Eduardo Arias: "Entre más se crece, más se desconoce"
Según la teoría de la relatividad sería un cuerpo atraído por… Pero de acuerdo con Newton sería una partícula uniformemente acelerada. Realmente no sabría contestar a la pregunta de quién es Eduardo Arias…
Dicen que uno entre más crece, más se conoce. Pienso que es al revés, entre más se crece más se desconoce. A los veinticinco años se tienen una cantidad de certezas que con el paso del tiempo se van desdibujando, convirtiendo en dudas y preguntas, no solamente sobre uno mismo sino también sobre el mundo que nos rodea. Así que no podría contestar basado más allá de una genealogía, hijo de, padre de o que estudió tal cosa y trabaja en tal otra.
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Dicho a grandes rasgos, estudié biología pero me he dedicado al periodismo y, para lograrlo, he utilizado herramientas, no solo la televisión y la radio, sino también la música y en ocasiones el dibujo. Tampoco podría definirme de manera psicológica, seguramente soy maníaco depresivo compulsivo bipolar (risas).
Reitero lo del comienzo, soy una persona que se pregunta cada vez más acerca de quién soy yo y un poco también por el sentido de la vida y de las cosas, porque a veces se me escapa y no lo tengo muy claro.
Mis papás son de Bogotá pero tres de mis cuatro abuelos son antioqueños, por lo tanto, soy un bogotano con sangre antioqueña. También tengo una herencia lejana de Suecia y Alemania por tatarabuelos que llegaron a Medellín en el siglo XIX (Enrique Haeusler, un maestro de la escuela de artes y oficios que construyó el puente de Guayaquil entre muchas otras obras y, una generación anterior, don Carlos Segismuindo de Greiff, que llegó de Suecia y se dedicó a la minería). Mis papás son primos segundos, entonces tengo dos bisabuelas hermanas por el lado Haeusler. Arias es un apellido del Retiro (Antioquia) pero según me dice mi papá, proviene del norte de Caldas, de Aguadas o de Pácora (cerca de la Ceja Rionegro). El apellido Villa es de Sopetrán (cerca de Santa Fe de Antioquia).
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Por el lado de mi abuela materna soy Esguerra (ella de Bogotá y su apellido cundiboyacense). Podría asegurar que teníamos una tatarabuela que venía de Boyacá. Para mi abuelo, don Teodomiro Villa Haeusler (mucho mayor que mi abuela y al que no conocí porque murió en el año 53), era su segundo matrimonio, entonces mi mamá tenía dos medios hermanos bastante mayores. Sé que algo tuvo que ver Pereira en que se conocieran porque mi abuela cuenta que vivió allá en los años 25 o 26 (mi tío Hernán es pereirano y es productor de televisión).
Mis papás se debieron conocer en el Teatro Colón,porque ambos son muy melómanos. Nunca les he preguntado cómo nació ese matrimonio tan extraño entre ellos pero intuyo que su gusto por la música fue el punto en común.
Mi papá, Jorge Arias de Greiff,nació en 1922 (tiene 96 años en el 2018) y es el mayor de cuatro hermanos. Estudió ingeniería civil en la Universidad Nacional, lugar donde comenzó a trabajar dando clases. Luego se vinculó a una oficina de ingenieros y a finales de los 50 (año 57) lo llamaron de nuevo de la Universidad para que dirigiera el observatorio astronómico (él había tomado la foto de un cometa que publicaron en El Espectador y que se vio en el 57). Acababa de renunciar Belisario Ruiz Wilches,por lo que él tomó el puesto y comenzó a introducir unas cátedras relacionadas con la astronomía, si mal no recuerdo, Mecánica Celeste fue una de ellas. Luego pasó a ser el decano de ciencias en el 70 y rector encargado por cuatro meses en 1972 para volver a su cátedra.
A finales de los 70 comenzó a trabajar con historia de la ciencia en Colombia y desde entonces se ha dedicado a estos temas como miembro de la Academia de Historia,de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales,y también de la Academia Geográfica.Es un gran lector y académico al que a menudo le publican artículos en libros sobre los temas que han surgido de Humboldt, de Caldas y de la Historia de Colombia. También es una persona que sabe de música pues ha oído toda su vida a Beethoven, Wagner, en especial alemanes, pues sus tíos León y Otto de Greiff lo indujeron desde muy chiquito al gusto musical. A mi abuela Leticia también le gustaba mucho, por lo que mi papá creció en un ambiente de música clásica.
Con toda esta influencia, la música ha sido parte fundamental de su vida como melómano, aunque alguna vez intentó tocar trompa y corno francés siendo los años 50 y en la Orquesta Sinfónica de Chapinero (con Karl Troller tengo un proyecto que se llama igual, por coincidencia).
Básicamente ese es mi papá. Le gustan mucho la geografía, la música, las ciencias, la historia. Últimamente le ha dado por ser Estalinista. Él era muy liberal al comienzo, perteneció al partido y a medida que ha pasado el tiempo se ha radicalizado más y más hacia la izquierda (que es lo contrario a lo que le dicen a uno, que de chiquito se es de izquierda y después se va calmando un poco). Pues a mi papá le pasó un poco el proceso contrario.
Comenzó a trabajar temas relacionados con indígenas en los años 80, etnoastronomía, que le abrió mucho la mente en cuanto a que la ciencia no es únicamente con Galileo, Newton, Keppler, Einstein, sino que también hay otros conocimientos que están por fuera de la ciencia occidental. Desde finales de los 80 se ha interesado en conocer y hacer la comparación, por ejemplo, lo que yo llamo constelación de Orión, qué significa para esta comunidad indígena en particular y qué importancia tiene esa estrella. Podría acercarme a su concepción de la ciencia como modelo para interpretar la realidad, la filosofía o la religión, porque nosotros construimos o nos apoyamos en modelos que nos permiten hacerlo de esta manera. En estos últimos tiempos me da la sensación de que mi papá se apoya también en la historia y en todos esos aprendizajes que tuvo en su momento de comunidades indígenas, entonces acepta que hay varios modelos. Vaya uno a saber cuál es el verdadero, en la práctica quizás ninguno lo sea.
Mi mamá nació en 1930 (cumplió 88 años el 24 de diciembre de 2018). Por esta razón la navidad se hace en mi casa, pues desde antes de que yo naciera era costumbre que pasaran a saludarla para el cumpleaños y decían:
- Ya que estamos aquí tomémonos el whiskycito.
Entonces se formó la idea de que la navidad se celebraba en mi casa con primos, tíos y amigos.
Mi mamá estudió filosofía y letras, también quiso estudiar medicina pero la muerte de mi abuelo le impidió hacerlo, pues cuando don Teodomiro Villa murió, ella tuvo que devolverse de España, donde estudiaba. Dedicó su vida a obras sociales porque le encantaba trabajar gratis en colegios, proyectos altruistas, hogares de paso y con gente de la tercera edad. Siempre ha sido muy filántropa y hasta hace relativamente poco (ahora está bastante impedida). Era de las que andaba a pie o en bus por Bogotá: llegaba en bus a las diez de la noche de Suba, el que tomaba saliendo del trabajo. Ha sido una persona muy autónoma, independiente, poco amiga del hogar, no le gustaba mucho estar en la casa, nunca fue la esposa sumisa y tuvo siempre su vida y sus cosas.
Tengo un hermano dos años menor. Mi niñez fue muy apegada a él, pasábamos juntos gran parte del tiempo en especial las vacaciones largas, íbamos con mucha frecuencia donde mis abuelos y así fue desde niños hasta que comenzó la universidad. Fue una relación muy cercana, de hacer juegos, por ejemplo, nos daba por convertir el closet en un mesón de trabajo, hacíamos bibliotecas, trabajos manuales, también nos gustaba la misma música, rock. Él estudió arquitectura, yo biología y luego me casé, lo que generó cierta distancia, dejamos de vernos tan a menudo pero emocionalmente estamos muy conectados, hay una relación muy fuerte que se cimentó en la infancia.
Siempre he dicho que nací en un hogar amish, porque no había lavadora, ni televisión, tampoco radio. Crecí un poco aislado. Sabía que los Beatles existían, yo era un niño pero no los oía. Lo único que había en mi casa era la nevera, el toca discos y muchos libros. Donde mis abuelos era lo mismo, igual donde mis tíos. Tener discos y libros era importante, y el objeto libro me gustaba, no es que me la pasara leyendo pero me encantaba tener biblioteca (aún hoy).
Me marcó mucho la música, no solo en el sentido de que me gusta sino que disfruto coleccionarla. A mí no ha llegado el mundo de las plataformas digitales porque prefiero tener el disco. Uso YouTube y busco cosas por Internet, pero me crié en una casa y en un entorno familiar grande en el que coleccionar discos era importante (en esa época eran vinilos).
Empecé a escuchar música pop y baladas en el año 71, cuando mi abuelo me regaló un radio para oír las trasmisiones de fútbol y La Vuelta a Colombia. Era de banda corta, AM, ni siquiera tenía FM (no había en esa época). Amigos del colegio y primos me fueron enseñando acerca de los grupos que sonaban y así me volví seguidor de la música rock, después del jazz y de muchos otros géneros a lo largo de la vida. Pero esto nació en mi casa y sobre todo por ese culto que había y que sigue habiendo al objeto disco. Por ejemplo, mi papá está feliz porque mi hijo le hizo un mueble para sus discos compactos y decidió que lo destinaría a sus óperas. Cada vez que va alguien a visitarlo se lo muestra pues lo tiene clasificado y vive muy orgulloso de su colección. Claro que desde hace tres o cuatro años, cuando llego a mi casa ya no están escuchando música, debe ser a causa de la edad. Pero como mi papá, yo valoro y atesoro mi colección.
Un gran pilar en mi formación de niño es el anticlericalismo. Yo tenía un abuelo que de tanto odiar a los papas se volvió experto en ellos. Mi abuelo Vicente era impresionante, tal era su bronca con la iglesia que sabía cómo se llamaban los papas de la edad media y los de la época en la que había dos y tres papas al tiempo. Recuerdo que él una vez corrigió a Manuel Drezner(columnista insigne en Preguntas y Respuestas) diciendo que algo no era exactamente como él lo planteaba. Mi abuela seguía también esa corriente. Mi mamá nos mandaba a misa con "la muchacha" pero ni ella ni mi papá iban nunca y lo hacían para cumplir una labor del colegio que tampoco era religioso (en los años 60 la religión era parte de la educación). Yo no recuerdo haber visto a mis papás en una iglesia, salvo en un matrimonio, un bautizo o un entierro, lo que de alguna manera marcó bastante mi relación con la jerarquía católica y con la iglesia.
El otro pilar (aunque suena muy petulante, porque uno de niño no tiene ni idea de nada) es el humanismo que ha estado presente siempre en mi casa. No es que yo fuera un filósofo humanista, claramente no, era solo un niño, pero el entorno sí estaba centrado en el conocimiento racional y científico, en literatura y humanismo. Mi mamá era profesora, lo que influyó en mí, también el que a la casa llegaran muchos libros (leí algunos) y que durante el bachillerato en elColegio Helvetia me hice aficionado a la literatura.
Otro pilar importante era la austeridad. En mi casa no había carro, se andaba en bus o a pie y se gastaba muy poca plata en ropa. Hubo un año del colegio en que no tenía suéter, yo llegaba al colegio en camiseta con cuatro grados centígrados a las siete de la mañana. Ese tipo de ostentación de que hay que tener mucha ropa, carro, vajilla fina, no tenían espacio en mi casa, es que no había televisor ni radio.
Y como mi mamá había vivido en España después de la guerra civil española en los tempranos cincuenta, llegó muy marcada por el hambre, por las dificultades que tenían en esa época, entonces siempre nos decía que uno se tenía que comer todo. En esa época en Bogotá era de mala educación hacerlo y por el contrario, debía dejarse comida en el plato para mostrar que uno no estaba muerto de hambre, esa era la urbanidad bogotana. En mi casa la norma siempre fue: se comen todo, se sirven lo que es y si quieren repetir se sirven más. Eso también me marcó, lo que algunos llamarán tacañería, pero ese culto a la austeridad es algo que agradezco mucho.
Otra cosa que aprendí de mi mamá fue a respetar a la gente sin importar la condición social ni su origen. Eso hoy en día suena a paisaje pero en los años 60, cuando era niño, había mucho matoneo, clasismo, se usaba burlarse de los pobres, de los campesinos e indígenas.
De mi mamá tengo el uso de las malas palabras con su repertorio a flor de piel. Soy medio boquisucio (mi papá no dice una grosería ni de peligro), en cambio mi mamá no tenía ningún inconveniente en pelear en la calle y soltaba cualquier palabra que se le ocurriera. Yo le heredé eso, porque cuando me siento agredido en la calle, respondo con la grosería clásica.
De mi papá admiro muchas cosas pero no tengo su disciplina. Algo muy concreto que sí le heredé es el gusto por los mapas, la geografía, el territorio, las montañas y la ubicación. También el gusto por la música clásica que ponía a todo volumen. No es porque me las dé de elegante sino porque es la realidad, mu música serían Wagner, Beethoven, Bach. Es la música que de verdad me recuerda el ambiente familiar, me manda al pasado hasta la infancia porque la música colombiana me lleva a una etapa posterior.
La astrología es un tema que me divierte. Soy escorpión y en el horóscopo chino son perro. Un poco antagónico. De ascendiente géminis (una persona que no se define, quiere ser blanco pero es negro, quiere ser verde pero…) Y en lo tolerante también soy géminis porque acepto miradas distintas a la mía. Aunque esto es impreciso porque mi mamá no recuerda la hora exacta de mi nacimiento, solo que fue en la noche. Algo de bipolaridad que tengo debe ser por ahí.
El colegio es una época bastante compleja en mi vida, contiene una cantidad de cosas que se entrecruzan y me genera una cantidad de imágenes muy contradictorias. Aquí inicia el psicoanálisis (risas).
Comencé en el 64, me gradué en el 77. De niño odiaba el colegio, me sentía lejos de casa y no solo emocionalmente. El sector en el que se encuentra ubicado forma parte de Suba (barrio Niza Norte), pero en esa época era alejado de la ciudad, había que pasar Rionegro. Creo que no existía La Castellana ni mucho menos Puente Largo ni los barrios que se ven hoy, lo que había eran casa quintas, con jardines grandes, potreros y fincas. De hecho, el supermercado Pomona, en el camino a Suba con calle 100, donde hoy está el Centro Comercial Iserra, era en ese momento una finca con una casetica, tenía una huerta con arado, lechugas y toda clase de hortalizas. La calle 100 con Suba no era una avenida, solo un camino sin separador.
No me gustaba estar lejos de la casa, ni de la de mis abuelos que era el sitio al que yo realmente pertenecía. Era muy apegado al centro de la ciudad, al observatorio astronómico donde trabajaba mi papá. Cuando de niño me llevaban a algún lado era precisamente al centro (no tanto a Chapinero) y empecé a observar los cerros de la ciudad, porque la forma que tuvieran en determinado lugar Monserrate, el Cerro del Cable y otros, era el indicador de la distancia a mi casa. En algunos puntos no se veía la iglesia de Monserrate porque la tapaban algunos eucaliptus, pero entre más se asomaba en mi perspectiva, yo me sentía más cerca. Mi ideal era ver el cerro de frente, como en la calle 22, donde se dejaba ver en todo su esplendor como el cerro más grande de la ciudad, el dominante. Los cerros eran mi guía de referencia de mi estado anímico aunque con el tiempo se fue borrando esa sensación extraña.
Recuerdo el colegio como un lugar muy violento. Los profesores le pegaban a los alumnos y no pasaba nada, los profesores suizos tenían privilegios que no tenían algunos profesores colombianos y el matoneo era fuerte para alguien tan débil y acomplejado (porque estos 1.86 de ahora llegaron muy tarde). Yo era de los más chiquitos, miedoso y tímido al extremo (por lo que podrían darme un título honoris causa en la Academia Venza su Timidez).
Recuerdo, ya en edad adulta, que una vez Rocío (asistente de la directora de la Revista Diners), me dijo:
- Oiga. Usted cómo era de insoportable cuando llegó a la revista.
- ¿Perdón?
- Sí, cuando usted venía se limitaba a dejar los artículos.
- No, ¿por qué?
- Usted pasaba derecho sin saludar.
Descubrí que yo saludaba agachando la cabeza, sin mirar a la persona y dando una imagen equivocada. Quizás me pasé al otro extremo, pero comencé a ser muy cálido, saludo a todos, a los celadores, a las aseadoras, cuando hay una comida en una casa voy hasta la cocina, me despido y doy las gracias.
Me reencontré con una compañera del colegio que trabajaba en Señal Colombia, que empezó a decir:
- ¡Uy esto qué es! Voy a decirle a los del curso. ¿Usted saludando de beso a todas las viejas, abrazándolas y diciéndoles corazón? ¿Cómo así?
Ella no podía creer lo que veía pues conoció a un muchachito tímido y acomplejado. Fue terrible desde ese punto de vista, claro que en el colegio tenía mis amigos, jugaba fútbol, había momentos chéveres, por lo mismo digo que era muy contradictorio. Amigos de la vida por la duración y porque sigo viéndolos, así la relación no sea muy cercana físicamente, es de tercero primaria, Alberto Gómez. Otro de misma época, hoy distante pero que considero amigo es Camilo Serrano.
Fui muy buen estudiante hasta cuarto de primaria, cuando me dio hepatitis (en esa época era una enfermedad que lo encerraba a uno en la casa hasta dos meses). Cuando volví al colegio me di cuenta de que muchos de esos que yo creía que eran amigos me empezaban a dar un trato diferente, me sentí más aislado y más inseguro, lo que me duró varios años.
Fueron terribles los años 69, 70 y 71. Es que no sé cuál sea la calidad de un colegio donde diecisiete estudiantes perdían primero de bachillerato, segundo y tercero, en los cursos de hombres, mujeres y en el mixto. Era una especie de matazón y como de mí se burlaban tanto, recuerdo esa etapa con mucho odio. Puedo decir que yo no quería al Helvetia y me encontré una galerista que se identificó plenamente conmigo, lo que me brindó relativo alivio. Para mí fue un sitio agresivo y hostil, pero a partir del 71 llegó un rector que lo democratizó mucho. Perdí segundo por habilitaciones y al repetirlo, ya era otra cosa.
A partir de tercero de bachillerato, todos los cursos ya eran mixtos y yo era muy tímido con las mujeres, no era capaz de hablarles, moría del pánico. En la revista Vanidades aprendí cómo hacer para mirarlas a los ojos (pero estando ya en la universidad cuando fui de paseo a la finca de un amigo) y recomendaban:
- Si usted es tímido y no es capaz de mirar a una mujer a los ojos, mírele el mentón.
Fue uno de los grandes hallazgos de vida que me permitió evolucionar. Las mujeres me daban susto, miedo, pavor y lo tuve que superar con los años. Cuando me encuentro con las amigas del colegio me dicen:
- Ay, es que usted era muy chévere pero como vivía en la luna.
- ¡Bonita hora de decirlo!
- Usted me parecía muy querido y me hubiera gustado… Pero como no aterrizaba, yo creía que los temas del amor no le interesaban porque se mantenía en la nebulosa.
- @#∞¬
Y sí, tienen toda la razón de pensarlo de esa manera, pero... haber sabido antes...
Descubrí una herramienta en cuarto o quinto de bachillerato que es el humor. Me ayudó a ser alguien, hacía buenos apuntes y chistes, y como dibujaba más o menos bien podía hacer caricaturas. En mi segundo sexto hice las caricaturas para el anuario.
Tenía fama de inteligente pero igual a uno así lo matonean y se burlan. Me encontré en la calle a uno de ellos hace como quince años y me dijo:
- Yo lo admiraba mucho…
-¡Cómo no! Qué admiración tan verraca (risas).
Yo me aislé, tuve muy pocos amigos, me concentré en mis cosas, creé un mundo interior muy fuerte. Aunque seguía siendo muy tímido, hice cosas extravagantes, empecé a tener el pelo largo, a usar pantalones rotos, a interesarme más por la música y como en mi casa había un piano, comencé a tocarlo y a aprender cosas poco a poco. Haber estudiado en el Conservatorio violín cuando niño me ayudó el leer partituras (aunque con mucha dificultad). Eso sí, reconozco intervalos, diferencio las armonías, las escalas, los tonos mayor y menor y eso me ayudó a sacar canciones por oído. El método de enseñanza de los años 60 hacía que a los niños les enseñaran como si fueran adultos. Además yo no tenía el talento, ni el temperamento, ni la perseverancia pero así me aguanté las clases. Había desarrollado el oído y me apoyaba en el piano para sacar cosas. Fue mi hermano el que recibió clases de piano.
Mi mamá nunca nos pedía boletines, ni notas, ni nada. Y no es que no le importara, aunque con los años nos confesó que hacía fuerza para que perdiéramos años, porque sentía que éramos muy inmaduros y así se retrasaba la entrada a la universidad. Cuando mi hermano perdió tercero, ella fue al colegio a felicitar a la profesora:
- Buenísimo que mi hijo haya perdido porque es muy chiquito.
Claro que no nos lo dijo, nos vació, pero con los años nos enteramos que le había parecido buenísimo. Por ejemplo, ella nos regañaba durísimo por cualquier daño:
- ¡Por qué me rompieron el jarrón! ¡Carajo!
Y cuando llegaba la visita hacía el show:
- Mis hijos son maravillosos. Figúrense que por inventarse un andamio me rompieron un jarrón...
Hay gente que no me cree las historias que cuento de mi mamá pero realmente era una mujer extraña en esa etapa de mi vida.
Para decidir estudiar biología, se conjugaron bastantes factores. Uno de ellos tiene que ver con la fama de los De Greiff, que era una familia de ajedrecistas y científicos. Eso me presionó un poco a estudiar una ciencia. Yo era muy malo para matemáticas, no sé si por falta de empeño, quizás me defendía en geometría y trigonometría. Lo segundo es que en esa época, cuando estaba en primero o segundo de bachillerato, apareció la enciclopedia de la Fauna de Salvat, lo que me abrió mucho el mundo. Y en el curso había personas a las que les gustaba, de hecho, uno de esos grandes amigos de la vida del colegio, Fernando Salazar, también estudió biología y fuimos compañeros.
En la Cumbre de Estocolmo del 72 se empezó a hablar de polución, de lluvia ácida, de recursos limitados, salió la famosa fotografía del Apolo 8 donde la tierra vista desde la luna es una esfera frágil perdida en la mitad de la nada y el tema ambiental empezó a volverse una preocupación. Pensé que para ser ecólogo había que estudiar biología, no sabía que es una disciplina en la que caben economistas, filósofos y otros, entonces, me matriculé en esa facultad.
Y es que tampoco había tantas carreras como ahora. Comunicación Social era nueva y nadie sabía de qué se trataba. Literatura no existía, era Filosofía y Letras, y a mí me parecía hartísima la Filosofía. No había carreras como Geografía. Historia era muy nueva. Eran temas que yo debí estudiar realmente, porque tenía facilidad para escribir, para redactar, pero terminé estudiando la que no era, igual me gradué. No me lamento porque no creo que haya sido una perdedera de tiempo pues el haber estado en una universidad me generó un método y una estructura mental científica que me ha servido mucho en periodismo para analizar, interpretar y examinar temas.
La ciencia, que es crítica, también me ha servido para entender que no hay una verdad absoluta. Además, después de graduarme de la Universidad de Los Andes, empecé a leer muchos libros de divulgación científica, descubrí Cosmos de Carl Sagan y otros de Isaac Asimov; la editorial Alianza tenía muchas traducciones de historia de la química, biografía de la física. Eran los 80 y empecé a interesarme en cosas que en la universidad no me habían interesado tanto y aún hoy pues veo programas de televisión de estos temas y los converso con amigos como Gabriel Hernández, amistad que viene del colegio y que me influyó mucho por su interés en la ciencia y en el conocimiento, y con quien tenemos un grupo de música.
En la universidad conocí gente de muchas disciplinas, era muy amigo de los de arquitectura, economía, filosofía y como estaba en el coro donde había gente de todas las facultades, entonces, sus conversaciones me ayudaron a entender temas muy diversos.
En segundo semestre me di cuenta de que lo mío no era por ahí, porque muchas de las materias me parecieron aburridísimas, memorizar nombres de huesos y músculos. Poco a poco descubrí que lo que me interesaba más era la historia de la ciencia, la epistemología, la ciencia vista desde afuera más que desde adentro, y factores como el papel que juega la ciencia en la sociedad. Pero creo que tuve la lucidez extrema de no cambiarme de carrera, porque cada semestre hubiera deseado estar en una facultad distinta, entonces la búsqueda no hubiera acabado. Decidí graduarme porque ninguna carrera es la solución a nada en la vida, no es la respuesta como cual religión, son disciplinas que enseñan a pensar para que una vez graduado, se haga el proyecto de vida apoyado en lo que se estudió.
En un grupo de biólogos, Germán Andrade sostenía que las clases interrumpían sus debates en la cafetería, porque él realmente aprendió biología en estas discusiones. Y no quiero dar a entender que la Universidad fuera mala, porque el tema no es ese, este recinto es para conocer personas, para aprender a pensar, para formar una estructura mental sin pretender que enseñe cosas como bioquímica porque en un semestre nadie lo logra. Pero sí abre puertas para tomar decisiones. En últimas no opté por ninguna y terminé, un poco por azar, trabajando en periodismo, el que me ha permitido hacer artículos sobre estos temas sin ser periodista científico ni científico.
Un evento importante en mi etapa universitaria es que hice la Revista Chapinero con Karl Troller y Luis Carlos Buitrago, y a raíz de la revista, más adelante apareció el grupo de música, que sin saberlo, adoptó el mismo nombre del que tuvo mi papá. Como escribía bien (por lo menos eso pensaba), tomé talleres literarios. Trabajé en otro periódico donde conocí a María Teresa Ronderos y a Adelaida Trujillo. Comencé a hacer mis primeros pinitos, sin saber que iba a ser periodista y sin tener idea qué era el periodismo. Trabajé ese tipo de proyectos pero nada como esa publicación Chapinero.
La historia comienza un poco antes. Cuando repetí sexto, Karl Troller iba en cuarto bachillerato y como tenían un grupo de música, me pidieron que les enseñara a tocar Satisfaction de los Rolling Stone y a la semana me dijeron que entrara al grupo. Ese año me gradué, ellos seguían en la Universidad y como habían tenido una revista de sátira en el colegio en el año 78 o 79, me invitaron a que hiciéramos una y nació Chapinero. Esto ocurrió en la universidad donde hice grandes amigos.
A mi esposa también la conocí en la Universidad a final de carrera. Nuestros padres eran muy amigos pero no nos veíamos nunca, entonces en términos prácticos, fue en Los Andes donde nos conocimos.
La revista es el origen de mi vida laboral. Todo lo que he sido y todo lo que he hecho en ese sentido, se lo debo directa o indirectamente. Fue muy determinante. Nació en mayo de 1980. Al principio tratábamos temas de la universidad, con humor y nostalgia, y también historias inventadas de una Bogotá ficticia. Al año siguiente decidimos abordar temas de ciudad.
Cuando me gradué de biología, Pedro Cote (uno de los amigos de Filosofía que trabajaba en Semana), me presentó y logró que María Elvira Samper se interesara. A partir de ahí comencé a escribir artículos de ciencia. A los quince días se fue el redactor por lo que quedó vacante el cargo y yo me ofrecí a hacerlo porque me encantaba, era mi sueño escribir sobre fútbol (en esa época era muy aficionado a la revista El Gráfico de Argentina y quería ser como ellos). Esa era mi oportunidad. Quedé enganchado en el periodismo y es algo que le agradeceré toda la vida a María Elvira, que fue mi “Desembarco en Normandía” porque fue la que hizo posible que quedara asegurada la playa. Y por supuesto, también le agradeceré siempre a mi amigo Pedro.
Tan pronto terminé mi carrera comencé a trabajar con un biólogo que tenía un proyecto de analizar los diámetros de unos árboles en el Amazonas. Pero esto no duró ni sumó.
Una vez graduado, Adelaida y yo, decidimos casarnos. Así pues que muy rápidamente me hice esposo y, meses más tarde, padre de familia.
En esa época conseguir trabajo en biología no era fácil, lo multidisciplinario no existía, entonces mi profesión me limitaba a dar clases o a trabajar en INDERENA (que solo vinculaba a ingenieros forestales o a biólogos marinos). Ahora uno ve en el Instituto de Cultura antropólogos, biólogos, economistas, pero a comienzos de los 80 era una proeza conseguir trabajo.
Estaba feliz escribiendo para la Revista Semana y comenzaron a aparecer muchas cosas. La Revista Chapinero siguió, aunque habíamos pensado en acabarla en el año 81 pero Karl se fue a Suiza seis meses y a su regreso decidimos seguirla hasta el 89.
Estuve en Inderena porque Margarita Marino le preguntó a Mauricio Vargas y a Carlos Mauricio Vega (que habían trabajado en un libro de parques), por un biólogo de parques y ellos que sabían que yo andaba sin empleo nos conectaron. Quizás este fue el único trabajo que no le debo a la Revista Chapinero. Estando Rafael Pardo en el Plan Nacional de Rehabilitación de la Presidencia de la República, dijo:
- Díganle a Eduardo Arias, el de Chapinero.
Entonces recibí una llamada:
- ¿Usted se acuerda de mí? Nos entrevistamos, soy Gloria López. Es que Juan Carlos Pastrana va a hacer un periódico y quiere que trabajen los de Chapinero.
Estando en la Prensa, Rafael Chaparro, amigo del colegio, menor dos años que nosotros, trabajando en Cinevisión con Paula Arenas (hija de los dueños que salió muy bien representada en la serie Garzón), le dijo a Chaparro que hicieran un trabajo de humor y él le dijo:
- Sí. Llamemos a Troller y Arias de Chapinero.
Zoociedad era masivo. En ese momento nos volvimos un poco popstar por hacer parte de la programación de televisión. A partir de aquí pasaron muchas cosas.
En El Espectador ocurrió lo mismo. Tuvimos página de humor porque a Gabriel Hernández, que era periodista de ese medio, le encantaba Chapinero.
Me volví colaborador de la Revista Diners porque en la fiesta de Navidad del 82 en Semana, Carlos Mauricio Vega, llegó con un amigo y me dijo:
- Oiga, Eduardo, le presento a Leonel, jefe de redacción de la Revista Diners. Eduardo Arias es de la Revista Chapinero.
Leonel dijo:
- Ah, ¿usted es de Chapinero? Propóngame un tema para enero.
Por haber sido colaborador, cuando quedó vacante un puesto, en el año 89, fui nombrado Coordinador Editorial.
Si bien la revista se acabó en el año 89, en el 90 hicimos la Orquesta Sinfónica de Chapinero y grabamos un vinilo (LP). Tratamos de hacer un segundo que por fin salió en el 99. Luego, cuando comencé a hacer música en mi casa por computador, salió el tercer disco. En estos días vamos a lanzar dos discos nuevos. Tenemos Radio Chapinero en Semana.com y tuvimos La Revista que nos financió Publicaciones Semana.
Desde pequeño quise tocar música. De niño estuve en el conservatorio y me sacaron cuando nombraron rector de la Universidad a mi papá (él quería hacer unas reformas entonces para que no dijeran que los hijos están ahí nos retiró), lo que para mí fue liberador pero al año ya estaba otra vez queriendo aprender a tocar guitarra y a cantar.
El primer grupo que tuve con Troller fue Jekel Batts (todos, salvo el baterista, éramos muy malos músicos). El grupo duró hasta el 79. Luego en el 86 entré a Hora Local y ahí grabamos un álbum, tocamos en televisión, el grupo se acabó y se volvió a reunir en el año 2007 y en el 2011 volvimos a ensayar y seguimos trabajando hasta hoy. Ha sido complejo sacar adelante este proyecto porque los integrantes son músicos muy ocupados, compositores o directores de orquesta como Ricardo Jaramillo, Nicolás Uribe y Gonzalo de Sagarmínaga, el baterista, hacen música para televisión y cine.
El grupo de la Orquesta Sinfónica Chapinero es un brazo de la revista Chapinero, más cercano al humor político y a la sátira. Hemos hecho tres discos y serán cinco. El primero es muy reconocido. ¡Gaitanista! (así se llama) mucha gente lo tiene como referente. En el 2014 no sacamos uno por derechos de autor, pues es un colash de canciones de famosos, así que decidimos imprimirlo y regalarlo. Con Radio Chapinero hacemos música para videos, tenemos doce canciones que llevamos a un disco. Yo hago la música en computador, le mando las pistas a Juan Carlos Cuevas que hace las mezclas y las detalla, y en su estudio grabamos voces.
En 1993 entramos al mundo de los libros. El primero que hicimos “La Guía del Buen Estudiante Vago” se lo habían encargado a Jaime Garzón y como él no salió con nada, entonces Leonel Giraldo (el de Diners ahora en la Editorial Intermedio) dijo: Digámosle a Troller y a Arias.
Ahí salió nuestro primer libro de humor. En la parte superior sale la marca:
- Por los libretistas de Zoociedad.
A partir de ese hecho surgen diez más. Por eso es tan importante la Revista Chapinero y hoy día sigue siéndolo. Karl y yo llevamos trabajando más de cuarenta años, según el día cero que queramos fijar (el 80 o el 76). Si hubiéramos sacado de circulación la revista en el 81 nada de esto hubiera pasado, muy probablemente yo ni siquiera hubiera entrado a Semana. Me pregunto qué sería de mí en este momento sin la revista. Mi trabajo más determinante es el único que no me ha dado plata, sino todo lo contrario, me exigió sacar plata del bolsillo: underground, hecha en máquina de escribir, fotocopiada, auros y trasluz. La vendimos en la Universidad al comienzo y fue a parar a Cali a través de Luis Ospina y Sandro Romero, el grupo fan.
En esa época en la Universidad de Los Andes existía en el imaginario de algunas personas, que la gente era comunista o facho según la facultad en la que estudiara, la música que escuchara, la ropa que vistiera o los gustos que tuviera. Y queríamos reivindicar lo que en ese momento se llamó “La verdadera Bogotá”:
- Ese tipo es facho porque es de Administración.
- Esos de ingeniería son fachos porque les gusta hablar del gol en vez de carros.
- Ah no, ella es de filosofía, ella es de izquierda, es comunista.
Había un personaje, Marcela Villareal, recuerdo que estudiaba al mismo tiempo ingeniería y antropología, entonces, no sabían cómo clasificarla. Era la teoría de las cuerdas, Einstein no pudo resolver la teoría del todo, nadie pudo resolver si Marcela era facha o comunista. Yo tampoco era muy fácil de clasificar, porque al estar en biología: facho. Pero era amigo de los de economía y filosofía: de izquierda. Pero hacía parte del coro: facho. Me gustaba el rock: facho. Y el fútbol: facho…
Con Karl sabiendo que se trataba de una universidad súper elitista, donde todos son de estratos altos (aunque ya no se habla tanto de esas clasificaciones) desconociendo que hay una Bogotá que no tiene nada qué ver ni con lo uno ni con lo otro, la ciudad con vida que ocurre debajo de la montaña y de buses. Entonces, el genérico que se nos ocurrió fue Chapinero. Hubiera podido llamarse San Rafael Galán o San Fernando, llevar el nombre de algún barrio comercial popular, pero Chapinero nos gustaba porque tenía el otro tema extra que eran los hippies, nosotros no habíamos clasificado pero nos gustaba mucho la mitología que se había construido alrededor de ellos y nos permitía recrear en la ficción un mundo relacionado con el hipismo.
Quizás me faltó un poco la escuela del reportero. La he tenido en cierto grado, pero como a mí se me abrieron las puertas tan rápido para el humor, para opinión, entonces eso me marcó un poco. Tengo alma de comunicador, que no es lo mismo. Generalizando, el periodista está muy obsesionado por la chiva, por la primicia, pero a mí me interesa más transmitir ideas a través de mi herramienta más que revelar algo desconocido.
Podría hablar de mi maduración como periodista con el primer artículo que le envié a María Elvira Samper en el que tachó tres párrafos porque eran opinión pura. Igual lo publicaron. Aprendí muy rápido que una cosa es opinar y otra es tener información. Llegué al periodismo porque me gustaba la escritura y comunicar. He ejercido el oficio sin marcar un momento puntual (quizás en la Revista Semana). Fue algo atípico porque tuve muchos sitios en los cuales ir avanzando.
El lector
A mí me pusieron a leer en tercero de bachillerato Doña Bárbara, que me gustó mucho, La Vorágine, que no terminé por parecerme aburridísima (no creo que sea un libro para leerlo en ese momento, debería darle una nueva oportunidad ahora porque creo que me he perdido de una obra muy importante). En quinto de bachillerato hubo un profesor que nos abrió las puertas a la literatura latinoamericana, leí Cien Años de Soledad y me encantó, El Túnel de Ernesto Sabato y ahí se despertó mi deseo imparable de querer leer. El profesor de literatura nos ponía a leer en francés, Sartre, Moliere… Quedé muy marcado por los libros, en mi segundo sexto descubrí a Julio Cortázar. En la Universidad estuve en talleres de literatura con los de filosofía, intercambiaba libros con amigos. A mis 16 años comencé a leer en forma. Leo por ráfagas porque como trabajo mucho de noche en la casa, a veces no tengo tiempo de hacerlo. Ahora estoy en una ráfaga de lectura, entonces me desatraso hasta ponerme al día, puedo pasar tres meses sin leer pero luego me voy a Honda donde mi hermano a leer seis novelas seguidas.
For the next 4 years, I will be watching a lot of Martha Stewart in her PBS "cooking school." So calming and educational.#marthastewart
— Mark Canuel Sun Nov 13 14:34:44 +0000 2016
El escritor
Aprender a escribir no es tan fácil en el sentido de que se piensa que hacerlo bien es escribir complicado. Un poco experimentalmente y con el tiempo lo que he hecho es todo lo contrario. Entre más sencillo mejor. Al comienzo buscaba que mis escritos se parecieran a Rayuela de Cortázar y si uno lo lee tampoco es tan complicado, es el imaginario del momento y de la edad.
Una cosa que nos ha marcado y servido mucho a Troller y a mí es la publicidad, que enseña a ser muy conciso y contundente en una frase y eso en humor es fundamental. Yo no soy publicista, ni he trabajado nunca en publicidad, pero el lenguaje publicitario es un referente para hacer parodias, porque hace parte del lenguaje común de una sociedad, todos identifican un slogan que ha tenido cierta repercusión, cierto arraigo. Así, entre menos escriba, entre menos caracteres y párrafos escriba, mejor.
En El Tiempo se quejaban por no tener espacio porque lo ocupaba la publicidad, realmente era una vergüenza porque se tragaba el espacio. Y yo por molestar les decía:
- No, pero aquí cabe un soneto de Shakespeare.
De la misma forma, cuando esperan mucho texto es complejo porque entonces cómo rellenar el espacio. Ha sido un proceso lento y largo. Yo realmente no sé si escriba bien o mal.
Salir con un buen apunte humorístico le puede pasar a cualquiera, pero dedicarse a hacer humor requiere de unas habilidades especiales. ¿Cómo lograr ese ojo crítico de observador agudo?
El ojo crítico de alguna forma tiene que ver con la ciencia, pero la principal herramienta del humor, que también se usa en publicidad, aunque no es la única, es la capacidad de unir dos hechos aparentemente inconexos en uno. Esto es algo de lo que hace Actualidad Panamericana, generando noticias falsas graciosas.
Twitter ha sido una herramienta que ayuda en el ejercicio de afianzarse en lo que se hace, pues exige textos cortos. En ocasiones mis trinos tienen una intensión humorística.
No se trata de ser un súper dotado para el humor, hay que ejercitarlo. En el año 74 y con mi hermano en la casa de mi abuelo, empecé a ver las páginas de humor, portadas y carátulas de la revista Alternativa.
También me ha ayudado el observar a los grandes caricaturistas, desde Rendón (su libro), Osuna, Vladdo, Matador. Es un una constante.
¿Cuáles han sido las más grandes lecciones de vida recibidas?
Es una pregunta muy complicada de responder, porque todos los días la vida enseña algo. No en vano una de mis canciones preferidas en cualquier género es Maestra vida, de Rubén Blades.
El tiempo me ha enseñado a relativizar, a no pensar que las cosas son en blanco o en negro. Pienso que las mejores lecciones las dan los errores, las equivocaciones que uno comete. Pero decir que tuve un evento contundente que me haya marcado, no... No lo tengo.
¿Cuáles han sido los momentos más críticos que has atravesado?
He tenido una vida tranquila, pausada, calmada. Quizás cuando salí de Semana después de veinticinco años de trabajo, el quedarme sin empleo fue complejo, pero con el tiempo me acostumbré a lo que soy ahora, sin empleo fijo, a excepción del contrato que tengo con Señal Colombia. El jefe de redacción de la revista, Mauricio Saenz, me dijo:
- Señor Arias, usted dentro de dos años va a agradecer este momento.
- Gracias Chacho (le contesté)
Pero agradecer qué, pensaba yo. De pronto no pasaron dos años, pero a los tres siguientes pude confirmar que tenía razón, pues ahora manejo mi tiempo. Voy a Semana (donde seguí colaborando) y al ver a la gente en el escritorio pienso:
- ¡Qué delicia no tener que estar aquí marcando tarjeta!
Lo que para mí era inconcebible cuatro años antes, cuando decía:
- ¿Qué pensarán esas personas que vienen acá sin trabajo y me ven a mí en este escritorio con todo asegurado? (risas)
Más allá de eso, he tenido una vida muy poco perturbada en general, claro que con pérdidas.
¿Cuál cuenta como su mayor satisfacción?
La Revista Chapinero es la que me ha permitido hacer muchas cosas que he querido, lo que hace que me sienta muy afortunado. El nunca haber tenido una actitud de jefe con nadie, lo que puede tener mucho de malo, pero en lo personal me parece que es preferible.
¿Tiene expectativas sobre algo?
En los últimos años, cuando uno envejece y la vida se acaba, he descubierto que no es tan así, de hecho he viajado mucho más en los últimos diez o doce años, viajes que no había hecho antes por tener niños chiquitos, porque cómo gastarme la plata que va a pagar el colegio en pasajes y hoteles. Hemos visitado Sur América, África, Australia, cuando antes no salíamos de Colombia por miedo a gastarnos plata que de pronto nos haría falta en el futuro.
Es lo bueno de la época de desempleo, o subempleo o de sector informal (risas).
¿Qué miedos le habitan?
Son muchos comunes a todos. Me asusta que una enfermedad me deje incapacitado (pienso particularmente en los riñones). El miedo a la muerte, o a ir a la cárcel.
A la muerte, por la incertidumbre de lo que viene. De todas las posibles soluciones, cómo saber cuál es la verdadera.
Yo no soy ateo ni creyente, agnóstico. Para mí el tema de una deidad está por encima de la capacidad de comprensión de la mente humana y el conocimiento actual. Uno puede tener fe. El verbo creer no lo uso, lo disfrazo de “pienso que” aunque viene siendo lo mismo (risas).
En el 83 u 84 decidí que era ateo, recién salí de la Universidad, porque “la religión es el opio del pueblo” y dios es un invento. Esto fue así hasta que un día fueron donde los papás de mi esposa unos amigos, una familia con tres niños chiquitos. De pronto la señora dijo:
- Es que nosotros somos ateos.
- Ah, sí claro. Hernando y tú.
- No, Hernando, yo, Javier, Federico y Natalia.
No dije nada pero pensé: cómo es posible que una niña de dos años sea atea. Entendí que el ateísmo es una religión. No creer en Dios es un acto de fe. La manera como lo están presentando y no solo ellos, sino las personas que se dicen ateas, no es nada distinto. Llega a haber incluso fanatismo.
Un amigo dice:
- Yo solo creo en cosas científicamente verificables.
- Perfecto. Entonces si usted hubiera vivido en el siglo XIX creería que el átomo es indivisible porque esa es la realidad científica del momento, que el espacio tiempo es constante, que la relatividad no existe porque no ha sido probada ni descubierta, como tampoco el electromagnetismo.
Eso también es dogmático, porque la ciencia está avanzando. Lo que hoy está científicamente demostrado, de pronto mañana esté completamente revaluado. La física del siglo XX está llena de verdades que se van diluyendo una detrás de otra.
La ciencia es un modelo que interpreta la realidad y la religión es un modelo, tan respetable y tan valioso como la ciencia. No sé si Dios exista pero yo no lo necesito en mi manera de ver las cosas, lo que no significa que lo niegue.
Podría tener un lugar en lo que llamamos azar, el que estemos ahora sentados conversando, por ejemplo, porque la probabilidad de que esto ocurriera era mínima, como la de que fuera yo el que hubiera nacido y no el espermatozoide del lado o como la vida en el planeta tierra.
La probabilidad de que dios existe es igual a la probabilidad de que dios no existe.
Como es una ecuación con dos incógnitas, no tiene solución, entonces, no me le mido al problema. En esto reflexioné cuando Yamid Amat hizo un programa sobre ovnis, con dos entrevistados: uno que cree en ellos y el otro que no. Al final hizo una encuesta telefónica:
- Atención Colombia 93% de los colombianos creen en los ovnis.
Dando a entender que si 93% cree, entonces los ovnis sí existen.
Si me preguntas ¿qué me gustaría que existiera? No porque crea sino porque quisiera, es la reencarnación. Porque en ella estoy dando saltos y porque el concepto de la vida eterna no lo concibo.
No dudo de que mi esposa en la vida anterior debió ser el almirante que parqueó el acorazado Misuri en la Bahía de Tokio para firmar la rendición de Japón. Porque deja el carro botado en la mitad de la calle (risas). Es más, ¡estoy seguro que fue ella!
¿En qué época le hubiera gustado vivir?
Me encantó una columna de Antonio Caballero en la que le preguntaban lo que tú a mí. Él dice algo como:
- Depende de la edad. Cuando joven, me habría encantado la antigua Grecia. En edad adulta, tal otra. Ya de viejo, esta, pues la medicina es la mejor.
A mí más que reencarnar, me hubiera gustado haber pasado por muchas épocas. Una de las cosas por las que me gustaría viajar en el tiempo (pero no quedarme porque es un época que considero terrible en muchos aspectos), es Colombia en el siglo pasado.
Perdóname por lo que voy a decir, pero ese momento es el que se vive antes de la colonización antioqueña, cuando había bosques en la cordillera central, cuando era una selva, cuando Cundinamarca estaba cubierta de verde. Me gustaría ver la biogeografía del país en la época de Bolívar. Solo eso porque los presidentes y la sociedad de ese momento no hubiera querido vivirlos.
Incluso, si viajamos un poco más atrás en el tiempo, me gustaría mirar cómo era Suramérica y los animales que se extinguieron, estar antes de que llegaran los bichos del norte y acabaran con los del sur, vivir la época de los Mamuts, ir a Londres en el año 76, en la época del movimiento Punk y en el 66 por el mundial y los Beatles. También vivir la batalla de Inglaterra.
¿No le parecería mejor verla por Netflix?
¡Definitivamente! (risas)
La segunda guerra mundial es un tema que me ha apasionado mucho, de manera curiosa, porque soy anti belicista. Y a diferencia de la primera guerra o de las napoleónicas.
¿Qué ha sido el tiempo en su vida?
Una dimensión muy extraña, muy elástica. Fluye en velocidades distintas porque a medida que pasa, pareciera ir más rápido. Pero también siento que cosas que pasaron hace relativamente poco, se dieron hace mucho. Hay épocas del pasado que siento más cercanas, otras más recientes que siento lejos.
Quizás estoy influido por lecturas mal hechas de la relatividad, pero su percepción es diferente. El ejemplo clásico es el partido de fútbol: voy ganando 1-0, faltan tres minutos y si nos empatan nos eliminan. Esos tres minutos son eternos. Voy perdiendo 1-0 y si empato clasifico. Pues los mismos tres minutos se pasan volando.
Se puede medir, son ciento veinte golpes por minuto, la diferencia está en el ritmo al que lo vivamos.
En algunas cosas siento la edad que tengo, mis sesenta años, pero en otras, siento que sigo de veinticinco, en otras de más o menos. No es que lo piense, es que lo vivo, lo experimento de esa forma. Como si simultáneamente fuera de distintas edades.
Me cuesta trabajo (no porque me deprima), pero tener sesenta años cuando se supone que estoy en la tercera edad o en el momento en que arranca (aunque no he podido saber cuándo se inicia). Y me lo pregunto porque yo todavía camino muy rápido y mucho, tengo un grupo de rock, sueño con el futuro, quiero hacer muchas cosas cuando se supone que debería estar jubilado y leyendo en una hamaca según los imaginarios que le construyen a uno.
En mi niñez, una persona de cincuenta años era absolutamente mayor, un sabio que entiende para qué es la vida, entiende su sentido y que ya aterrizó. Y resulta que yo llegué a esa edad y sigo con las mismas incertidumbres que puede tener un adolescente o un joven. Me hicieron trampa en ese sentido.
Soy consciente de mi edad y no me estorba ni me choca y no la quiero tapar para nada, pero esas certidumbres de las que hablaban que se lograban en un momento de la vida como en el que estoy, no son ciertas.
¿Qué proyectos no cumplió por diferentes razones?
Toda la vida me he planteado proyectos pero ninguno concreto. Soy de los que sigue pensando que cuando sea grande quiero ser… (risas).
No sé, porque cada vez tengo más dudas, más incertidumbres. Antes todo era mucho más claro para mí, como cuando quise tener una editorial y hoy quiero seguir sacando discos (al fondo se escucha: Yo quiero un té). Eso, también quiero un té (risas).
Háblemm de su familia.
Ya van diez mundiales. Me casé en septiembre del 82. Verónica nació en enero del 83, en el 84 nació Rosario y en diciembre del 87 Ricardo.
Ahí quedó construida la familia siendo muy jóvenes, lo que marcó mi necesidad de tener trabajos estables, tuvimos mucho apoyo de los papás de mi esposa, eso nos ayudó bastante a arrancar porque nos quedamos un tiempo en su casa de Cajicá.
Adelaida estudiaba biología. Ella recuerda que yo me paralizaba del terror cuando ella se me acercaba. Siempre me pareció muy bonita cuando la conocí en el 79, fuimos compañeros en el 80 y cuando volví del viaje del coro, un año más tarde, comenzamos a salir. No hubo demasiado preámbulo.
Mi esposa siempre me ha respaldado para que haga mis cosas. Le ha encantado mi grupo de rock. Cuando se acabó Hora Local se puso triste, ella siempre quiso que pudiera surgir y en uno de los proyectos como tributo en el que participaron músicos muy reconocidos como Carlos Vives, Aterciopelados y otros tantos, hizo la gerencia y logró que volviéramos a unirnos y que estemos tocando otra vez, como en 2013 en Rock al Parque. Ha sido muy alcahueta con mis proyectos no laborales, no rentables y en ese sentido, como en muchísimos otros, ella ha sido muy protagonista.
En este momento mis papás no están bien y Adelaida, de la mano de Verónica, se ha encargado de cuidarlos, de funcionar con las vueltas médicas, de pedir las citas y llevarlos. Esto es algo que no le obliga y lo ha asumido de manera muy comprometida.
Es una persona que se ha dedicado a cuidar de su mamá y a criar a nuestros hijos. En una época fue una defensora ambientalista en contra de las talas de árboles en Bogotá. Es una muy buena observadora de aves y fanática de la naturaleza.
Ha sido muy chévere tener al lado una persona que comparte conmigo gustos e ideales, si se quiere.
En mi familia somos muy parcos. Imagínate este cuadro: estamos mi papá, mi prima, mi tío y yo, sentados en la sala. Mi papá pregunta:
- ¿Y Gustavo sí vio la locomotora que no se qué?
- Sí señor.
Hasta ahí. Pero llega Adelaida y comienza todo el mundo a hablar. Nos ha aportado ese factor de socialización que nos ha ayudado tanto.
Son muchos años, entonces se me cruzan muchas cosas por la cabeza, como los viajes y demás. Me quedo corto, las palabras no representan mucho lo que quisiera decir.
Nuestros hijos tuvieron la fortuna de disfrutar dos abuelas muy presentes, les estimularon mucho la lectura, el interés por los museos, por hacer cosas. Unos niños que vivieron muy austeros, herencia que recibieron los tres hasta el punto de llegar a decir:
- Necesito doscientos pesos para ir a la universidad.
- Pero si el bus vale mil quinientos.
- No, es que me sobraron de ayer.
- Toma diez mil pesos por si te pasa algo.
- No, no. Dame doscientos.
También son muy solidarios, cercanos a los abuelos, muy pendientes. Ricardo desde chiquito le arreglaba las lámparas a mis papás y a la mamá de Adelaida. Se encargaba de los arreglos en general. Ahora se fue a estudiar a Italia.
Mi relación con ellos es muy poco expresiva, poco de decirles mi amor, mi vida, mi tesoro. Pero sí hay temas comunes de los que hablamos, locomotoras, aviones, compositores, directores de orquesta, pero no se habla de cómo te fue hoy.
Creo que ayudó mucho el vivir con los papás de Adelaida al comienzo, porque hizo que la relación paterna fuera para ellos un poco confusa porque hay otras personas que representan autoridad. No tienen padres autoritarios y como son del Liceo Francés, todo lo argumentan y cualquier discusión con ellos es perdida:
- Pero papá. Si hace quince días me dijiste esto, porqué me estás diciendo aquello.
- ¡Está bien! Tiene razón.
Ahora le abordaré con preguntas disruptivas como: Si no fuera un ser humano sino un animal ¿cuál sería?
El guepardo. Me parece elegante, muy rápido y un observador muy agudo. De los felinos es el de más bajo perfil, se retira frente a los leopardos. Tiene mucho de gato (que me encanta).
Pero no es el único, porque un águila también me gusta como me gustan las orcas.
¿Y si fuera un elemento de la naturaleza como una planta?
Me gusta el siete cueros, de la familia de las melastomatasias. Es que el siete cueros es como chiquito, ¿no? (risas) Entonces me gustaría ser un roble.
¿Cuál es su color?
Por equipo de fútbol el rojo (por Santa Fe). Pero el color que más me gusta es el azul. Soy de Bogotá y me gusta verla azul, con sol, sin una nube, aunque en el campo la lluvia me encanta.
¿Qué ruido no soporta?
Las lijas, lo que chirrea. La tiza chirriando en un tablero, las pulidoras de metal, el de la chancleta.
Tampoco soporto el ruido de vecinos y se lo debo al club de ingenieros que era junto a la casa de mis papás, hacían unas fiestas que se oían durísimo. Mi mamá empezaba a pelear con mi papá porque pretendía que fuera a callarlos, lo que él no hacía. Fuera de que no dejaban dormir, generaban esa tensión tan fuerte en la casa.
Esta es una neurosis que tengo. Si por ejemplo, estoy en un hotel y oigo un ruido en una habitación vecina, prendo el ventilador lo más duro, porque es mi ruido tapando el del vecino y así logro dormir.
¿Cuál es el sonido que le resulta más agradable?
Es difícil. Me gusta el sonido de muchos instrumentos en general, pero el violonchelo en particular.
También el sonido de las turbinas de los aviones. Todavía soy de los que se levanta a verlos, aún a mis sesenta años. Podría vivir en un aeropuerto sin problema.
Estando en un hotel en París frente al Aeropuerto Charles De Gaule, descubrí la famosa frase de Charly García: un amor real es como vivir en un aeropuerto. Es absolutamente cierto.
¿Qué cosa no soporta?
Que alguien se lave los dientes junto a mí. Me agrede. Eso es algo que tiene que pasar en la intimidad de la persona.
¿Cuál es su número?
No sé si por llamarme Eduardo tenga alguno, por la cábala. Tiendo al siete, pero por John Lenon me encanta el 9.
¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?
Que se vayan con la idea de que era querido, cálido, buena gente, chévere, chistoso y simpático.
¿Cuál debería ser su epitafio?
La letra de una canción o una fórmula matemática, pero resultaría muy petulante (risas).
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