Comedias involuntarias: Dirty Dancing (1987)
Dirty Dancing no figuraba en nuestros planes cuando iniciamos esta sección pero, sugerencia mediante, y movidos por la sana intención de tomarnos todo un poco a cachondeo, vamos a por el film que alguien definió como el Star Wars para chicas. Y no, por supuesto que no, !no vamos a olvidarnos de las sandías!
La década de los 80 empezó con un -placentero- acoso y derribo de películas de tipo escapista firmadas por la dupla Spielberg & Lucas para, a partir de mitad de década, mutar en una suerte de implosión de género juvenil. La ya revisada Top Gun, de 1986, fue un hito social que aunaba dosis infinitas de alucine militar a mayor lucimiento de Tom Cruise. Un año más tarde, de forma inesperada (presupuesto, medios, expectativas…), Dirty Dancing tomó el relevo y se convirtió en algo más: un hito generacional de los que abren un tubo en el espacio-tiempo y transportan a cada fan al momento en el que vivió dicho film, su música o esos últimos años ochenta. Pero, ah, la película -pese a que se sostiene muy decentemente bajo la lupa del paso del tiempo- contiene algunas perlas que debemos revisar. Con cariño, eh, que nos gusta Dirty Dancing.
Dirty Dancing da comienzo con unos créditos iniciales la mar de originales (sin ironías): literalmente los protagonizan los bailarines, casi figurantes, de la película, en cámara lenta, filtro en blanco y negro y el Be My Baby de The Ronettes. La duda es si definir lo que se ve como baile o una conjunción de parejas listas para un frenesí bailongo sexual. Así que aquí rascamos un poco: en un film teóricamente romántico subyace un factor sexual, pero de la host… Pero mucho, vaya, que Emile Ardolino (director), Linda Gottieb (productora) y Eleanor Bergstein (guionista y creadora de facto: basó el libreto en su propia vida) escapan de la obviedad pero que, en ningún momento, dejan fuera del alcance del espectador. En 1987 no se vio del todo claro (bueno, ellas, me da que sí), en esos momentos Reagan y pre-aldea global noventera, pero esta película emana sudor sexual en casi cada escena. Salvo las que protagoniza Max Kellerman, claro. Un respeto.
Empezamos con una intro en el que se toma a la protagonista, Baby (Jennifer Grey), como narradora en voz en off, en un recurso que no se utiliza de nuevo en el resto del film y que, sinceramente, no era necesario. Pero vaya, así sabemos que estamos en 1963, en los albores del cambio definitivo entre los felices y conservadores años 50 y los convulsos y más internacionales años 60. El resto es obvio: Baby viaja con su familia a una suerte de hotel veraniego rural, quiere mucho a su padre, pasa de su madre (así, de primeras, ¿alguien recuerda si se dirigen la palabra?) y, en señal de que la voz en off no es necesaria, Ardolino se muestra poco sutil con su hermana: mientras Baby lee un libro, su hermana se mira en el espejo. Captado: es tonta.
Una vez instalados en ese terrorífico lugar (las actividades lúdicas y el buen rollo general dan mucho miedo: ahí realizan rituales satánicos, como mínimo) Baby, que es joven (no queda claro cuanto), hecha un vistazo en la casa principal y ahí abre un poco la boca. Esto es importante: se pasa la película con la boca abierta. ¿Por qué? En medio de un discurso la mar de sexista del amigo Kellerman, que transita entre el amable anciano familiar de cara al público, y el CEO abrupto en privado, aparece Johnny (Patrick Swayze). El contraste entre este, cachas, con su pelazo y sus gafas de sol (existe un tipo concreto de macho capaz de llevar gafas en un interior sin resultar ridículo), y los camareros excede lo sutil, de nuevo. Total que Kellerman le pide, le ruega, a Johnny que este año no se tire a 23 mujeres.
A la pobre Baby tratan de encasquetarle al nieto de los Kellerman, no en plan convenido a lo Juego de Tronos, pero casi. Ella, que es una ricura y tiene su nivel, no le hace ni caso al pobre, y ridículo, chaval. Incluso le suelta un discurso de izquierdas que aún hoy haría temblar a un votante republicano. Después de un ridículo baile de Kellerman (está en todas partes este hombre) y del mucho más elegante Tito Suarez (Charles Coles), a la pobre Baby la ponen a bailar con el plasta del nieto Kellerman y vuelve a abrir la boca. No. No por el nieto. Johnny y Penny (Chyntia Rhodes) hacen su entrada en la pista de baile, para animar el asunto, y a Baby vuelven a darle todos los males. La comparativa entre el nieto beta y el Johnny alfa es letal. Y, que narices, nosotros estamos como Baby: la exhibición física y velocista de Johnny y Penny contrasta con el olor a Baron Dandy de toda la sala.
Desorientada, y algo asqueada (insistimos: Baby es inocente y es la protagonista pero también es Jennifer Grey y el otro, pues, no, que no), Baby avanza hasta terreno de la plebe, esto es, camareros, bailarines y demás y se encuentra con uno de los currantes al que ya ha conocido previamente. Billy (Neal Jones), el gran Billy, un amable y humilde chaval que en esos momentos, por alguna razón desconocida, carga con tres enormes sandías. Baby, que descaradamente pretende, cual Rose en Titanic, una expedición social de primera a tercera clase, se acopla a Billy y penetra en una cabaña que parece otro sistema solar distinto dentro del complejo carca de Kellerman. Los bailarines y demás, al parecer todos libres de servicio, bailan como posesos al ritmo de Do You Love Me. Decimos que bailan porque aquello se asemeja más a una suerte de ritual sexual de frote y refriega, sudor y emulsiones varias, un despelote bailotero que deja a Baby al borde de un colapso. Y de repente vuelve a abrir la boca: Johnny y Penny entran en la cabaña.
Su entrada es monumental: Johnny agarra la cerveza de un compañero y pega un trago como si fuera un licor ultra potente, el colmo de la rebeldía, y sin dudarlo toman posesión del centro de la pista para acelerarse al ritmo del mencionado Do You Love Me. El espectador, de pura empatía, incluso compasión, entiende el pasmarote facial que atenaza a la pobre Baby: ese baile de Johnny y Penny no es humano. Son dos atletas, con un subidón físico que entendemos es pura euforia obrera, ejecutando un torrente de movimientos atronadoramente sexuales. Y permítanme una incisión personal: es en este punto donde podemos admirar el mejor baile y a la mejor bailarina de Dirty Dancing: Penny, esto es, Cynthia Rhodes. En dos bailes, el del restaurante, y el de la cabaña, se ha marcado un Usain Bolt, fijando récord mundial y retirándose en la cima.
Otis Redding y su Love Man entran en acción, Johnny advierte la presencia de Baby y es en ese momento, cuando ella debe mantener la compostura ante ese adonis de perfección genética, sudando a mares, y con su traje de gala medio abierto a lo Locomía, cuando Baby expulsa su I carried a watermelon. Johnny, con cara de haber comprobado, de nuevo, que los ricos son idiotas, vuelve a la pista pero cual depredador que se divierte, regresa para invitar a Baby a la pista de baile. De nuevo empatía a raudales: la pobre Baby, que bastante tiene con no diluirse en su propio sudor y otras emulsiones corporales que, a buen seguro, derraman en ese momento por su ser, transita entre el acojone, entre su patosidad bailotesca, y sobre todo en un sí, pero no, ante la realidad de que está bailando con el macho alfa de la zona obrera de Kellerman’s. Al finalizar el número la pobre queda en estado de shock. Lleva con la boca abierta 12 minutos.
Al día siguiente Baby, aún flotando, lanza unos inocentes piropos a Penny para recibir de esta una lección de realidad que deja tocada la burbuja pija en la que todavía vive Baby. Más tarde entramos de pleno el suceso en el que, parece, pocos repararon en su momento: el aborto de Penny. Tras un nuevo ridículo, en esta ocasión paupérrimo, del nieto Kellerman, Baby acude con él a las cocinas del hotel y Baby se da cuenta que Penny está en el suelo, llorando (pero… Pero, esto es cruel. Punto), por lo que se quita rápido de encima al nieto y se larga a toda velocidad en la búsqueda de Billy y Johnny. Entre todos, aunque mezclado con puyitas a su origen pijo, la ponen al corriente: Penny está embarazada de Robbie, un camarero universitario y unidimensional en cuanto a que es idiota en todas sus apariciones. Baby toma ventaja de su lado pijo y de que su padre es un poco inocente y consigue el dinero necesario para el aborto. Pero hay un problema logístico: ese mismo día Penny debe bailar con Johnny en otro hotel. Challenge accepted para Baby: ella la va a substituir. Aplaudimos fuertemente los ovarios de Baby. Y su estratagema: motivada, desde luego, lo está.
En ese punto Dirty Dancing muta en Rocky IV: el progreso técnico de Baby en cada ensayo, en la roñosa cabaña, manteniendo el equilibrio en un tronco, saltando por un prado o en medio de un lago, emula las gestas rurales del Potro Italiano. Y a la vez las lecciones casi espirituales de Johnny (impagable el momento del latido del corazón) emulan las de Miyagi San a Daniel San en Karate Kid. Y todo esto se va al traste cuando Penny entra en acción: a buen seguro existe un motivo técnico para ese momento con un sudado Johnny observando, e imaginando vete a saber que, como Penny y Baby bailan agarradas en una suerte de concurso de cinturas imposibles. Me pierdo. Culminamos con otro inolvidable momento en el que Baby (y Jennifer Grey) se mofan del implacable Johnny cuando intenta repetidamente su cosquilleo en la zona del sobaco (probablemente la más afectada en cuanto a emulsiones acuosas en todos esos ensayos). Como remate apuntamos que en estas sesiones a lo Rocky/Miyagi/Penny, hemos podido constatar que Baby está innegablemente cachas. Pero a nivel de rallar pan duro en su tripa. Impresionante.
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— Donovan Pete, MLIS Thu May 19 20:08:28 +0000 2016
El baile en cuestión sale razonablemente bien pero, no importa, pues nos olvidamos de todo en cuanto regresan a la zona menos noble de Kellerman’s: el aborto de Penny ha sido una salvajada médica, está hecha trizas, llorando y muerta de dolor (basta de ponernos a Penny llorando, basta: tenemos un límite). Baby corre a buscar a su padre y este alivia un poco la situación (además más tarde sabremos que visita de nuevo a Penny) aunque, tras su impecable gestión sanitaria, arremete contra Baby y su… Maquillaje.
Con todo este ajetreo Baby ha perdido el sueño y acude a la cabaña de Johnny. Está tan enchochada que incluso afirma que esa cabaña roñosa está genial cuando ella, recordemos, vive en una extremadamente enorme frente al hotel. Cuando a Baby se le ocurre afirmar que Johnny lo es todo este arremete con un lamento sobre el contraste entre su complicada situación económica anterior al verano y su condición de gigoló durante este. Se entiende lo que pretenden contarnos pero la forma en la que lo suelta Johnny nos transmite un pasaje extremo: de la casi pobreza a una situación en la que menciona mujeres y diamantes en la misma frase. De dar pena a un, bueno Johnny, podríamos estar peor. Como era de esperar Baby se apresura a lanzar su obvio enchochamiento por Johnny y este replica con un baile en el que podemos afirmar que empiezan a fornicar aún con la ropa puesta. Fantástico.
Al día siguiente Penny, que reposa en su cama, recibe la visita de Baby primero y Johnny más tarde. Podríamos detener nuestra revisión de Dirty Dancing para preguntarnos, seriamente qué demonios ocurre aquí. ¿Qué son Penny y Johnny? Anteriormente Billy afirma que no son pareja pero parecen quererse lo suyo, el sentimiento de protector/protegida es obvio (es 1963 así que no entraremos en ello), están ambos como dos trenes de mercancías de 28 vagones, bailan extraordinariamente bien y sus modos, compenetración y gestos durante sus rutinas levantan sospechas de sincronía en otros lugares. Pero bueno, no diremos más. Bueno sí, va: ellos dos forman una pareja mucho más lógica que Johnny y Baby. Venga, está dicho.
Baby en esos momentos está ya a tope y podemos ver como abandona una partida de juego de sobremesa con su padre para ir, de nuevo, a la cabaña de Johnny a retozar. Tras el ejercicio Johnny nos deleita con otro monólogo en el que se supone debe darnos pena pero las formas… En esta ocasión nos cuenta como las mujeres ricas, que se arreglan y huelen tan bien, le dan las llaves de su cabaña. Dos o tres mujeres distintas al día. Afirma que le utilizan. Y al mismo tiempo parece que, incluso ese mismo verano, ha seguido practicando ese arriesgado deporte. Nos confundes, Johnny.
Nos acercamos al final. Johnny y Baby son pareja, se quieren, retozan, pero el primero recibe un doble golpe moral en cuestión de minutos: la mofa del nieto Kellerman, al cargo del baile final de temporada, y la constatación de que Baby esconde su relación frente a sus padres. El que paga los platos, merecidamente, es Bobby. Ese tipejo que ha herido a Penny. La pelea es algo ridícula y Johnny afirma perdonarle la vida con apenas unos golpes. Más, queríamos más, queríamos a Robbie nadando río arriba. Con Penny no se juega.
Las escenas previas al gran final discurren entre una horripilante muestra de canto criminal a cargo de la hermana de Baby, el sueño de Johnny de ser como los pijos y la acusación, por parte de una despechada pija que caza a la pareja saliendo de la cabaña, sobre Johnny siendo un ladrón. Aunque Baby confiesa la coartada perfecta de Johnny (papa, Johnny no pudo ser porque tu hijita estuvo retozando con él toda la noche jaja) este es igualmente despedido por la cúpula carca de Kellerman’s. Johnny se despide de Baby mientras suena el She’s Like The Wind, escrito y cantado por el propio Patrick Swayze. ¿Meta momento?
El baile final, definitivo, de Dirty Dancing merece un premio. De entrada porque corta de raíz el horrible, horripilante, vomitivo número final perpetrado por la plana mayor del lugar. Durante dicho tormento el padre de Baby se da cuenta, al fin, que fue Robbie quien dejó embarazada a Penny. Total que Johnny hace acto de presencia y suelta la frase más recordada y a la vez ridícula del film: nobody puts baby in a corner.
Johnny agarra a Baby (su padre hace un amago de ir a por ella pero su mujer, que tiene ganas de ver que ocurre, le frena) y tras otro paupérrimo discurso cursi sobre la Mahatma Gandhi en la que parece haberse convertido Baby, inicia el baile original, ahora completo y perfeccionado, que debían interpretar en aquel hotel. Las reacciones, y ese es otro motivo de premio, son gloriosas: la hermana feliz, la madre sorprendida, el padre parece calcular una enorme cantidad de variables, el sector pijo-carca admira a la pareja de jóvenes y el sector obrero va escalando sus ganas de convertir el salón en una de sus fiestas salvajes. Debemos reservar una mención especial a la chica rubia que grita a modo salvaje.
El baile que cierra Dirty Dancing es tan perfecto (pese a los cambios súbitos de peinado y sudoración capilar de Johnny) que en esta ocasión Baby consigue lo que no pudo en el hotel: el salto final sobre los poderosos brazos de Johnny. Todo es felicidad, la sección obrera invita a bailar a los pijos, y el padre de Baby admite que estaba del todo equivocado. Al parecer el baile ha surgido un curioso efecto. Es decir, ¿qué ha ocurrido en ese baile para que de golpe el padre de Baby esté feliz y se ponga, incluso, a bailar como un poseso?
Terminamos este tochaco sobre Dirty Dancing con el mejor dúo en todo este baile final: sí, Penny y el anciano director de orquesta, Tito, calibrando movimientos de cintura. Fantásico.
Bonus: