trasladarse desde Los Ángeles, y que se quedó literalmente sin un duro y murió a las puertas de la unión NBA-ABA que, en 1976, envió a la Liga nodriza a cuatro franquicias supervivientes: Denver Nuggets, Indiana Pacers, San Antonio Spurs y New York Nets.
En aquel marzo estaba a punto de anunciarse el traslado (a partir de la siguiente temporada, 1979-80) de los Jazz desde Nueva Orleans, donde los problemas económicos obligaban a la mudanza, para nada algo exótico en el baloncesto profesional de entonces. Sin tiempo para solicitar y pulir los cambios de imagen que habrían sido necesarios, la franquicia conservó el nombre de la música Jazz y los colores del Mardi Gras (amarillo, morado, verde) aunque pasó a jugar en Utah, donde el Jazz y el Mardi Gras resuenan tan lejanos.
En aquella temporada 1979-80 llegó el tiro de tres a la NBA, y llegaron Magic Johnson y Larry Bird. Y todo cambió. Curiosamente, esos Jazz pudieron tener a Magic, pero en 1976 habían entregado sus primeras rondas de 1977 y 1979 a los Lakers como compensación, en tiempos en los que la agencia libre no existía como tal, para firmar a Gail Goodrich, un excelente base que había formado pareja exterior con Jerry West en el equipo campeón de 1972 y que ya había jugado sus mejores años de baloncesto. Los Jazz, seguramente, no imaginaban que serían tan malos en 1979 y que su pick seria tan valioso en ese draft, precisamente, en el que estaría a tiro un jugador que iba a transformar la historia del baloncesto y que acabó en los Lakers gracias a esa operación y a una moneda al aire. Así se resolvía entonces el número 1 del draft entre los peores equipos de Oeste (Chicago Bulls antes de su cambió de Conferencia) y Este (la baza de los Lakers heredada de los Jazz). La suerte sonrió a los Lakers, que se llevaron a Magic Johnson.
Magic echó el 26 de marzo de 1979, en la final universitaria más vista de la historia, su primer gran pulso a Larry Bird, que sería durante su carrera némesis y, finalmente, amigo inseparable. Fue elegido Mejor Jugador de la Final Four y allí, en las instalaciones de la Universidad de Utah, sus Spartans de Michigan State superaron (75-64) a los Sycamores de Indiana State, el equipo de Larry Bird que llegaba invicto (33-0) a una final retransmitida por NBC y que fue seguida por un 20% más de telespectadores que la de 1978 y reunió a casi 40 millones de personas con un rating que superó el 24%. Lo nunca visto.
15.000 personas, a una media de 15 dólares por entrada y con apenas 5.000 asientos liberados por la NCAA para aficionados de Salt Lake City, vieron el prólogo de una de las historias más grandiosas que ha dado el deporte: Magic Johnson anotó 24 puntos y capturó 7 rebotes y Bird sumó 19+13 pero se quedó en un 7/21 en tiros impropio en él. Tenía 22 años por los 19 de Magic, y en su caso ya había sido drafteado un año antes, en 1978. Un frustrado paso de 24 días por la Universidad de Indiana, donde llegó con 75 dólares y sin apenas ropa, antes de regresar a su pueblo, French Lick, le supuso un gran disgusto con su madre (hasta que un año después se fue a Indiana State) y lo convirtió en legalmente elegible para el draft de 1978. Fue tanteado por los Pacers, el equipo de su Indiana natal, pero estos enviaron su número 1 a los Blazers, que trataron de convencerlo de todas las formas inimaginables, incluso con gente que le abordaba por la calle para aconsejarle que se fuera a Oregón. Con el 1 recién adquirido y el 7 que ya era de su propiedad, tenían clara su jugada: eligieron primero a Mychal Thompson, nacido en Bahamas, primer número 1 no estadounidense de la historia... y futuro compañero de Magic en los Lakers. Pero para su segunda elección ya no estaba allí Larry Bird: el mítico Red Auerbach, la gran leyenda de los Celtics, se lo llevó con el 6 sin haber hablado todavía ni una sola vez con él.
Magic y Bird llegaron juntos a la NBA en el inicio de aquella temporada 1979-80 que lo cambió todo. Arrastraban la atención de todo el país, admirado por aquel choque de estilos que se había librado en Salt Lake City y atraído por el encaje de ambos en Lakers y Celtics, que habían sido rivales encarnizados en los años 60. Pero, desde aquellas ya lejanas colisiones, Bill Russell y Wilt Chamberlain se habían ido, la NBA se había metido en disputas con la ABA y era considerada por el gran público una Liga demasiado negra y con un galopante problema con las drogas: según un artículo de Los Angeles Times en 1980, entre un 40 y un 75% de los jugadores de la NBA las consumían, en muchos casos con un patrón claramente adictivo. Simon Gourdine, el gran directivo afroamericano en el deporte profesional de los años 70, advertía como mano derecha del comisionado de que se estaba, una vez más, aireando sambenitos de raza: ya por entonces (y como ahora) el 75% de los jugadores de la NBA eran negros, una cifra a la que se adecuaba sospechosamente el dato ofrecido por el artículo de Los Angeles Times.
David Stern, que se convirtió en comisionado en 1984 y ejerció el cargo hasta 2014, no tenía problemas en culpar a la droga y los prejuicios de raza de los malos tiempos que vivía una competición con gradas medio vacías, sin un contrato televisivo viable y con partidos emitidos en diferido, incluso en las Finales. Las entradas en 1979 costaban una media de 50 dólares, algo que se veía como excesivo para unas familias que veían con recelo como los salarios de los jugadores se situaban en una media de 130.000 dólares anuales, con un mínimo de 30.000 y el top en el millón. Entre la población blanca de los barrios residenciales no cuajaba una NBA que se había ido quedando sin grandes referentes de su raza; una Liga con 198 afroamericanos, el 73% de los jugadores totales (273) en las (entonces) 22 franquicias. Las once primeras elecciones del draft de 1979 fueron para jugadores negros, y en ese training camp los Knicks presentaron el primer equipo totalmente afroamericano de la historia. “Eso aquí no es un problema, en otros sitios sí lo sería. En una ciudad como Boston sería un buen problema”, decían desde los despachos de la Gran Manzana, donde la menor afluencia al Madison se veía como el simple efecto del bajón competitivo de un equipo que venía de la gloria y los anillos en el inicio de la década. Un roster de leyenda que tenía dos forwards blancos en su quinteto titular (Bill Bradley y Dave DeBusschere) pero tres grandes estrellas negras: Walt Frazier, Earl Monroe y Willis Reed.
La NBA no solo se veía con malos ojos entre la comunidad blanca acomodada: los educadores de las zonas deprimidas de mayoría afroamericana recelaban abiertamente de la cultura del éxito deportivo que ofrecía un elixir de gloria y riqueza al que solo accedían unos pocos. Paul Silas, presidente entonces del sindicato de jugadores, lideraba los primeros esfuerzos de la Liga por comprometerse con esas comunidades y reconectar con los barrios de los que, en esencia, salían tanto y tantos de sus jugadores: “Sabemos que en la NBA hay 240 jugadores y en Estados Unidos más de 240 millones de personas. Así que tenemos claro que somos uno entre un millón”. Los jugadores también veían con preocupación la caída de las audiencias, las calvas en las gradas de los pabellones y la mala prensa que acompañaba a la Liga y a ellos, sus grandes protagonistas.
Pero en 1979 llegaron Bird y Magic. La colisión de dos formas de vivir, de jugar y de mostrarse al mundo. La sonrisa de Magic, los silencios hoscos de Bird, que antes de su famosísimo duelo universitario ya se refirió sin ninguna simpatía al rival que iba a marcar toda su carrera: “Él sonríe jugando pero yo no. Cuando estás empatado y queda poco tiempo no se puede sonreír. Parece que se ríe de los rivales… yo solo espero que no se ría de mí”. Uno blanco y otro negro, uno en los Lakers y otro en los Celtics, el gran duelo de los añorados sesenta, la colisión de las dos costas, Este vs Oeste. Un enigma contra un showman, misterio contra carisma y dos jugadores extraordinarios, que trascendían sus posiciones en pista (base y alero) y que terminaron cambiando la historia del deporte y convirtiendo a la NBA en la Liga moderna, rica y lanzada a un futuro que luego llevó al hiperespacio el fenómeno Michael Jordan. Pero todo, la rivalidad que salvó a la NBA, había empezado en Salt Lake City un 26 de marzo de 1979.
Del odio a la amistad: elige tu arma
Bird y Magic se enfrentaron por primera en la NBA el 28 de diciembre de aquel 1979, en el Forum de Inglewood: 123-105 para los Lakers, 23 puntos, 8 rebotes y 6 asistencias para Magic, 16+4+3 para Bird. Al final de esa primera temporada para ambos, el de los Celtics se llevó el premio de Rookie del Año pero Magic se llevó el anillo y el MVP de las Finales con solo 20 años y 276 días (récord de precocidad que sigue vigente). Aquel primer partido en California se jugó nueve meses después de la final universitaria y en una NBA que iba a dejar atrás una década en la que solo había colado un partido entre los diez más vistos en televisión: de las Finales de 1974, entre Bucks y Celtics. El resto era dominio del College por aplastamiento. Dallas Mavericks llegaría un año después, en la temporada 1980-81, poniendo 12 millones de dólares para abonar una expansión que a los Hornets (entonces Bobcats) les obligó a pagar 300 millones en 2004. La progresión es obvia.
CBS emitía la mayoría de los partidos en diferido porque las audiencias no invitaban a otra cosa y Stern no había comenzado su revolución: marketing, aprovechamiento del merchandising y explotación de los pabellones como centros integrales de ocio. Pero nada habría funcionado, no al nivel al que acabó funcionando, sin las estrellas, unos referentes que ocuparon lo que había llegado a parecer un espacio vacío. Por las lesiones de Bill Walton y por el poco éxito colectivo que Kareem Abdul-Jabbar, extraordinario pero sin demasiado carisma ni una buena imagen pública, experimentó en sus primeros años en los Lakers… hasta, de hecho, la llegada de Magic Johnson, un jugador único que había recibido su apodo cuando jugaba todavía en el instituto en Lansing, en la dura Michigan donde su padre trabajaba en los turnos de noche de General Motors. A menos de 600 kilómetros, en la mucho más rural French Lick de Indiana, Larry Bird tuvo una infancia austera en una familia muy distinta pero en la que tampoco sobraba nada.
Así que antes de que Magic abrazara y personificara el glamour y la esencia de Hollywood, ambos eran dos jugadores de la América blue collar, las raíces profundas y obreras del país, lejos emocionalmente de Boston y muy lejos, en todos los sentidos, de la soleada California. Dos promesas de tiempos mejores y dos caras de la misma América, aunque costara creerlo. Juntos, antes de la final universitaria y de la rivalidad enfermiza en la NBA, compartieron equipo catorce años antes del Dream Team y de la explosión definitiva de la NBA global a partir de Barcelona 92. Fue en 1978 y durante ese inventó que fue el WIT (World Invitational Tournament), en el que una selección de universitarios estadounidenses jugó partidos contra Cuba, Yugoslavia y la Unión Soviética de Georgia a Carolina del Norte y Kentucky. En Lexington, en el ilustre hogar de los Wildcats, Magic y Bird compartieron banquillo como parte de la segunda unidad del equipo que dirigía Joe B. Hall. De esa concentración volvieron entusiasmados el uno con el otro: “Ese blanquito es bueno de verdad, el jugador más duro que he visto” dijo Magic a sus allegados; “Ya entonces era el mejor base del equipo”, decía un Bird que se pasaba las horas mirando ensimismado el paisaje de Kentucky mientras Magic hacía migas con Sidney Moncrief, la estrella de Arkansas que fue número 5 en su draft, el de 1979, y que triunfó en los Bucks, donde fue cinco veces all star y donde ganó las dos primeras ediciones del premio al Defensor del Año.
La evolución de la relación entre los dos astros, las dos figuras que polarizaron e impulsaron hacia el infinito a la NBA, es un amasijo apasionante de emociones, competitividad llevada al límite y un respeto que primero se expresó en un odio perfectamente visible y después en una amistad que acabó con Magic en el centro del Garden y con la camiseta de los Celtics puesta en la ceremonia de retirada de Bird. Este había reconocido que durante años lo único que miraba por las mañanas era las estadísticas de Magic Johnson, que a su vez era muy claro cuando hablaba de su gran rival: “Le odiaba todavía más cuando me daba cuenta de que eral el jugador que siempre me podía ganar”.
En 1992 Bird y Magic jugaron juntos en Barcelona, padrinos junto a Michael Jordan del mejor equipo jamás reunido, el Dream Team que enamoró al mundo y transformó definitivamente a la NBA como mercado de foco internacional. La era Jordan había comenzado. Bird tenía le espalda hecha un siete, y de hecho se retiró después de los Juegos Olímpicos, y Magic jugaba menos de un año después de haber anunciado al mundo que era portador del virus del VIH. Fue el 7 de noviembre de 1991, tras perder la Final contra los Bulls de Jordan que estrenaron palmarés, y fue uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia del deporte estadounidense. Magic, que había descubierto la infección en las pruebas médicas previas a la temporada 1991-92, se convirtió entonces en un embajador crucial para la lucha contra el SIDA, tanto la enfermedad como los prejuicios y la desinformación que la alimentaban. Entre el puñado de íntimos a los que llamó para darles la noticia en primera persona antes de comparecer ante la prensa destacaba el nombre de su gran amigo y viejo enemigo, Larry Bird.
“Llevamos conectados desde la universidad. Nos hemos pasado la vida pensando el uno en el otro. Sabía que querría oír la noticia de mi boca, sabía que querría saber que todo iba a ir bien y sabía que me iba a apoyar”, dijo Magic, que estuvo a punto de conseguir que se quebrara Larry Bird, el tipo inquebrantable: “Es uno de los peores momentos, de las peores sensaciones que he vivido. Fue muy difícil. Por entonces, creíamos que el VIH era una sentencia de muerte. Pero cuando me dijo que estaría bien le creí, básicamente porque siempre cumplía con todo lo que decía cuando jugaba, ya fuera ganar partidos o campeonatos. Yo amaba el baloncesto, me pasaba el día queriendo jugar, entrenar… pero después de esa llamada fue la única vez en toda mi vida en la que no quería saber nada de baloncesto”.
Desde Salt Lake City en 1979 a la llamada a Larry Bird antes de su dramático anuncio en 1991 habían pasado doce años, partidos en un eje perfecto por un tranquilo 12 de septiembre de 1985 en West Baden, al lado del pueblo natal de un Bird apodado The Hick From French Lick (el paleto de Frenck Lick). Aquel día los enemigos se hicieron amigos de la forma más sencilla: compartiendo mesa en casa de Georgia Bird, una madre que recibió a Magic con abrazos, té helado, limonada, pollo frito y pastel de cerezas cuando el astro de los Lakers llegó a la Indiana profunda en una comitiva de tres limusinas. Converse, que tenía a ambos en cartera, sudó tinta para conseguir que se comprometieran a hacer un anuncio juntos. Eran tiempos en los que el marketing estaba en pañales y pocos jugadores tenían contrato personal de zapatillas. “Choose Your Weapon” (elige tu arma) fue una mítica campaña de esa marca para vender su nuevo modelo con dos formatos, uno con los colores de los Lakers y otro con los de los Celtics. Los dos equipos que ya dominaban la NBA y, cada vez más, el mundo. Era cuestión de que cada uno eligiera bando... y zapatillas.
A Bird le consumía aquel encuentro porque creía que no era bueno acercarse demasiado al gran rival al que se había enfrentado en dos Finales seguidas (ganó en 1984, perdió en 1985). A Magic, porque no sabía cómo iba a reaccionar el arisco Bird y se temía que su entrenador, el mítico e hípercompetitivo Pat Riley, montaría en cólera por lo que seguramente consideraría una confraternización innecesaria con el enemigo. Para evitar que finalmente hubiera anuncio, Bird exigió que se rodara en su pueblo, en la Indiana rural. Para sorpresa del 33 de los Celtics, Magic aceptó, pidió más dinero para todos e hizo un viaje que cambió su vida para siempre. Camino de la casa de la madre de su gran rival descubrió un paisaje no muy distinto al de su Lansing natal. Y en cuanto, sentados a la mesa, se rompió el hielo, los dos vieron que en realidad, y por increíble que pudiera parecer, no eran tan distintos: hijos del Medio Oeste, de familias muy humildes, padres deslomados a base de trabajar y con más al alcance de sus manos de lo que jamás podrían haber imaginado solo por practicar un deporte al que podía jugar cualquier niño. Pero, eso sí, por practicarlo como nadie hasta entonces lo había hecho en toda la historia. Elige tu arma.
Cinco grandes entrenadores de los Lakers
El camino a la perfección
Magic Johnson llegó en 1979 a unos Lakers que venían de ganar 47 partidos y jugar las semifinales del Oeste con Kareem Abdul-Jabbar, Jamal Wilkes, Norm Nixon y un Adrian Dantley que se fue a los Jazz para hacer sitio a Spencer Haywood, la estrella que cayó en desgracia, sucumbió al infierno de la droga y acabó trazando un plan para asesinar al entrenador que llevó al equipo al título en 1980, Paul Westhead. Era un equipo con mucho talento pero sin chispa vital que sumó a una megaestrella en ciernes, Magic, que no era una chispa vital: era el Big Bang. Larry Bird heredó una situación muy diferente. Tres años después del anillo de 1976, los Celtics eran un bloque se había quedado dos años seguidos sin playoffs, el último con solo 29 victorias. De ahí saltaron a 61 y plaza en segunda ronda del Este, donde cayeron contra unos tremendos Sixers (Julius Erving, Darryl Dawkins, Lionel Hollins, Bobby Jones, Mo Cheeks…), el rival más íntimo en su Conferencia.
En esa primera temporada, Bird promedió 21,3 puntos, 10,4 rebotes, 4,5 asistencias y 1,7 robos. Y fue elegido Novato del Año. Magic acabó en 18+7,7+7,3+2,4 y firmó en las Finales, contra los mismos Sixers que habían apartado de su camino a Bird, una de las hazañas más prodigiosas en la historia de la lucha por el anillo. En Philadelphia, territorio comanche, y con Kareem Abdul-Jabbar fuera por una lesión de tobillo, el rookie de Michigan State inició el partido como pívot, jugó en todas las posiciones y decidió el título (4-2) con 42 puntos, 15 rebotes y 7 asistencias rumbo al MVP de la Final.
Fue la primera de diez Finales consecutivas (1980-89) en las que siempre estuvieron o Lakers o Celtics. Disputaron ocho los angelinos, que solo dejaron espacio para los Rockets (que perdieron en 1981 y 1986 contra los Celtics). Y cinco los verdes, a los que se les colaron tres veces los Sixers y dos los Bad Boys de Detroit Pistons, el equipo que clausuró los felices 80 y llevó a una NBA ya sin inocencia a las batallas siderúrgicas de la siguiente década, la industria pesada sobre la que hizo poesía Michael Jordan. Los Lakers ganaron cinco anillos (1980, 1982, 1985, 1987 y 1988) y los Celtics tres (1981, 1984, 1986). Y, sobre todo, se enfrentaron en tres Finales tremendas (1984, 1985 y 1987), la primera con triunfo de los del Este y las dos siguientes con revancha de los californianos, que comenzaron ahí una caza que no terminó hasta 2020, en la burbuja de Florida y con LeBron James a los mandos: 17 anillos para cada uno, los dos unidos en los más alto de un palmarés en el que les sigue, muy lejos, Golden State Warriors y Chicago Bulls (6).
En el verano de 1986, los Celtics habían jugado 18 Finales y habían ganado 16, una efectividad prodigiosa. Los Lakers estaban en un áspero 9 de 20, acomplejados ante un rival al que por fin habían doblegado en 1985 (y ganarían de nuevo en 1987) después de ocho derrotas seguidas, siete entre 1959 y 1969. Desde aquel 1986, los Celtics solo han ganado el título de 2008, precisamente contra unos Lakers que han sumado ocho más entre 1987 y 2020, incluido el de 2010 en el que derrotaron a los Celtics por primera vez en un séptimo partido. El balance en enfrentamientos directos es 9-3 (para los de Massachusetts, claro) en doce series por el anillo. Cinco de ellas se fueron a siete partidos y diez a un mínimo de seis. Colisiones gigantescas que son la carne y los huesos de la NBA: entre ambos colosos suman 34 anillos de 74 totales: un 45% de las temporadas jugadas hasta hoy han terminado con victoria de uno u otro. La guerra eterna.
Durante esa década de los 80, Estados Unidos se enamoró, otra vez y más que nunca, de una NBA que dejó de televisarse en diferido y que saltó a las pantallas de todo el mundo: en España en 1988 con el inolvidable “Cerca de las Estrellas” de TVE. Los pabellones se llenaron y cada duelo entre Lakers y Celtics era una pelea por el status quo, una lucha por la supervivencia, un combate entre dos formas de vida librado por dos rivales que trataban de reescribir su historia y cambiaron, al hacerlo, la del deporte estadounidense. Y que crecieron a base de obsesionarse con derrotar al otro, con estar siempre preparado, con tener armas para contrarrestar las que sabían que iban a ser usadas contra ellos. Así forjaron cada uno la mejor versión de sí mismo y dos de los mejores equipos que jamás han pisado una cancha de baloncesto: los Celtics campeones en 1986 y los Lakers que se llevaron el título en 1987.
SB Nation realizó durante el confinamiento un bracket con el que pretendía decidir cuál era el mejor equipo de la historia para los aficionados a la NBA. En paralelo, sumó todas las variantes posibles para determinar su propia lista, más científica, al margen de la que iba a arrojar, con emparejamientos hasta dar con un campeón, el voto popular: puntos, ratings ofensivo y defensivo, potencial de sus rivales en aquella temporada completa, victorias en playoffs, número de MVPs y all stars…los aficionados eligieron a los Bulls de 1996 (el año del 72-10 de Michael Jordan y compañía) por delante del equipo favorecido por las cuentas de SB Nation: los Warriors de 2017; la mejor versión del eje Stephen Curry-Klay Thompson-Andre Iguodala-Kevin Durant-Draymond Green, el quinteto de la megamuerte. En semifinales se habían quedado los Lakers de 1972, el equipo que rompió el maleficio en L.A. con Jerry West y Wilt Chamberlain, y los Celtics de 1986, que precisamente habían derrotado en la ronda anterior, cosas de los cruces, a los Lakers de 1987. En la lista científica los Warriors 2016-17 aparecían como el mejor campeón de siempre y los Celtics de 1986 eran segundos, por delante de los Bulls pluscuamperfectos de 1996. Los Lakers de 1987 eran séptimos.
En 1987 Lakers y Celtics se enfrentaron por última vez en unas Finales hasta 2008. Fue el segundo triunfo seguido de los Lakers, tras el de 1985, después de ocho derrotas consecutivas contra el odiadísimo rival. El fin definitivo de los complejos. Un año antes, los Rockets de las torres gemelas (Hakeem Olajuwon y un Ralph Sampson por el que habían suspirado los Lakers cuando iba a salir de Virginia) evitaron la tercera Final seguida entre morados y verdes con cuatro victorias seguidas ante unos Lakers boquiabiertos: de 1-0 a 1-4 con una canasta final de Sampson, absolutamente milagrosa, para consumar la rebelión en el quinto partido.
Así que los Celtics, que habían ganado en el 84 y perdido en el 85, llegaron a las Finales de 1986 pero en esa ocasión no se encontraron allí a los Lakers, un disgusto para un Larry Bird que ventiló a los Rockets (4-2) con 24 puntos, 9,7 rebotes, 9,5 asistencias y 2,7 robos por partido. En su última plenitud antes de que los problemas de espalda derivaran en martirio, Bird (camino de los 30 años) ganó su tercer anillo, su tercer MVP seguido, el segundo MVP de Finales, el primer concurso de triples (también se llevó el segundo y el tercero) y fue elegido Deportista del Año por Associated Press. También, claro, fue all star e integrante del Mejor Quinteto de aquella temporada 1985-86 por la que los Celtics pasaron como un torbellino: 67-15 total y 40-1 como local (una marca que no igualó nadie hasta los Spurs en 2016), con 37-1 en el mítico Garden y 3-0 en el Hartford Civic Center. Y 11-1 por los playoffs del Este, con barridas a los Bucks en la final y a los Bulls (3-0) en primera ronda, incluido el legendario partido de los 63 puntos de Michael Jordan en el que Bird dijo que había visto en el Garden a “Dios disfrazado de jugador de baloncesto”. Ganaron, después de dos prórrogas, unos Celtics acorazados y a prueba de Jordan.
KC Jones, que como jugador había ganado ocho anillos con la franquicia, dirigió a un equipo casi perfecto y se convirtió en el segundo entrenador afroamericano con más de un anillo ganado en los banquillos. El otro es Bill Rusell… también con los Celtics. El equipo excelente pero más volátil de años antes (Tiny Archibald, Cedric Maxwell, Chris Ford, Gerald Henderson…) había dado paso a la versión marcial de un quinteto todos los aficionados se aprendieron de memoria: Dennis Johnson, Danny Ainge, Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish. Y en el banquillo Jerry Sichting, recién llegado de los Pacers, Scott Wedman (all star en 1976 y 1980), Rick Carlisle (hoy uno de los mejores entrenadores de la Liga) y, claro, Bill Walton, el gigante rojo que fue elegido Mejor Sexto Hombre después de haber sido MVP y MVP de las Finales en 1978 y 1977, con los Blazers.
La forja de aquel poderoso campeón fue una suma de golpes geniales de Red Auerbach, el patriarca que construyó, uno de los pilares de la NBA moderna, la gran dinastía verde de los años cincuenta y sesenta. Trasladado a los despachos, se adelantó primero para llevarse a Bird antes de su último año en Indiana State, y en 1980 urdió uno de los mejores traspasos de la historia: dio a los Warriors el número 1 del draft (fue Joe Barry Carroll) que tenía gracias a los Pistons junto a otro pick de primera ronda (el 13: Rickey Brown) a cambio de la primera ronda de los de la Bahía (el número 3) y un pívot que llevaba cuatro años en Oakland. El pick fue Kevin McHale, el pívot era Robert Parish. El big three Bird-McHale-Parish sigue siendo uno de los frontcourt más temidos de la historia del baloncesto, en aquella temporada apoyado desde el banquillo por Bill Walton, el único que puede discutir a Kareem Abdul-Jabbar el trono de mejor jugador universitario de siempre y un proyecto de leyenda al que las lesiones destrozaron… pero respetaron en aquel último año mágico, en Boston. Auerbach desoyó a sus médicos y se hizo con él, algo que Jerry Buss no se atrevió a hacer en los Lakers, dando a los Clippers a cambio a Cedric Maxwell (MVP de las Finales de 1981) y un pick de primera ronda que acabó convirtiéndose, ya en manos de Portland Trail Blazers, en Arvydas Sabonis.
Como sabía que las opciones de su equipo iban a acabar pasando por frenar a bases como el endiablado Andrew Toney de los Sixers y el inigualable Magic Johnson, Auerbach se había hecho en 1983 con Dennis Johnson, un excepcional defensor y un base grande y muy fuerte que había sido MVP de las Finales en 1979, con los Supersonics. Danny Ainge, finalmente, fue una diana perfecta en el draft: elegido en segunda ronda, número 31 en 1981. Aquellos Celtics eran una sinfonía perfecta, una defensa aterradora con un frontcourt inacabable y dos perros de presa por fuera; y un ataque colectivo y armonioso en el que el balón volaba con Bird como origen y casi siempre también como destino. La mejor defensa y el tercer mejor ataque de la temporada 1985-86 y un bloque que sumó entre Regular Season y playoffs 82 victorias totales, un récord por entonces. Y que un año después, en 1987, perdió en las Finales contra unos Lakers pluscuamperfectos.
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— BDA Diabetes SG 💙 Wed Jun 02 07:57:05 +0000 2021
Porque en 1987 los Lakers, que venían del costalazo contra los Rockets, jugaron una temporada formidable, histórica: 65 victorias (65-17) y 11-1 en los playoffs del Oeste antes del 4-2 a unos Celtics desbordados en la Final. Era un equipo con una muy buena defensa pero sobre todo, al ritmo Magic Johnson, el mejor ataque que jamás había pisado hasta entonces una cancha de baloncesto. Magic (23,9 puntos, 6,3 rebotes, 12,2 asistencias) lanzaba transiciones supersónicas para las finalizaciones de Byron Scott y James Worthy, AC Green hacía el trabajo sucio y Kareem Abdul-Jabbar se acomodaba, ya con muchos años encima, como secundario de lujo. Con Michael Cooper (Defensor del Año), Mychal Thompson y Kurt Rambis, los Lakers tenían físico y dureza para desmontar a los Celtics, su última barrera. Magic fue MVP y MVP de las Finales en la evolución perfecta de un equipo, al ritmo de Pat Riley, que ya no contaba con Norm Nixon y Jamaal Wilkes, dos jugadores esenciales en los títulos de 1980 y 1982.
Aquel equipo perfecto, ideal en ataque para desmontar al resto de rivales y fortalecido atrás para superar también a los Celtics, un cansado pero orgulloso campeón, también nació de una excelente arquitectura de despachos. Después de la operación gracias a la que se hicieron con Magic Johnson, los Lakers tuvieron el número 1 del draft otra vez en 1982, como vigente campeón y gracias a un trade cerrado con los Cavaliers dos años antes. Así se hicieron (moneda al aire contra los Clippers) con James Worthy, un complemento ideal para Magic y un campeón universitario en la North Carolina a la que acababa de llegar Michael Jordan. Como Ainge en el caso de los Celtics, AC Green fue un caso de buena vista en el draft (número 23 en 1985), y Byron Scott fue un número 4 en 1983 que los Lakers le birlaron a los Clippers, que lo habían seleccionado, a cambio de un Norm Nixon cuya relación con Magic Johnson (solo había un balón para los dos guards, y estaba claro a quién pertenecía) se había vuelto insostenible. Aquel equipo, la evolución definitiva del Showtime, ganó a los Celtics en 1987 y contuvo (4-3) un año después a la primera versión de los Bad Boys de Detroit Pistons. Los últimos títulos, y seguramente los más dorados, de una década inigualable en la que la franquicia angelina reinventó el baloncesto como juego y como negocio, jugó ocho Finales y ganó cinco títulos.
Cinco grandes entrenadores de los Celtics
Los Sixers y el primer 'beat L.A.'
Boston y Philadelphia, dos de los grandes ejes del deporte americano de la Costa Este y dos ciudades separadas por menos de 450 kilómetros, protagonizan una de las rivalidades deportivas más encarnizadas y legendarias del deporte estadounidense. Por tierra, mar y aire, en todas las competiciontes. También en una NBA donde el Sixers-Celtics es el duelo más señalado para los de Boston tras, claro, el icónico Celtics-Lakers que subraya todo lo que tienen de polos opuestos los dos lados de EE UU.
Celtics y Sixers apilan veinte anillos (17 los Celtics, 3 los Sixers) y 27 Finales (21 y 6) a las que han tenido que llegar pasando uno por encima del otro en 19 ocasiones. Sus duelos hunden raíces en los años 50 y encuentran sus primeras epopeyas en los 60, la década de los ocho títulos seguidos de los Celtics de Bill Russell, una racha inalcanzable que rompieron precisamente los Sixers en la final de Conferencia de 1967, el año del segundo y penúltimo (1955, 1983) título de la franquicia. Dos antes, en 1965, los Celtics se llevaron en el Garden una increíble serie (por entonces final de División): 4-3 en un séptimo partido resuelto in extremis (110-109) con un robo decisivo de John Havlicek a falta de cinco segundos que quedó inmortalizado por el locutor de Boston Johnny Most con su icónico “Havlicek stole the ball! It’s all over, It’s… all…over!”. En 1968, los Celtics se vengaron y avanzaron hacia el décimo de sus once anillos casi, casi seguidos con una remontada épica: de 3-1 a 3-4, eliminando al campeón en su recién estrenado Spectrum (96-100) con la defensa de los Celtics permitiendo solo 9 tiros de Wilt Chamberlain.
De aquella primera era a los albores de los años dorados en los 80: los Sixers se hicieron con Julius Erving, el Dr. J, en 1976, Larry Bird llegó a los Celtics en 1979 y puso en marcha seis años de batallas (el puente arcoiris hacia el Este de los Bad Boys de Detrois y los Bulls de Michael Jordan) que no entendían ni de amistosos: en uno, en 1983, se enlazaron tanganas hasta que el mismísimo Red Auerbach tuvo que bajar de la grada para poner paz.
Campeones en 1976, los Celtics perdieron en 1977 después de siete partidos contra los Sixers y no se recuperaron hasta la llegada de Bird. Entre 1980 y 1985, estas dos franquicias se enfrentaron cuatro veces en playoffs y dejaron algunos de los momentos más icónicos de la historia del baloncesto: la final del Este de 1981 es una de las grandes eliminatorias de siempre, 4-3 para los Celtics en un choque de gigantes entre dos equipos que habían ganado 62 partidos (62-20) y en el que los Celtics levantaron un 1-3 con tres victorias en las que siempre remontaron desventajas de más de diez puntos y saldadas por un total de 5: 111-109, 98-100 y 91-90.
Un año después, el Garden vivió uno de los instantes que marcaron el deporte estadounidense de los años ochenta: los Celtics volvieron a convertir un 3-1 de los Sixers en 3-3 pero esta vez no pudieron plantar cara en el séptimo partido, en un Garden que se rindió en el último cuarto y rompió en gritos de “beat L.A.”. Derrotad a Los Ángeles: ya que ellos no podían llegar a la Final para combatir a sus odiados Lakers, ponían en manos de su enemigo del Este el trabajo. Así, con los angelinos a muchos kilómetros, nació un cántico que sigue siendo recurrente en todas las pistas donde juegan unos Lakers que, por cierto, ganaron aquella Final del 82 (2-4) con Magic Johnson como MVP.
En 1983, los Sixers ganaron su último anillo ante los propios Lakers, sin haber jugado contra los Celtics por el camino y tras hacerse con aquel tremendo Moses Malones que casi acierta su apuesta por el ‘fo, fo, fo’ (4-0, 4-0, 4-0) de su equipo en playoffs: 12-1 en las eliminatorias con una sola derrota, ante los Bucks. La bronca entre Julius Erving y Larry Bird en la final del Este del 85 (4-1 para los Celtics, que después perdieron con los Lakers), cerró el último gran capítulo de una historia que desde entonces solo ha tenido pequeñas réplicas, casi todas de color verde.
Lagos, Russell y las primeras dinastías
En California no hay lagos pero el gran equipo de baloncesto del estado se llama Lakers: los de los lagos. Una de esas travesuras que resultan del movimiento de las franquicias, que no siempre va acompañado de renovación de imagen y nombre. Y eso hace que, en los casos más sonados, los Lakers de las playas y Hollywood tengan un nombre inspirado en lagos y que el equipo del estado mormón y la aridez de Basin and Range evoquen a música Jazz y Mardi Gras. New Orleans Jazz siguió siendo Jazz en Utah por falta de tiempo para reconfigurar la imagen de la franquicia durante un traslado a toda prisa en 1979. Y los Lakers siguieron siendo los de los lagos a partir de 1960, cuando Bob Short se los llevó a la soleada California para manejar así la primera franquicia NBA ubicada en la Costa Oeste.
Tras nacer en Minnesota como retoño de un equipo que había tirado la toalla en Detroit (los Gems de la NBL), y con ese nombre que quedaría completamente descontextualizado a cuestas, los Lakers hicieron una mudanza de más de 3.000 kilómetros de la mano de un propietario nacido en Minneapolis pero preocupado por el hundimiento de la asistencia al pabellón tras la retirada de George Mikan. Short, que hizo carrera política con el partido demócrata, se había hecho con el equipo en 1957 y lo vendió en 1965, ya en California y simplemente porque alguien accedió a pagar el precio desorbitado que había fijado para, todavía con dudas sobre qué hacer, espantar a los pretendientes: 5,1 millones de dólares por una franquicia que en la temporada 1964-65, antes de la venta, había ganado más de medio millón de dólares. Un lujo en aquella NBA, y más para un equipo que no encontraba el éxito sin el citado Mikan, el padre de la primera gran dinastía.
Porque antes de Red Auerbach, Bill Russell y los intocables Celtics de los once anillos, estuvieron los Lakers de Minneapolis, el primer equipo dominador de la historia (de la prehistoria, en realidad) gracias a la primera gran súper estrella, el primer mejor jugador de siempre. Con una altura que hoy no sería nada del otro mundo (2,08), Mikan fue el primer gigante en un baloncesto que solo practicaban tipos menudos y muy rápidos. En su Illinois natal y en la DePaul de Ray Meyer pulió hasta la obsesión un gancho a tablero con las dos manos, derecha o izquierda, que fue el primer movimiento indefendible de la historia del baloncesto. El primero que obligó a cambiar normas para evitar su dominio en ataque… y en defensa: el goaltending, la invalidez de los tapones en trayectoria descendiente o sobre la circunferencia del aro, fue una forma de minimizar el terror que inspiraba en los rivales el primer gran pívot de la franquicia de los pívots: después llegarían Wilt Chamberlian, Kareem Abdul-Jabbar, Shaquille O’Neal y, ahora, Anthony Davis.
Mikan nunca ganó más de 35.000 dólares en un año. Acabó vendiendo los recuerdos de sus años de jugador para pagar las facturas médicas que se acumulaban: la diabetes le costó la pierna derecha (que le amputaron por debajo de la rodilla en 2000) y fue la principal causa de su muerte, el 1 de junio de 2005 y con 80 años. Era blanco, desgarbado y con gafas, una imagen de antihéroe provocada por una miopía que le hacía difícil ver el balón. Por eso cuando fue el primer comisionado de la recordada ABA (el experimento loco del baloncesto estadounidense entre 1967 y 1976) obligó a deshacerse del color marrón tradicional y apostó por el balón tricolor (con los colores de EE UU: rojo, azul y blanco) que se convirtió en un clásico y un éxito de ventas que no se capitalizó porque nadie se había acordado de registrar la patente. Así era aquella ABA. Un caos maravilloso, una excentricidad inolvidable.
Mikan fue campeón en la NBL (National Basketball League) en 1947. En esa temporada ganó 12.000 dólares y vio como su equipo, Chicago American Gears, desapareció por problemas económicos. Los Lakers ganaron en una lotería sus derechos y le convencieron con 12.500 dólares que aceptó aunque no tenía ninguna gana de vivir en Minnesota. Allí, con John Kundla como entrenador y compañeros ilustres pero mucho menos ilustres que él (Arnie Ferrin, Vern Mikkelsen, Jim Pollard, Slater Martin…) ganó de todas las formas posibles: en 1948 todavía en la NBL, en 1949 ya en la BAA (Basketball Association of America) que después de esa temporada absorbió los restos del naufragio de la NBL y fundó la NBA, donde los Lakers amasaron cinco títulos en seis años entre 1949 y 1954. En ese tramo, Mikan promediaba más de 28 puntos por partido, anotaba casi un 50% más que los que le seguían en el ranking y llegó a decidir una Final con una muñeca rota: en la BAA, en 1949 y contra Washington Capitols, el equipo que (cosas del destino) entrenaba Red Auerbach. Mikan, que entró en el Hall of Fame en 1959, era una estrella de tal magnitud en un tiempo en el que baloncesto no tenía ninguna más que los Knicks-Lakers del Madison se vendían como “Mikan vs Knicks”. Por eso, básicamente, los Lakers no se plantearon cambiar de nombre cuando se fueron a una tierra sin ningún lago: por Mikan, su estela de éxito y sus anillos de campeón.
Mikan, que había sacado la carrera de derecho mientras jugaba, se retiró en 1956 cansado de las fracturas óseas (diez en su carrera) y con ganas de centrarse en su familia y meter la cabeza en el negocio inmobiliario. Fue el mismo año, un relevo casi exacto, en el que aquel Red Auerbach al que había derrotado en la BAA comenzó a cambiar la historia del baloncesto con el equipo al que llevaba seis años entrenando, unos Celtics fundados en 1946 y que jamás se han movido, con su orgullosa tradición irlandesa, de Boston. El 30 de abril de 1956 se celebró un draft de la NBA en el que Auerbach pudo llevarse a Tom Heinsohn con el pick territorial que permitía que las estrellas universitarias (Holy Cross en este caso) no jugaran muy lejos del área en la que se habían convertido en celebridades. Y pudo hacerse con Bill Russell, elegido con el número 2 por St Louis Hawks y enviado a Boston a cambio de Cliff Hagan y Ed Macauley.
El baloncesto, que había nacido en 1891 en Springfield, Massachusetts, saltó a su mayoría de edad sin salir del estado, a apenas 145 kilómetros y en el legendario Garden de Boston, donde los Celtics apilaron once campeonatos entre 1957 y 1969 y se convirtieron en el único equipo del deporte profesional estadounidense que ha ganado ocho títulos seguidos (1959-66), una cifra que hoy suena a ciencia ficción. En la NBA, de hecho, después de los Lakers de Mikan y los Celtics de Russell, los threepeats (tres títulos consecutivos) han sido rara avis: solo lo han logrado el tramo Kobe Bryant-Shaquille O’Neal en los Lakers (2000-2002) y los Bulls de Michel Jordan, dos veces (1991-93 y 1996-98). Aquellos Celtics son además los únicos con diez Finales seguidas (ganaron nueve, el 90%). El siguiente equipo con más son los Warriors 2015-19, con cinco y un 60% de triunfos (3). En la lista de jugadores con más títulos, Robert Horry (Rockets, Lakers, Spurs: el padre de mil tiros milagrosos en playoffs) se cuela con 7 en una lista que es totalmente celtic: los 11 de Bill Russell, los 10 de Sam Jones, los 8 de KC Jones, Tom Heinsohn, Tom Sanders y John Havlicek, los 7 también de Jim Loscutoff y Frank Ramsey, los 6 ya a continuación del legendario Cousy...
Pero el orgullo verde fue más que eso, un rediseño de la historia más allá de las (incontables) victorias. La devoción, la disciplina, la responsabilidad y el libreto de Auerbach: la única estadística que importaba eran las victorias, el único número, sumar más puntos que el rival en el marcador final. Su equipo tenía que vestirse como un campeón y comportarse como un campeón, lo fuera finalmente o no. Orgullo e integridad: esa era la verdadera esencia del celtic pride. Los anillos fueron consecuencia de ello, no al contrario.
Con Auerbach a los mandos, Bob Cousy como playmaker (un adelantado a su tiempo), Bill Russell como ancla y un lote de secundarios y especialistas inolvidables, los Celtics se convirtieron en los verdaderos padres del baloncesto moderno. Russell, que cambió para siempre la forma de entender la defensa, reboteaba y lanzaba pases a media pista, donde Cousy recibía una bola que no había tocado el suelo e iniciaba unas contras fulgurantes contra las que no había antídoto y que ponían en pie a unas gradas que, por fin, empezaban a llenarse de aficionados. Canastas en menos de cuatro segundos, algo indefendible para los rivales de entonces e inimaginable solo unos años antes. El primer Cousy, justo antes, se había cansado de ver cómo su equipo jugaba en doubleheaders (dos partidos en una misma sesión) que solo atraían mucho público si en el otro encuentro estaban los Globetrotters, a los que la gente veía antes de abandonar en masa el pabellón. Casi nadie se quedaba para ver qué pasaba en el siguiente partido.
En aquella primera NBA, la de varios partidos encadenados en el mismo pabellón y poco público en las gradas, daban menos motivos de conversación los resultados que las peleas entre jugadores en los bares. Cuando unos cuantos de diferentes equipos coincidían en el mismo local, todos sabían lo que venía a continuación en cuanto veían a uno quitarse el reloj de forma ceremoniosa. En tiempos de gestión amanuense, Red Auerbach entrenaba, preparaba los planes físicos y hasta los horarios de viaje, participaba en trifulcas y recibía orgulloso la ira de los aficionados rivales, ya fuera en forma de insultos o de lluvia de huevos desde las gradas. Fue uno de los primeros en, un arma básica en el deporte profesional, convertir esas emociones negativas en carburante, el reverso del puro de la victoria que encendía con los partidos sin terminar, cuando veía que el triunfo estaba amarrado. Entre sus grandes virtudes se contaban la capacidad de adaptarse a la evolución del baloncesto, cuando no la provocaba personalmente, y de elegir bien a sus jugadores y crear roles ideales para todos.
Pero, con perspectiva histórica, si algo se le debe a Auerbach y a Walter A. Brown, el fundador de los Celtics que está en el Hall of Fame del baloncesto y del hockey sobre hielo, fue su capacidad para no distinguir entre colores; o para no valorar ningún color que no fuera el verde. Muchísimo antes de que el racismo dejara de ser un problema gigantesco en el baloncesto profesional, entrenador y propietario rompieron moldes cuando quedaba un buen trecho para que se dejara de repetir por la Liga una sarcástica fórmula sobre los jugadores afroamericanos: "Pon en pista uno si juegas en casa, dos si juegas fuera... y tres si quieres ganar el partido".
Precisamente los Celtics, asentados en una ciudad en la que la cuestión de raza siempre ha sido extremadamente delicada, fueron los primeros en draftear a un jugador negro: Chuck Cooper, número 14 del draft de 1950 y futuro compañero de habitación de Bob Cousy. Fueron los primeros en poner en pista un quinteto totalmente negro, el 26 de diciembre de 1964, después de que el mítico Tom Heinsohn quedara en fuera de juego por lesión: le sustituyó en el siguiente partido Willie Naulls, que formó junto a KC Jones, Sam Jones, Tom Sanders y Bill Russell. Un quinteto, por cierto, que ganó ese partido y los once siguientes. Y fueron los primeros en aupar a un afroamericano al puesto de head coach. Fue el propio Bill Russell, entrenador-jugador a partir de la retirada de Red Auerbach (después general manager hasta los años 80) en 1966 y hasta 1969. Así llegaron los dos últimos anillos (1968 y 1969) de una dinastía que fue, precisamente, mucho más que anillos.
Los diez mejores jugadores de los Lakers
La era moderna: Kobe contra el big three
El 31 de julio de 2007, cambió la historia reciente de la NBA. Kevin Garnett fue traspasado a Boston Celtics a cambio de Al Jefferson, Ryan Gomes, Sebastian Telfair, Gerald Green y Theo Ratliff además de dinero y dos primeras rondas de draft. El movimiento, uno de los más importantes del siglo XXI, se convirtió en el traspaso con más retorno de siempre por un solo jugador y puso, de nuevo, a los desaparecidos Celtics en un mapa, el de la mejor Liga del mundo, en el que no aparecían desde hacía mucho tiempo.
Tan solo unos días antes, Danny Ainge, en los despachos de Massachusetts desde 2003, había conseguido a Ray Allen y Glenn Davis, procedentes de los Sonics, en un traspaso que el visionario Sam Presti utilizó para iniciar su propio proyecto, con Kevin Durant a la cabeza. Ambos, Allen y Garnett, se unieron a Paul Pierce para liderar una plantilla de ensueño en la que también estaban, entre otros, Rajon Rondo, Tony Allen, James Posey, Eddie House y, más tarde, Sam Cassell y P.J Brown. Unos meses después, el 1 de febrero de 2008, se producía otro movimiento clave, esta vez en el Oeste: Pau Gasol llegaba a los Lakers para unirse a Kobe Bryant y convertir a los angelinos en aspirantes, a cambio de los problemáticos Kwame Brown, Javaris Crittenton y Aaron McKie, dos primeras rondas y los derechos que tenían sobre Marc Gasol. Una transacción que dio que hablar menos que la de Garnett, que cuando se enfundó por primera vez la camiseta de los Celtics (con 22 puntos, 20 rebotes, 5 asistencias, 3 robos y 3 tapones) rompió la racha de ser el jugador en activo con más temporadas en un mismo equipo (12 con los Timberwolves).
Tras esa marejada de movimientos por parte de ambas franquicias, el 5 de junio el balón voló al aire del Boston Garden, poniendo fin a dos décadas de una espera pantagruélica, demasiado grande para un aficionado nostálgico, que añoraba un enfrentamiento que hacía 21 años que no se producía. La rivalidad había caído en el olvido, relegada a un segundo plano con la retirada de Magic y Bird en el inicio de los malditos 90: la temporada 1993-94 fue la primera en la que ambas franquicias se quedaron fuera de playoffs.
El adiós de Bird supuso una crisis para los Celtics que se tradujo en tan solo dos participaciones en playoffs en nueve años y ocho récords negativos, incluido el tumultuoso tramo del siempre polémico Rick Pitino. Los Lakers resurgieron con Kobe, Shaquille O'Neal y una plantilla que, con Del Harris como entrenador, volaba en Regular Season pero carecía de consistencia en playoffs. Los continuos fracasos se llevaron por delante a Harris a inicios de la 1998-99 y mancharon su reputación hasta el punto que no ha vuelto a ser primer entrenador en la NBA. Los Lakers se entregaron entonces a la mística figura de Phil Jackson. El Maestro Zen, su inseparable Frank Hamblen y el bueno de Tex Winter y su triángulo ofensivo hicieron acto de presencia en Hollywood para cambiar las tornas de una plantilla que conquistó, a partir de este cambio de aires en la escala de mando, tres anillos consecutivos. Pero en ese camino de retorno los Lakers no encontraron ni rastro de los Celtics. Solo en 2002 estuvieron cerca de volver a verse las caras, pero el equipo verde cayó en la final del Este ante los Nets, con una plantilla que pronto dejaría de entrenar Jim O’Brein y que tenía a Paul Pierce, Antoine Walker… y ya.
La llegada de Danny Ainge (“el jugador más llorón”, según Pat Riley) a los despachos fue un necesario soplo de aire fresco en Boston. Se incorporó cuando el poder de Red Auerbach, fallecido en 2006, había menguado por decisión propia. Volvió a dejar antes de su muerte, eso sí, su impronta en un Garden que acogió con los brazos abiertos a uno de los representantes de esos Celtics de los 80 que seguían grabados a fuego en la retina de unos seguidores que no tenían otra cosa a la que aferrarse. Ainge fichó a Doc Rivers, que venía de hacer un gran trabajo con los Magic. Y empezó, con paciencia, a tejer una red que llevaría a los Celtics a un nuevo anillo, el de 2008, que vino acompañado del retorno de una rivalidad que dio un sabor añadido al campeonato. Además del fichaje de Doc Rivers, Ainge se desprendió de Walker y consiguió rondas del draft como la que utilizaría para seleccionar a Delonte West, esencial para el traspaso que llevó a Ray Allen a Boston. Durante esa época, también consiguió a Tony Allen en el draft de 2004, a Rajon Rondo mediando con los Suns en la noche del draft de 2006, y fue llenando el equipo de material de traspaso. Al fondo, ya asomaba Kevin Garnett.
¿Y los Lakers? Andaban en su propia lucha, dando muchos titulares pero pocas buenas noticias. La temporada 2003-04 supuso un annus horribilis que desmadejó a la plantilla hasta su disolución. Lo siguiente fue la reconstrucción con Kobe como definitivo macho alfa, Shaq en Miami y el Maestro Zen, que siempre tiró más hacia el pívot, camino de un retiro momentáneo y roto después por las súplicas (y el aumento de sueldo) del Doctor Buss, que consiguió que regresara a Hollywood y se reconciliara con la Mamba Negra. Antes de su retorno, los Lakers habían acabado, un año después del sonado divorcio, con un récord de 34-48, por detrás incluso de los Clippers. Una tortura china para Kobe, que había asegurado que mientras él se mantuviera en activo los Lakers jamás bajarían del 50% de victorias. Bajaron.
Cuando llegó la temporada 2007-08 quedaba, por lo tanto, poco rastro de la gran rivalidad de la NBA. Parecía que nadie se acordaba de Lakers y Celtics, y cuando copaban portadas era por las exhibiciones anotadoras de Kobe y poco más. Los de púrpura y oro apenas habían conseguido 42 victorias un año antes; los verdes se quedaron en 24, su sexto peor balance de siempre. Ainge vio su oportunidad en el mercado y la aprovechó, mientras que los Lakers no tuvieron tanta suerte en el verano y tuvieron que esperar a mitad de curso para que el optimismo floreciera. Antes, tras la segunda eliminación consecutiva en primera ronda, Kobe exigió el traspaso y tensó tanto la cuerda que Jerry Buss le permitió negociar su salida en Barcelona...
Allí coincidió con Pau Gasol. Finalmente el escolta se quedó, Derek Fisher volvió tras tres temporadas de ausencia y los angelinos se vieron líderes del Oeste a mitad de enero. Una lesión de un Andrew Bynum al alza aceleró el movimiento por Pau, que se adaptó de forma increíble a un equipo que voló hasta las 57 victorias. Los Celtics, con 66, consiguieron su mejor récord desde la 1985-86 y lo hicieron con una defensa temible y made in Tom Thibodeau: provocaban en sus rivales el peor porcentaje en tiro y el mayor promedio de pérdidas, la primera vez en la que un equipo era líder en ambas categorías. Kobe ganó su primer (y único) MVP de la temporada y Garnett consiguió el premio a Mejor Defensor, siendo el alma de ese equipo que gritaba Ubuntu antes de los partidos, expresión sudafricana que implicaba lealtad entre las personas.
“No estaba seguro de que nuestro equipo estuviera en condiciones de derrotar a los Celtics”, diría Phil Jackson años después. El balance de 8-2 en las Finales con el eterno rival se transformó en 9-2 para unos Lakers que todavía no tenían el plus de química que sí demostraron en el doblete 2009-2010. Los Celtics ganaron las Finales con casi 60 puntos por partido de su big three, y se llevaron el anillo con un récord de 13-1 en el Garden, en unos playoffs muy complicados en los que disputaron 26 partidos de 28 posibles.
La lesión con retorno épico (o lo que quiera que fuese) de Paul Pierce en el primer partido llevó en volandas a los verdes, que en el cuarto remontaron la mayor diferencia de la historia de las Finales, 24 puntos, en el Staples. El sexto fue la humillación definitiva, una paliza brutal (131-92) que persiguió a los angelinos todo el verano, especialmente a un Gasol apodado jocosamente Gasoft (blando) tras perder con claridad su duelo individual con un tremendo Garnett. Los Celtics rociaron con Gatorade a Doc Rivers antes de la conclusión del choque, lo que obligó a la plantilla de los Lakers a permanecer en pista hasta que todo estuvo limpio. Tras la derrota, Phil Jackson y Kobe (25,7 puntos de media pero ahogado por la defensa rival) estuvieron un buen rato en el vestuario. A ellos se acercó entonces un Ron Artest que estaba de visita, que sería clave en la revancha dos años después y que reveló allí su deseo de jugar algún día en los Lakers. Por si fuera poco, los aficionados de Boston intentaron volcar el autobús del equipo cuando este estaba detenido en un atasco. “No hay nada más eficaz que una derrota humillante para focalizar la mente”, dijo Phil Jackson. Los Lakers juraron venganza… y la tuvieron.
Las Finales de 2010 fueron otra historia. Los angelinos, vigentes campeones, tenían una solidez de la que carecían dos años antes y habían ganado el anillo de 2009 ante los Magic, que a su vez habían acabado en semifinales con unos Celtics sin Garnett, lesionado en los playoffs. Una baja decisiva para los de Doc Rivers, que un año después sentenciaron a los Cavaliers en semifinales del Este y pusieron punto y final a la primera etapa de LeBron en Ohio... y a una oportunidad estupenda de que se diera el esquivo Kobe-LeBron que finalmente jamás llegó en unas Finales.
La temporada 2009-10 se redujo finalmente a los ultra intensos 48 minutos del séptimo partido entre Lakers y Celtics, todo o nada por el anillo. Antes, unos Lakers con ventaja de campo ganaron el primer duelo pero perdieron el segundo, en el Staples, fulminados por el récord de triples (8 de 11) de Ray Allen. Derek Fisher recuperó el factor cancha con un formidable tercer partido, ya en Boston, y después llegaron dos triunfos locales en un Garden que vio cerca, con un 3-2 favorable, un nuevo anillo. Los Lakers se redimieron de vuelta en L.A.: paliza en el sexto con malas noticias para sus rivales, que perdieron por lesión a Kendrick Perkins, el rocoso pívot titular; y fe ciega en el séptimo, una batalla tremenda con un Kobe histérico (6 de 24 en tiros) pero que firmó 23 puntos (10 en el último cuarto) y 15 rebotes. Cuestión de voluntad. Y un Pau Gasol (19+18) que alcanzó su techo en la NBA y dejó a Garnett en tres míseros rebotes. Y, claro, Artest (luego Metta World Peace y hoy Metta Sandiford-Artest), que cumplió su sueño de jugar en los Lakers… y de ganar un anillo. El desastre angelino de las Finales de 2008 desapareció a las puertas de otra década olvidada para la rivalidad. En la temporada 2013-14 ambos se quedaron fuera de playoffs a la vez por segunda vez en la historia.
Magic Johnson, cómo no, dijo entonces que jamás había visto semejante manifestación de emociones en el vestuario de los Lakers: “Creo que por fin comprendieron la historia de la rivalidad y lo difícil que resultaba vencer a los Celtics”. En esa frase, en última instancia, se resume la mayor rivalidad de siempre.
Los diez mejores jugadores de los Celtics
Chispa celtic: ganar con la esencia del enemigo
Los Lakers son el Showtime, Hollywood y anillos bañados en grandes estrellas. Pases sin mirar de Magic Johnson, ganchos de Kareem Abdul-Jabbar y alley-oops de Kobe Bryant a Shaquille O'Neal. Para muchos, una tradición forjada en los años ochenta, con el Doctor Jerry Buss como propietario y una visión que se materializó en el viejo Forum: forjar celebrities en la pista a base de acumularlas en las gradas, capitalizar la vida social de L.A., jugar al baloncesto mejor de lo que nadie había jugado nunca. Abrir bocas de par en par: el Showtime.
De carrerilla, los mejores equipos de los Lakers son los de los 80: Magic y Kareem, primero con Norm Nixon y Jamaal Wilkes, después con Byron Scott, James Worthy o AC Green. O el de hace dos décadas, con Kobe, O'Neal, Fisher, Horry... el de un threepeat expresado por la dominación absoluta de los playoffs 2001, 15-1 con un net rating de +13,6, lo nunca visto hasta el 16-1 con un +16 de los Warriors 2017. Pero hay otro equipo, uno que no se suele recordar porque se nos hace lejano, porque no lo vimos y porque ganó después de perder mucho. Pero uno que fue esencial en la historia de la franquicia y que, de hecho, firmó la que sigue siendo una de las mejores temporadas de la historia de la NBA: los campeones de 1972.
Nadie ha perdido más Finales que Jerry West en la NBA: ocho de nueve jugadas. El único con siete es Elgin Baylor, que además no ganó ninguna. No hay nada igual porque después asoman ya las seis derrotas de LeBron James (4-6 ahora). West, el logo de la NBA, es uno de los mejores escoltas de siempre. Baylor, el precursor del juego aéreo de Julius Erving (primero) y Michael Jordan (después y para siempre), se consideró el mejor alero que había pisado una pista de baloncesto hasta que llegaron el Dr J y Larry Bird. Seguramente, los dos pasan más desapercibidos en los rankings históricos por esa avalancha de derrotas, casi todas contra los Celtics de Bill Russell. Por eso Jerry West es el único jugador con el MVP de unas Finales perdidas por su equipo (1969). Y por eso acabó odiando el verde, que le recordaba a sus derrotas en tantas luchas por el anillo. Algunas inexplicables. Esa pareció dejar herido de muerte a un equipo que tenía a West, a Baylor... y desde 1968 a Wilt Chamberlain, una de las armas de destrucción masiva más inmensas que han pisado las canchas de baloncesto. Si cuando ya no estaban los Celtics tampoco habían ganado, nunca iban a hacerlo. A esa conclusión, que de hecho parecía lógica, llegaron muchos después de la derrota en las Finales de 1970 contra los Knicks.
En el verano de 1971, West tenía 33 años, Chamberlain 35 y Baylor 37. Los tres habían tenido lesiones serias en las dos temporadas anteriores. Y ni Butch van Breda Kolff ni Joe Mullaney habían conseguido que ese big three, explosivo, se expresara de verdad de forma colectiva, jugara unido cuando venían mal dadas. Una época se iba consumida por los años y las derrotas y sin ningún anillo, todavía y por increíble que pareciera, en L.A. Pero llegó Bill Sharman, el entrenador que lo cambió todo, el que abrió las puertas a lo que vendría una década después (en los Lakers y en el baloncesto también, al menos en parte) y el que creyó que a ese equipo le quedaba al menos un último asalto en las piernas. Sería, o no sería en absoluto, con una preparación física impecable y un ritmo de juego frenético que desmadejara a los rivales. Defensa y transiciones rápidas, una evolución de la recién clausurada dinastía de los Celtics de Red Auerbach: Wilt Chamberlain reconvertido en especialista defensivo, intimidador, reboteador y lanzador de contras disparadas por un Jerry West reubicado definitivamente como base y que recibía los pases del gigante, ya cuesta abajo, como antes Bob Cousy había recibido los de Bill Russell.
Sharman, no por casualidad, había sido cuatro veces campeón con los Celtics. Y, tampoco por casualidad, fichó como asistente a KC Jones, otra leyenda celtic. Así que esa es la gran paradoja olvidada: la primera piedra de la dorada historia de los Lakers en L.A. la puso la llegada (Sharman, Jones) de algo más que una pizca de la ética de trabajo y el estilo de juego de los Celtics que habían sido, y desde luego seguirían siendo y son, odiada némesis.
Aquellos Lakers, que parecían amortizados en verano, consiguieron que sus tremendas armas de ataque (West y Gail Goodrich formaron un backcourt espectacular) compartieran la bola y el protagonismo, que Chamberlain aceptara feliz ejercer de ancla y que los demonios se quedaran por una vez encerrados en el armario. No todos: con las rodillas hechas polvo e incapaz ya de seguir el ritmo de Sharman, Baylor se retiró el 4 de noviembre de 1971, después de jugar solo nueve partidos. Por eso, y aunque los Lakers le dieron después un anillo, no figura como campeón en los libros de historia. Paradójicamente, un día después (5 de noviembre) empezó (acabó el 9 de enero de 1972) la mejor racha de victorias que ha visto la NBA: 33 seguidas. Lo más parecido son las 28 de unos Warriors que, además, lo hicieron a caballo entre dos temporadas (2014-15 y 15-16, la del 73-9). Las rachas de ambos, Lakers y Warriors, acabaron en Milwaukee. Esos Lakers 1971-72 ganaron 69 partidos (69-13). Por entonces también la mejor Regular Season de siempre. Un hito que después superaron los Bulls del 72-10 y, otra vez, esos Warriors del 73-9. Nadie más ha llegado a tantos triunfos (los Bulls ganaron también 69 en 1997). Un equipo, por lo tanto, de leyenda, en el que Sharman fue Entrenador del Año y West, Chamberlain y Goodrich all stars. El primero entró en el Mejor Quinteto y, junto a Chamberlain, en el Mejor Quinteto Defensivo.
Chamberlain promedió solo 14,8 puntos pero 19,2 rebotes y 4 asistencias. West se fue a 25,8 puntos y 9,7 asistencias. Goodrich, extraordinario, a 25,9 y 4,5 El hueco de Baylor lo ocupó un Jim McMillan que rozó el nivel all star (18,8 puntos y 6,5 rebotes como pegamento del equipo: defensa, velocidad, juego al poste, tiro...). Happy Hairston era un ala-pívot feroz (13 puntos y 13 rebotes de media, el único jugador que cogió 1.000 rebotes en una temporada al lado de Chamberlain) y uno de los obreros del banquillo era... Pat Riley, que se empapaba del estilo Sharman para empezar a pensar en el baloncesto total del Showtime, con el que ganó cuatro anillos como entrenador en los años 80.
Wilt Chamberlain fue MVP de las Finales contra los Knicks (4-1) con sus 24 puntos y 29 rebotes del quinto partido. Su segundo anillo llegó tarde y después de entender qué era lo que le había faltado en lo colectivo durante sus años de guerras perdidas con Bill Russell después de ganar tantas batallas. Esos Lakers, con algo más que una pizca de Celtics, cambiaron la historia de la franquicia y la del baloncesto en L.A. (y la de Jerry West, el logo) y jugaron, cuando les asaltaban los achaques de la edad y muchos desconfiaban de ellos, una de las mejores temporadas que cualquier equipo haya firmado en la historia de la NBA: 69 victorias, 33 seguidas y el primer título desde la mudanza. Después llegaron Kareem; y Magic y Worthy y Shaquille y Kobe y todo lo demás. Llegaron el Showtime y la gloria pero los Lakers, gracias a aquel equipo de la temporada 1971-72, ya estaba definitivamente allí.
Una historia hecha a base de historias
En 1984 se jugó una de las mejores Finales de siempre, una que fue en realidad mucho más que eso: The Showdown’84, la gran revancha que acabó, en medio de una tensión irrespirable y un tono físico literalmente brutal, en la guerra total (all out war) declarada por ML Carr, el reserva de los Celtics que fue golpeado en el sexto partido con una lata de cerveza lanzada desde la grada del Forum y que había cerrado el cuarto con un robo y un mate al final de la prórroga después de que Cedric Maxwell se burlara de James Worthy haciendo gestos de asfixia cuando el alero de los Lakers acudía encogido a la línea de personal. Era el mensaje de los Celtics a su presa: la presión os está ahogando. Os estáis rajando.
De la magia a la tragedia: la Final de Tragic Johnson
La gran revancha: después de la final universitaria de 1979, uno de los grandes partidos de la historia del baloncesto estadounidense y el inicio oficial de la era Magic Johnson vs Larry Bird, Lakers y Celtics no habían dejado de mirarse de reojo pero no se habían enfrentado por el título, cara a cara. No, a pesar de que habían alternado anillos (1980 y 1982 Magic y los Lakers, 1981 Bird y los Celtics) y de que los angelinos habían jugado tres de la cuatro Finales anteriores. Pero en 1984 por fin llegó la gran colisión, la primera de tres Finales en cuatro años que transformaron la NBA en un fenómeno de masas y una competición ya con una imparable inercia global. En aquel 1984, la guerra total, el Showdown, los Celtics ganaron a los Lakers en siete partidos: 4-3 y en el histórico entre ambos, 8-0 en ocho Finales para los verdes.
Los Lakers llegaban sin uno de sus mejores anotadores, Jamaal Wilkes, un excepcional alero algo tapado por las arenas del tiempo… o por la cantidad de leyendas que se amontonan en la historia de un equipo que sin él tuvo que lanzar a James Worthy al equipo titular y perdió así profundidad en su rotación. Era una versión del Showtime ya muy perfeccionada por Pat Riley pero en transición después del traspaso de Norm Nixon, un finalmente incómodo compañero de backcourt de Magic Johnson, y la llegada en la operación de Byron Scott. Con Worthy en ascenso, se trataba todavía de la génesis del equipo que ganaría tres anillos en los siguientes cuatro años, dos ante unos Celtics que por fin dejaron de ser una cima imposible. Pero incluso así y sin factor cancha (62 victorias los verdes, 54 los angelinos), las opciones fueron tan reales y los errores tan groseros que los Lakers se fueron de vacaciones derrotados y en pleno trauma. Con la sensación de que jamás podrían con los Celtics. Ni siquiera teniendo en su bando a un Magic que fue apodado Tragic por sus fallos en momentos decisivos de la serie.
Los Celtics, que alcanzaron la perfección en 1986, eran ya un equipo temible: KC Jones se había convertido en entrenador principal en lugar de Bill Fitch y había llegado Dennis Johnson (el MVP de las Finales de 1979 y cuatro veces all star entre 1979 y 1982) como refuerzo de lujo (y de hierro) para un bloque que había tenido hasta entonces una defensa demasiado porosa en la trinchera exterior. Pena de muerte cuando tus opciones se iban a decidir contra bases como Andrew Toney (de los Sixers) y Magic. En aquella temporada 1983-84, Larry Bird hizo su primer doblete de MVPs (Regular Season y Finales, ganó ambos por primera vez) y Kevin McHale se estrenó como all star y fue elegido Mejor Sexto Hombre, un rol que perfeccionó antes de convertirse en titularísimo dentro del temible frontcourt Bird-McHale-Robert Parish. Los Celtics eran un equipo tremendo… y sin embargo necesitaron un ejercicio de escapismo brutal para superar a unos Lakers que dejaron vivo, ese fue su gran pecado, al rival al que nunca se podía permitir ni un mísero resquicio.
La Final comenzó en el Garden con triunfo de los Lakers, que debieron salir 0-2 de Boston pero regalaron el segundo partido de forma incomprensible: con 111-113 y posesión a falta de 18 segundos, se hicieron un lío para cruzar su campo y Gerald Henderson robó un pase fofo de Worthy y empató con una bandeja. Más madera: con tiempo para anotar tras tiempo muerto, Magic Johnson tuvo un cruce de cables incomprensible y agotó los últimos ocho segundos sin hacer literalmente nada. En la prórroga, los Celtics ganaron (124-121) con un último tiro de Scott Wedman ante el propio Magic, que repartió 21 asistencias en el tercer encuentro, una paliza (137-104) que enfureció a Larry Bird. El alero, que veía peligrar el título, llamó a sus compañeros “sissies”. Nenazas. En el cuarto partido los Lakers volvieron a pifiarla y a perder en la prórroga (125-129), esta vez tras llegar al último minuto del tiempo reglamentario con cinco puntos de ventaja. Magic (Tragic) le dio un pase a Robert Parish cuando buscaba a Worthy en el poste y falló dos tiros libres trascendentales en un tiempo extra marcado por la polémica sexta falta señalada a Kareem y rematado por un reverso de Bird ante, otra vez, Magic Johnson.
Pero en ese cuarto partido los Celtics no solo salvaron otra vez el pellejo por los pelos. También consiguieron el vuelco emocional que necesitaban y llevaron las Finales a su terreno a partir de una brutal falta de Kevin McHale a Kurt Rambis cuando este se disponía a machacar en un contrataque supersónico de los Lakers. Hubo tangana y la tensión se disparó hasta el extremo: exactamente lo que necesitaban los Celtics tras su debacle del tercer partido y antes de volver al Garden, que recibió a los Lakers con 36 grados en el infame Heat Game. El recordado duelo del calor en el que un árbitro no pudo dirigir la segunda parte y Kareem tuvo que recibir oxígeno extra durante los tiempos muertos. El drama crecía, los estadounidenses no apartaban los ojos de la televisión y el título se resolvió en un séptimo partido en el que el Garden no había solucionado del todo sus problemas de refrigeración (33 grados esta vez) y los Celtics casi dejaron escapar 14 puntos de ventaja en un último cuarto en el que unos Lakers furiosos remaron hasta ponerse a tres. Un choque definitivo en el que emergió el MVP de las Finales de 1981, un Cedric Maxwell que sumó 24 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias. Poco más de un año después sería traspasado a los Clippers con una primera ronda de draft a cambio de Bill Walton, el gigante rojo que fue Mejor Sexto Hombre pieza muy valiosa en el equipo campeón de 1986.
El junior sky hook
En aquel verano de 1984 y después de una derrota terrible ante el peor rival posible, a los Lakers se los llevaban los demonios. Pat Riley, en uno de los momentos cruciales de una carrera formidable, consiguió convertir aquella amargura en carburante. Los Lakers derrotaron a los Celtics en las Finales de 1985 y 1987, el fin del gran trauma y el alivio para Jerry Buss, el legendario propietario que afirmó que por fin había desaparecido “la frase más odiosa de nuestro idioma: que los Lakers no son capaces de derrotar a los Celtics”.
El reencuentro de 1985 abrió con una perfecta extensión de la pesadilla del año anterior para unos Lakers diminutos: 148-114 en el mítico Memorial Day Massacre, una paliza de leyenda y la mayor diferencia hasta entonces en un partido de Finales entre dos rivales que parecían destinados al mismo desenlace de siempre… hasta que, esa vez sí, los Lakers demostraron que la herida de 1984 les había hecho más fuertes. Más duros, retorcidos. Un tiro sobre la bocina de Dennis Johnson decidió el cuarto partido y colocó un 2-2 que fue el último aliento del campeón. Los Lakers tuvieron esta vez pulso firme en el quinto partido, en el que Magic (esta vez sí), Kareem (MVP de la Final con 38 años) y Michael Cooper abortaron la remontada rival, y sellaron el título en el sexto. El primero que lograban ante su eterno rival y la primera vez en la que un equipo visitante se coronaba en el Boston Garden.
En crecida, los Lakers ganaron de nuevo el duelo directo en 1987. En una de las mejores versiones de su historia (65 victorias) y con un Kareem que cumplió 40 años durante los playoffs y ya había pasado a un segundo plano en un ataque lanzado por los pases supersónicos de Magic a Scott y Worthy. Y con un juego interior en el que AC Green se había hecho con el puesto de cuatro titular y Mychal Thompson (el padre de Klay y primer número 1 de drafft no estadounidense: nació en Bahamas) se había convertido en una pieza trascendental. Enfrente, los Celtics pluscuamperfectos de 1986 zozobraban. Lastrados por las lesiones, sufrieron mucho en el Este y necesitaron siete partidos para batir a Bucks y Pistons (los Lakers pasaron las dos últimas rondas del Oeste con un 8-1 total). Sin Wedman ni Walton, apartados por los problemas físicos, los titulares se desgastaron hasta el límite en una franquicia sacudida durante toda la temporada por la desgraciada muerte de Len Bias, la estrella de Maryland que había sido elegido por el campeón, que tenía el número 2 del draft y que creía que se había hecho con el jugador que alargaría su reinado más allá de Larry Bird. Pero Bias murió por los problemas cardiacos que le provocó una sobredosis de cocaína dos días después de ser drafteado.
Aún así, los Celtics dieron la cara y obligaron al máximo a lo Lakers en un cuarto partido al que se llegó, en el rugiente Garden, con 2-1 para los angelinos: ventajas de hasta 16 puntos antes de un último cuarto en el que los locales ganaban 103-95 y parecían tener el triunfo amarrado. Pero se equivocaron demasiado y dieron aire a los Lakers, que sobrevivieron hasta llegar con vida a una de las jugadas más míticas de la historia de los playoffs. Magic Johnson, que fue elegido MVP de una Final en la que rindió a un nivel formidable (ni rastro de Tragic) recibió la bola con 105-106 y en la izquierda del ataque, se quedó tras un bloqueo con Kevin McHale y avanzó hacia la zona, desde donde anotó ante los brazos inacabables del ala-pívot y la ayuda de Parish un gancho que silenció el Garden y acabó valiendo el 3-1 porque Bird falló después un triple que podría haber anotado con los ojos cerrados. Aquel tiro de Magic, suspendido en el cielo del pabellón en el que se había fundido tres años antes, recibió el nombre de Junior Sky Hook, su versión mini del gancho del cielo (sky hook) de Kareem Abdul-Jabbar. En el sexto partido, los Celtics llegaron por delante al descanso pero fueron borrados del mapa en el tercer cuarto, un 30-12 de parcial a la carrera y con un delicioso Magic que acabó con 16 puntos, 8 rebotes y 19 asistencias.
La maldición de Frank Selvy
Aquellas Finales de 1985 y 1987 corrigieron por fin el pleno de los Celtics en duelos directos, una ventaja que llegó a ser hegemónica (8-0) y que sigue siendo rotunda (9-3) aunque los Lakers han ganado tres de los últimos cuatro enfrentamientos por el título. Antes de esos años del Showtime, habían sido incapaces de imponerse durante la gran dinastía de los Celtics, un tramo que arrancó con la llegada en 1950 de Red Auerbach y Bob Cousy pero que no despegó, después de amasar un nada prometedor 10-17 en playoffs durante los siguientes años, hasta el verano de 1956, cuando aterrizaron a la vez Tom Heinshon, Bill Russell y KC Jones (que se incorporaría más tarde). En la temporada 1956-57 ganaron el primero de los once anillos en trece años, siete de ellos sellados contra los Lakers. Uno con la franquicia todavía en Minnesota (4-0 en 1959) y seis ya en California, donde los Lakers tardaron doce años (de 1960 a 1972) en proclamarse campeones… cuando ya se había retirado Bill Russell, el muro insalvable.
Ese histórico bloque campeón de los Celtics tenía a Cousy, Heinsohn, Russell, Bill Sharman, Frank Ramsey... y también cuentas pendientes con unos playoffs en los que se habían acostumbrado a quedarse muy cortos. Nunca más: en trece años jugaron doce Finales y ganaron once. Aunque luego los anillos llegaron en tromba, costó de forma endemoniada romper lo que empezaba a ser una maldición y adquirir el gen ganador que acabó definiendo a la franquicia. Las Finales de 1957 contra los Hawks, las primeras con dos debutantes en la lucha por el anillo desde 1951, fueron una serie abrasadora en la que se jugaron siete partidos, cuatro se resolvieron por dos puntos y el último se fue a dos prórrogas, algo que no ha vuelto a pasar en un séptimo de una Final.
Los Celtics se enfrentaban a los dos jugadores que habían dado por el pick 2 que usaron en Bill Russell (Cliff Hagan y Ed Macauley) y a un por entonces devastador Bob Pettit que promedió en la serie más de 30 puntos y 18 rebotes y se fue a 39+19 en ese séptimo en el que pasó de todo: primero Bob Cousy, aterrado, no tocó ni aro en un tiro libre que habría dado un +3 a los Celtics al final de la segunda prórroga y con cinco segundos por jugar. Un jaque mate en tiempos en los que no había línea de tres. Pero falló, y los Hawks tuvieron un último ataque en el que bordaron lo casi imposible y fallaron lo más sencillo: el entrenador-jugador Alex Hannum lanzó la bola desde su zona de saque contra el tablero de los Celtics, con la esperanza de que el rechace fuera a las manos de Pettit. El hail mary salió sorprendentemente bien... pero a Pettit también le tembló el pulso en un tiro que normalmente metía con los ojos cerrados.
Los Celtics ganaron ese sudado primer anillo pese al 2/20 en tiros de Cousy y el 3/20 de Sharman. Ante el pavor de los veteranos, surgieron los novatos: 19 puntos y 32 rebotes de Russell (22,9 de media en la eliminatoria) y 37 puntos y 27 rebotes de Heinsohn. Fueron campeones casi de milagro y después de la tangana del tercer partido, en el que Sharman juraba y perjuraba que su aro no estaba a la altura reglamentaria, y de las docenas de huevos que le cayeron a Auerbach. Acababa de nacer una dinastía de leyenda, una que solo sufrió un traspiés en 1958 antes de enlazar, algo que ahora parece poco más que ciencia-ficción, ocho títulos consecutivos.
De las cinco primeras Finales, solo unas tuvieron un rival distinto: aquellos Lakers de 1959, ya con el mítico Elgin Baylor en nómina. Fue el primero (4-0 incontestable) de la serie de ocho títulos seguidos, todos hasta que Auerbach dejó los banquillos en 1966. Ese tramo de leyenda incluyó el primer duelo Russell-Wilt Chamberlain en unas Finales (1964, 4-1 ante los Warriors de Wilt, Thurmond y Meschery) y cuatro victorias ante unos Lakers que pudieron matar la maldición en el primer duelo desde el traslado a Los Ángeles, en 1962: 4-3 para los Celtics, que ganaron el séptimo 110-107 después de que Frank Selvy (que había anotado dos canastas en los ataques anteriores) fallara a cuatro metros del aro un tiro franco que habría cambiado la historia en el Garden. En vez de eso, los Lakers no fueron campeones hasta 1972, una década despuñes.
En aquel 1962, Elgin Baylor anotó 61 puntos en el quinto partido... pero pudieron más los 40 rebotes en el séptimo de Russell, que cogió en toda la Final 189 (27 de media). En 1965 una lesión de rodilla del propio Baylor dejó sin opciones a los Lakers y un año después, en 1966, los angelinos convirtieron un 3-1 en 3-3 pero perdieron en el séptimo encuentro. Desde entonces, solo se ha llegado a 3-3 desde un 3-1 una vez más en la lucha por el título: en 2016, los Cavs de LeBron James acabaron poniendo un 3-4 histórico después de tres victorias seguidas ante los Warriors del 73-9.
El partido de los globos y un MVP muy amargo
Los Celtics alargaron su dinastía de forma casi improbable con Russell haciendo doblete banquillo-pista. En 1967, los Sixers de Wilt Chamberlain airearon sus vergüenzas con un 4-1 que incluyó 140 puntos en el quinto y decisivo partido, sin rastro del orgullo y la defensa que habían sido señas de identidad de unos Celtics que, sin embargo, ganaron los dos siguientes títulos, los dos ante los Lakers. En 1968, con las Finales ya en mayo, los Lakers perdieron en la prórroga en el quinto, con 2-2 en el Garden, y el sexto en el Forum. Y un año después firmaron una de las mayores pifias de la historia de las Finales. Muy favoritos contra unos Celtics ya casi sin fuerzas, y con el big three Jerry West-Elgin Baylor-Wilt Chamberlain, cayeron 3-4 después de estar 2-0 y 3-2. Un desastre que aireó las obvias desavenencias de las tres estrellas angelinas y el poco control de la situación del entrenador, Butch van Breda Kolff.
Fue el primer año en el que se dio un MVP de las Finales y el único hasta hoy en el que ganador estaba en el bando derrotado: Jerry West, que promedió 38 puntos y más de 7 asistencias y jugó dos formidables partidos (53 y 41 puntos) hasta que Bill Russell ordenó dobles marcajes contra él a partir del tercero. En el cuarto de la serie, los Celtics salvaron (89-88) la vida con una canasta milagrosa de Jones después de que se pitara de forma muy polémica que Elgin Baylor había pisado fuera del campo con los Lakers por delante (87-88) y siete segundos por jugar. En el séptimo partido (106-108) Don Nelson también anotó otro tiro que parecía destinado a quedar en nada y selló una sorpresa descomunal.
Y el desastre de unos Lakers consumidos por su propia maldición y por la osadía del entonces propietario, Jack Kent Cooke, que colocó miles de globos en el techo del Forum y repartió flyers con las instrucciones sobre cómo sería la celebración. Ese documento circuló por el vestuario visitante antes del partido, ya con West enfadadísimo con Cooke desde que había salido a calentar y había visto los globos en el techo del pabellón. No había necesidad de tentar demasiado a la suerte, y menos si eras un equipo que, se volvió a demostrar, no tenía ninguna en cuanto aparecía enfrente un coloso verde que acabó ahí, en el dorado Forum y con 11 títulos en 13 años.
Los besos al cielo de Ron Artest
Los Celtics no juegan una Final contra un rival distinto a los Lakers desde 1986, cuando vencieron a los Rockets. Desde entonces han estado en tres, la de 1987 y, ya un salto de era, las de 2008 y 2010. Las tres contra el mismo rival, que en ese tramo ha ganado ocho títulos por uno de los de Massachussetts y ha forzado así un empate a diecisiete que encumbra la capacidad de adaptación para ganar en todas las épocas y circunstancias de los Lakers. Y convierte en un islote el título de 2008 de los Celtics, que no dejan de intentarlo y que han jugado tres de las últimas cuatro finales del Este… pero han perdido las tres, dos contras los Cavaliers de LeBron James y la última en la burbuja de Florida, contra Miami Heat y en lo que podría haber sido la antesala del primer Celtics-Lakers en una década.
El fifty-fifty de esas dos últimas Finales (en 2008 ganaron los Celtics, en 2010 los Lakers) fue la colisión de dos equipos majestuosos. Por un lado el big three Paul Pierce-Ray Allen-Kevin Garnett, con apoyo por tierra, mar y aire de Rajon Rondo, en 2020 campeón con los Lakers; y por otro Phil Jackson, Pau Gasol, Lamar Odom y, claro, Kobe Bryant, que sobrevivió de milagro, en 2010, al primer triunfo de los Lakers ante los Celtics en un séptimo partido. Fue un duelo horrendo pero épico, con los nervios a flor de piel y una remontada imprecisa pero furiosa de los Lakers, que perdían en el tercer cuarto por 13 puntos en un duelo de bajísima anotación (83-79) y un millón de tiros fallados.
Kobe (elegido MVP) reconoció después que había sido “sostenido” por sus compañeros cuando el deseo por ganar parecía a punto de acabar con él: 6/24 en tiros para 23 puntos y 15 rebotes. En esa noche decisiva emergió como héroe improbable Ron Artest, que acabó con 20 puntos, 5 rebotes, 5 robos y un triple decisivo (y perfectamente mal seleccionado) a falta de un minuto. El jugador después conocido como Metta World Peace, uno de los grandes demonios de la NBA tras la pelea más infame de la historia (The Malice at the Palace, cuando Pistons y Pacers se enzarzaron entre ellos… y con el público de Detroit), escribió así su nombre en una de las grandes rivalidades de la historia del deporte, lanzó un beso al aire tras un tiro en el que se jugó ser salvador o villano y dedicó el título, después del partido y muy apropiadamente, a su psicóloga.
Los Lakers vengaron así, en la última Final entre ellos hasta hoy, su derrota de 2008, cuando los Celtics fueron mejores y sentenciaron con la mayor paliza de siempre en sus duelos por el título, peor que el Memorial Day Massacre: 131-92 en el sexto y definitivo duelo en un Garden que abrasó a unos Lakers que, aunque habían ganado el quinto partido, seguían en shock por lo que les había ocurrido en el cuarto, cuando perdieron una oportunidad única de poner el 2-2: llegaron a tener 24 puntos de diferencia y 20 casi en el ecuador del tercer cuarto. A partir de ahí se los llevó por delante una remontada imposible a manos de, además, unos Celtics de segunda unidad. Los triples de James Posey y Eddie House, el trabajo de Leon Powe… el equipo del Ubuntu, la unidad por encima de todo, cerró con una victoria coral y milagrosa, al más puro estilo celtic, un 3-1 que ya era decisivo en la la penúltima batalla hasta hoy de una guerra eterna por el trono de la NBA. Continuará...