Burusera o la venta de ropa interior en Japón
El fetichismo por la ropa interior femenina es un fenómeno relativamente común en todo el mundo. Pero en Japón siempre ha sido relativamente popular, hasta el punto de acaparar titulares en prensa local e internacional. Este negocio de compra/venta de ropa interior se conoce en japonés como burusera (ブルセラ).
La palabra japonesa burusera viene de combinar la palabra burumā y sērā-fuku. La primera proviene del inglés bloomer y es el nombre que recibe el pantalón corto utilizado en las clases de educación física. La segunda significa traje de marinero y hace referencia a los uniformes típicos de las colegialas japonesas.
Obsesión por la ropa interior en Japón
En Japón existe una poderosa atracción por los uniformes en cualquiera de sus tipos, ya sean de colegio, de enfermeras, etc. Esto además se puede comprobar al tener en cuenta la existencia y éxito de clubes de imagen o imekura (イメクラ). En ellos, las empleadas visten todo tipo de uniformes para satisfacer las fantasías masculinas.
Además, la actitud hacia estos uniformes es muy fetichista, sobre todo si hablamos de uniformes de colegio femeninos o de pantalones cortos utilizados en clase de educación física. Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que el tipo de muchacha japonesa inocente y juvenil tiene un gran éxito entre los hombres japoneses. Por eso hay chicas jóvenes que ya no están en el colegio pero que siguen utilizando esta estética para aprovecharse de este interés masculino.
Y el manga y el anime no podían dejar de recoger esto, claro. Si recordamos la serie de animación japonesa Dash! Kappei, emitida en España hace años con el título Chicho Terremoto, el protagonista estaba obsesionado con la ropa interior femenina. Otro caso particularmente notorio es el del personaje del maestro Chen de Ranma ½, que se volvía loco por la ropa interior femenina.
De hecho, es tal la obsesión por la ropa interior, que en algunas estaciones de tren encontramos carteles al lado de las escaleras mecánicas que piden precaución al utilizarlas con gente que utilice teléfonos móviles para hacer fotos de la ropa interior. O directamente dejan claro que está prohibido hacer fotos a mujeres en falda.
Y ciertos grupos musicales femeninos de rabiosa actualidad salen siempre al escenario con minifaldas imposibles que dejan poco a la imaginación, pero claro, sus fans están encantados.
No es raro, por tanto, que una de las recomendaciones que se les da a las chicas japonesas que viven en pisos bajos es que no dejen su ropa interior tendida. Porque no es raro que pueda llegar a desaparecer en un momento de despiste. De hecho, a veces estos ladrones roban incluso en las lavanderías.
Este fenómeno se conoce como shitagi dorobo (下着ドロボ), que significa «robo de ropa interior». Y en este caso, hablamos con conocimiento de causa porque esto le ocurrió a la parte femenina de Japonismo mientras vivía en Osaka.
Los hombres que roban, compran, o incluso visten ropa interior femenina usan estas prendas como fetiches, obteniendo placer sexual de su contemplación. Y como con cualquier tipo de fetichismo, los hombres que lo sufren suelen coleccionar los objetos que les excitan.
Los teléfonos móviles y la cámara en Japón
A veces hay viajeros que quieren comprar teléfonos móviles en Japón porque el precio al cambio sale más barato. El problema es que, incluso poniendo el teléfono en silencio, la cámara siempre hace ruido cuando se hace una foto. ¿Sabes por qué es una obligación legal que el ruido del obturador siempre esté presente? Precisamente lo que imaginas. Evitar que se puedan hacer fotos de ropa interior sin que nadie se entere.
¿Qué es exactamente el burusera?
Con todo esto de trasfondo, no es raro que a algún avispado empresario del submundo japonés se le ocurriera la idea de hacer negocio con los uniformes de colegio, pantalones cortos de deporte o incluso ropa interior. Todo esto se vendía a unas tiendas que se conocen por el nombre de bloomer shops o burusera shops. Lo más curioso, y lo que hace que estas prendas se coticen todavía mucho más, es que en muchos casos están usadas.
Este negocio saltó a los medios de comunicación sobre el año 1992, aunque por aquel entonces algunas tiendas llevaban comerciando con ropa interior usada desde hacía ya una década. Además de las tiendas, en aquella época también se podía comprar la ropa interior usada en algunas máquinas de venta callejera, aunque tuvieron una vida fugaz, ya que fueron ilegalizadas en 1993.
Entonces también se podían encontrar revistas que basaban todo su contenido en la visión furtiva de unas bragas, bajo la excusa de hablar de cantantes femeninas. Estas revistas contenían anuncios de estos negocios de compra/venta de ropa interior usada, por lo que hubo colegialas que vieron una oportunidad de negocio.
En cualquier caso, está claro que si este negocio existía es porque hay una demanda, de la que ya hemos hablado, pero también existía una oferta. ¿Qué llevaba a una colegiala a vender sus bragas a estas tiendas? La motivación principal solía ser la de obtener una «paga extra» que complementase el dinero que suele obtener de sus padres. De esta forma la colegiala podía sufragar los costosos complementos de moda que tanto gustan y que en Japón son, claramente, un símbolo de estatus social.
Aunque hablaremos más adelante de ello, hoy en día estos negocios han caído en desuso. En parte por la irrupción de nuevas tecnologías y en parte por la presión legislativa para evitar que esto siga ocurriendo.
Cómo funciona el negocio de venta de ropa interior
Aunque podríamos pensar que una chica que quisiera sacar un dinero extra usaría todo el contenido de su cajón de ropa interior, la realidad era algo diferente.
Lo más normal es que las chicas comprasen unas bragas de las más baratas que pudieran encontrar para maximizar el beneficio. Luego, las chicas usarían esas bragas durante varios días seguidos para que tuvieran más restos orgánicos. Pasados estos días, las chicas sólo tenían que acercarse a una de estas tiendas para entregar la ropa interior usada.
En algunos casos las chicas se quitaban las bragas allí mismo, lo que recibía el nombre de namasera (生セラ). Nama, en este contexto, significa «sin tratar, en crudo». Esto suponía un plus a la hora de vender esas bragas porque quedaba bien claro que era «material de calidad», usado por su dueña.
En líneas generales la cantidad de dinero que recibían estas chicas solía ser unas 10 veces superior al coste de las bragas. Posteriormente, las bragas se colocaban en las estanterías, cuidadosamente envueltas en plástico. En cuanto al resto de prendas que también se podían encontrar en estas tiendas, podemos citar los uniformes colegiales completos, pantalones cortos de deporte, etc. En estos casos, cuando las chicas querían vender este otro tipo de prendas, lo normal es que las llevaran en sus mochilas.
Y como se puede imaginar, se pagaba más cuanto más usadas estuvieran las bragas. Y es que entonces la cantidad de flujo vaginal era más grande y el olor más fuerte e intenso. Esto interesaba más a los potenciales compradores, por lo que suponía un premium. Si las bragas, además, tenían manchas y olores especiales, como los de la sangre menstrual, las chicas podían obtener todavía más dinero.
Para completar el paquete, el vendedor solía incluir una foto de la chica junto a las bragas, para excitar aún más la imaginación de sus futuros compradores. Luego, tanto la foto como las bragas se guardaban en envoltorios de plástico transparente colocando las bragas de forma cuidadosa. La idea era que la parte de la entrepierna, la que generalmente tiene manchas del uso cotidiano de la prenda, quedase a la vista de los compradores. A veces, incluso, las colegialas podían llegar a vender hasta frascos con muestras de su orina, que se guardaban en contenedores transparentes refrigerados.
En cuanto a los uniformes y los pantalones cortos de deporte, lo que marcaba su mayor o menor precio es el colegio al que pertenecen. Esto es así porque algunos colegios tienen un gran prestigio y las prendas con sus escudos son prácticamente piezas de coleccionista. Se podían llegar a pagar desde 40 000 hasta 200 000 yenes por alguno de estos uniformes hace ya años. Y de hecho, online se siguen pudiendo encontrar.
Podríamos pensar que son las chicas de familias de clase media o media-baja las que vendían más su ropa interior. Porque al pertenecer a familias con menos dinero, no podían pagarse todos sus caprichos. Para sorpresa de muchos, la gran mayoría de chicas que vendían su ropa interior solían ser de familias acomodadas. Y es que, al no tener que esforzarse para conseguir casi nada, preferían recurrir a este tipo de negocios para obtener dinero antes que recurrir a, por ejemplo, un trabajo a tiempo parcial.
Y al igual que con otros servicios de corte sexual, era normal ver información sobre estas tiendas en postes de electricidad o en cabinas de teléfonos. O, por supuesto, en los espacios de «información sin compromiso» que se encuentran en ciertos barrios de Japón, como Shibuya o Kabukicho.
También los chicos venden ropa interior
Este tipo de tiendas poco a poco fueron dando cabida a ropa interior masculina, calcetines, uniformes, etc. Y es que las mujeres también comenzaron a buscar este tipo de objetos ya que el fetichismo por este tipo de artículos no es algo exclusivo del sexo masculino.
Esto no es más que una evolución natural en la sociedad japonesa. Y al igual que los hostess masculinos cada vez tienen más éxito, cuando años atrás su existencia era casi impensable, en el caso de la ropa interior pasa lo mismo: las mujeres también tienen los mismos o parecidos deseos que los hombres.
Curiosamente, hace unos años hubo una cierta polémica cuando varias amas de casa confesaron que les daban asco los calzoncillos de sus maridos. Tanto, que los sujetaban con palillos para llevarlos a la lavadora y no tocarlos con las manos. Seguramente la ropa interior masculina de sus maridos siga provocando las mismas reacciones, pero no así la de jóvenes estudiantes.
Las mujeres que compran estas prendas por lo general suelen ser mujeres solteras, que utilizan estos fetiches para el sexo en solitario. Pero no hay que pensar que esto es un fenómeno de reciente aparición, porque hay tiendas de este tipo que reconocen que hace ya algunos años que tienen mujeres entre sus clientes.
Y exactamente igual que ocurre con la ropa interior femenina, se paga más por unos calzoncillos que hayan sido llevados durante más días, y más incluso si contienen restos de esperma.
La leyenda urbana de las máquinas de venta de bragas usadas
Como hemos dicho antes, sí es cierto que durante un breve tiempo se pudo conseguir bragas usadas en las típicas máquinas japonesas. Cualquiera que haya ido a Japón habrá visto las típicas máquinas o jidohanbaiki, con bebidas y snacks. El hecho de que se puedan encontrar casi en cada esquina por todo el país es una de las curiosidades de Japón de las que hemos hablado.
Estas máquinas eran perfectas porque la compra de estas bragas usadas era algo totalmente anónimo. Las máquinas comenzaron a aparecer en 1993 en Chiba City, la capital de la prefectura de Chiba. En esta ciudad había una zona especialmente conocida por su industria de entretenimiento adulto, así que estas máquinas encajaban perfectamente.
Las quejas llegaron inmediatamente pero, con la ley en la mano, era difícil buscar la forma de evitarlo. Para cualquier otro tipo de objeto, el vendedor necesita de una licencia para distribuirlos. Pero nadie había pensado que llegaría el día en que las bragas usadas se pudieran comprar de esta forma. Así que no había ningún tipo de ley comercial que permitiera retirar estas máquinas.
La solución fue creativa, ya que se usó una ley sobre antigüedades. La ley especificaba que el distribuidor, tanto de antigüedades como de objetos de segunda mano, tenía que obtener permiso de las autoridades locales para proceder a la venta. Y las bragas usadas eran claramente objetos de segunda mano.
Así, en septiembre de 1993 se denunció a tres empresarios por la venta de bragas usadas en máquinas sin permiso según esta ley. Esto acabó con la presencia de este tipo de máquinas, pero la imaginación colectiva, sobre todo internacional, hizo el resto. Y es que, como decimos, en Japón este tipo de máquinas están presentes por todo el país y en ellas se puede comprar de todo.
De hecho, existen máquinas que venden bragas nuevas. Estas bragas vienen empaquetadas con la imagen sonriente de una modelo. Modelo que jamás ha llevado esas bragas, evidentemente. Pero encontrar máquinas así, con una foto de una mujer japonesa, si además no se sabe japonés, ha sido más que suficiente. Por eso, no es raro que muchos turistas que encuentran estas máquinas sigan creyendo que existen máquinas de bragas usadas.
La realidad es que sí, existieron, pero pocas y durante un periodo muy breve de tiempo. Todo el que diga que siguen existiendo y que las ha conseguido está perpetuando una leyenda urbana.
El burusera en la actualidad
En los tiempos actuales la juventud quiere dinero fácil, no sólo las chicas, por lo que también hay chicos que roban la ropa interior a las chicas para así venderla ellos. De esta forma no se obtiene tanto dinero ya que cuando la roban, suele ser porque acaba de ser lavada y está, por tanto, limpia. En cualquier caso es un medio muy sencillo de obtener un dinero extra.
Las autoridades, finalmente, se han hecho eco del problema pero no parece que hayan tenido mucho éxito. En 2004 se promulgó una ordenanza municipal en Tokio que ilegalizó la venta de ropa interior usada, de orina, heces y otras cosas similares de menores de edad, así como que las propias menores lo vendieran a las tiendas.
Esta ordenanza también ilegalizó todas las actividades que fomentaran este tipo de negocio, bajo pena de multa de hasta 500 000 yenes. Uno de los problemas es que sólo es ilegal si la chica es menor de edad, con lo que las tiendas que se dedican a este negocio ahora lo que tienen es material de chicas mayores de edad.
De hecho, esta ley no ha erradicado la práctica del burusera en Tokio, sino que ha hecho que se vuelva algo todavía más soterrado. Como se podía imaginar, esto fomentó aún más la proliferación de páginas web en las que las chicas contactan directamente con el comprador, evitando así intermediarios y el acecho de las autoridades.
La forma estándar de funcionar, en estos casos, es citar al comprador en lugares con cierta privacidad, como podría ser una habitación de un local de karaoke, por ejemplo. Entonces, la chica se quita la ropa interior delante del comprador que, a cambio, le entregará una cantidad de dinero previamente pactada.
Pero lo que más ha proliferado son páginas web en las que las vendedoras muestran la ropa interior que venden y en la que los compradores solicitan material que se ajuste a sus gustos. Todo el pago se hace de forma electrónica y sin contacto físico. El material que aquí encontramos es relativamente «barato», nadie pone en peligro su integridad física y toda la transacción se realiza de la forma más aséptica posible.
Pero, evidentemente, en muchos casos había sospechas de que las tiendas «tradicionales» de venta de ropa interior usada vendían material falso. Razón de más para sospechar de la autenticidad de la ropa interior que se vende en estos foros. Es un negocio perfecto para empresarios avispados que quieran aprovecharse de las parafilias de unos pocos.
Existen otros sitios web en los que la ropa interior se subasta, como si fuera un eBay de bragas usadas. Los compradores pujan por esta ropa interior usada, partiendo de un precio base, y el mejor postor se lleva la prenda. Una sencilla búsqueda nos muestra muchos sitios en los que conseguir este material.
Otro lugar que en los últimos años, según contaba Mainichi, se usaba para este intercambio de bragas por dinero eran los baños para personas de movilidad reducida de ciertas estaciones, sobre todo la de Tokio. En ellos hay espacio suficiente para hacer la transacción con comodidad, hay privacidad y, sobre todo, un continuo ir y venir de gente que hace fácil perderse entre la multitud.
Curiosamente, gracias a esta nueva ley y al soterramiento de esta corriente de venta ilegal de ropa interior, las chicas que sí venden su ropa interior pueden llegar a cobrar entre 5000 y 10 000 yenes. Bastante más dinero de lo que se pagaba por el mismo artículo en las tiendas de venta de ropa interior usada. Quizás porque la interacción es más directa y el comprador se excita todavía más al ver a la chica a su lado despojándose de su ropa interior.
Otra manera que han encontrado estas chicas para sacar un dinero extra, sin vulnerar la ley, es la de vender fotos en las que aparecen con sus uniformes colegiales. Estas fotos pueden tener precios alrededor de unos 5000 yenes y llevan como añadido unas bragas usadas como si del regalo de una revista se tratara. Algo parecido a cuando se venden bolígrafos por precios estratosféricos porque, curiosamente, llevan de regalo una entrada para el partido de fútbol más esperado de año.
Y por si fuera poco, el negocio se va extendiendo y se están creando nuevas áreas de negocio en las que antes no se había pensado. De hecho, estas chicas a veces ya ni siquiera necesitan vender su ropa interior. Les basta con quedar con un cliente, acompañarle a una de las salas de cualquier local de karaoke, y dejarle que meta la cabeza entre sus piernas. De esta forma el cliente puede aspirar sus olores íntimos, hasta quedar saciado. Esta práctica recibe el nombre de kagaseya (嗅がせや), y los hombres llegan a pagar hasta 10 000 yenes por cita.
La realidad es que estas prácticas siguen llevándose a cabo sobre todo porque las chicas japonesas que se involucran en ellas no consideran que estén haciendo nada malo. Sin embargo, el mayor problema se encuentra en que esto puede llevar al negocio de las citas compensadas o enjo kōsai, con el que se obtiene todavía más dinero. Pero esto ya roza la prostitución de menores, lo que supone un verdadero problema para la sociedad.
Si bien las posibilidades de negocio son mayores hoy en día, los riesgos también lo son. En el pasado había intermediarios entre las chicas y los compradores, en la forma de las tiendas de venta de ropa interior usada. Ahora, sin embargo, muchas de estas transacciones se llevan a cabo directamente entre las chicas y los compradores y en lugares oscuros y privados.
Eso sí, pese a todo lo que hemos contado, no hay que pensar que la práctica del burusera es algo común en todas las chicas japonesas. La realidad es que no deja de ser un comportamiento minoritario. Y es que, además, en un gran número de casos la ropa que se vende no es realmente de colegialas. De hecho, según informes de 2014, el número de tiendas que venden bragas usadas es testimonial.
Pero en el imaginario colectivo mundial ya ha quedado grabada esta práctica. Se ha hablado de ella hasta la saciedad, incluso con datos incompletos, con tal de contar una historia de perversiones y de comportamientos extravagantes japoneses. Por eso, podría pensarse que el burusera es algo frecuente, cuando no es así.
NOTA: este artículo se publicó originalmente en 2006, en la versión anterior de Japonismo, y lamentablemente fue copiado en muchos sitios sin mencionar la fuente. Esta versión es una actualización importante con muchos más datos.