Los bolsos de crochet de las famosas, tejidos desde la playa de San Vicente de la Barquera
VIRGINIA MELCHOR
El primer bolso que vendió Lucía Baquero fue a una médica del hospital de Cruces. Mientras su padre se recuperaba de un ictus, ella le acompañaba a los pies de su cama haciendo ganchillo. Una afición que esta licenciada en Económicas de 31 años descubrió tres meses antes, cuando cerró la empresa de telecomunicaciones en la que trabajaba y se quedó en paro. «Me faltaba un hobby para ocupar mi tiempo, así que me puse a ver tutoriales de Youtube y aprendí la técnica», recuerda.
Estos dos duros golpes la llevaron a descubrir su pasión por el crochet, que se convirtió primero en su terapia y después también en una filosofía de vida. Puntada a puntada pasaron más rápido aquellas largas horas en el hospital y se hizo más llevadera la angustiosa espera hasta encontrar otro trabajo. El mayor impulso se lo dieron las enfermeras que atendieron a su padre en Cruces y Gorliz, que le lanzaban elogios cada vez que la veían tejer un bolso. «Todas me decían que eran una maravilla. Imagínate qué alegría cuando vendí el primero, no me podía creer que estuviese ganando dinero con algo que me encantaba hacer y encima estando en paro.» En sus redes puede verse el gran abanico de colores y formas que es capaz de tejer, así como la playa de San Vicente de la Barquera desde donde se inspira.
La inspiración le llegó cuando al mes de hacer ganchillo, vio a una chica en la playa con un bolso de crochet «maravilloso y súper colorido.» Entonces, se puso a investigar la marca por internet y descubrió que, para su sorpresa, ese modelo lo hacía una tribu colombiana conocida como los wayúu. Transmitido de madres a hijas durante muchísimas generaciones, el ganchillo es para las mujeres de esta comunidad indígena un arte en el que plasman sus sentimientos y anhelos. Lucía quedó prendada de estos bolsos de formas geométricas y vivos colores por los que supiran 'celebrities' y firmas de todo el mundo, así que en un principio volcó sus energías en calcarlos.
«Me volví loca viendo tutoriales y no me salían iguales», confiesa esta joven de Leioa. De ahí que finalmente decidiese dar rienda suelta a su creatividad e idear sus propios diseños. Además, les fue añadiendo pequeños detalles, como un forro interior y un asa de cadena, que a ella personalmente le encanta.
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Hoy, esta emprendedora trabaja por las mañanas en una empresa de informática, por las tardes cuida de su hija Claudia, de catorce meses; y el tiempo restante lo entrega a su gran pasión. Al principio, tardaba 20 días en tejer cada bolso, pero los que hace ahora, «más pequeños y ponibles», los termina en la mitad de tiempo. Eso sí, detrás de cada pieza «hay una compleja operación matemática», porque los patrones de las grecas los crea mediante una plantilla de Excel. «Si hiciese las cenefas según me llega la inspiración, no me cuadrarían nunca», reconoce.
Aunque personaliza los diseños al gusto de cada clienta, que eligen las grecas y los colores, cada vez son más las que se decantan por modelos que ya tiene hechos. «Me hace mucha ilusión cuando confían en mi trabajo y les gustan mis diseños, además intento que todos sean únicos y diferentes entre sí.»
Desde hace un tiempo, también vende bolsos redondos de rafia a los que añade asas de ganchillo y pompones. Estos son bastante más baratos -cuestan 35 euros y los otros 80-, porque tarda mucho menos en hacerlos, cerca de un día y medio.
Sus bolsos fascinaron a Eugenia Silva
Sus bolsos ya han dado el salto fuera del territorio y poco a poco se van abriendo paso a nivel nacional. Y todo gracias a que un día se le ocurrió mandarle uno de sus diseños a la 'top model' española Eugenia Silva. Le gustó tanto que desde entonces vende ocho de sus modelos en su firma online, Cabinett, y en la tienda que ha abierto en el 'oulet' madrileño de lujo Las Rozas Village.
Los originales bolsos de Lucía, que comercializa bajo su firma Lubayuu, también se pueden encontrar en la tienda online Etsy, que apoya a creadores independientes; en el perfil de Instagram de su marca, donde le hacen la mayoría de los pedidos; o en Harlem Studio, una coqueta tienda de reciente apertura en el centro de Algorta dedicada a la decoración floral y la artesanía.
Los mercadillos se han convertido, además de las redes sociales, en el mejor escaparate de sus complementos. Y no duda en organizar eventos siempre que puede para darlos a conocer. Todavía está emocionada por el éxito que tuvo la fiesta que montó este fin de semana en La Triangu de Sopela, junto a la firma vizcaína de pendientes personalizados Legorburu. «Ha tenido una enorme repercusión y me han hecho muchos pedidos, algo que agradezco un montón, porque no soy una marca conocida y al principio a la gente le cuesta apreciar la creación manual, pero después sí que acaban valorando todo el trabajo que hay detrás.»
Para el verano también ha lanzado una colección de tops y bikinis, y ya piensa en cómo sacar partido a su afición en invierno: espera vender cinturones de piel a los que añadirá coloridas franjas de ganchillo. «Sería un puntazo, creo que pueden quedar súper bonitos», cuenta emocionada. Lucía nunca pensó que aquellos bolsos 'terapéuticos' que aliviaron su pena en dos duros trances de su vida le acabarían dando tantas alegrías. «Sería un sueño poder vivir únicamente de mi firma, porque yo cuando cojo un ganchillo soy feliz.»
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