La teoría de “la superpotencia estadounidense malhechora”
Si las encuestan son de fiar esta vez, parece que los histrionismos de Donald Trump han encontrado su tope y la victoria será de Joe Biden. ¿Será clara? ¿Vendrá algo de calma después de tanta tormenta?
Apunto más por la segunda opción, aun con la presidencia de Biden. Tras Trump, vendrá su prole.
Y un buen ejemplo de esta prole, digamos trumpiana, lo constituye Michael Beckley de Tufts University, cuyo ensayo breve titulado ‘Superpotencia malhechora: Por qué ésta puede ser una centuria estadounidense iliberal’ [‘Rogue Superpower: Why this could be an Illiberal American Century’] acaba de salir en ‘Foreign Affairs’ (ya está disponible virtualmente con fecha de noviembre y diciembre).
A abrocharse los cinturones y a agarrarse a ellos con las dos manos porque vienen curvas: hay un giro de tuerca verbal y mental que apunta ese adjetivo desacostumbrado de “rogue” al que hay que prestar atención.
Rogue nations
Cuando Condoleezza Rice ya en el equipo de George W. Bush, pongamos por caso, hablaba de “naciones malhechoras” [“rogue nations”], y metía así en el nudo del pañuelo a líder corrupto y a toda la nación extranjera entera, se refería siempre a las otras, las enemigas, las malas de remate.
Miraba de frente y acusaba con el gesto seco y duro. Lo de “rogue” era hasta hace poco un insulto fuerte en contextos de política internacional proveniente de una práctica que ha soltado la diplomacia y el tacto.
“Rogue” es idiolecto de uso vulgar e “informal” de origen estadounidense de factura reciente que viene normalmente de sectores halconeros (idiolecto es un uso restringido de especialistas y expertos que conviven en un espacio reducido, en este caso, el de las relaciones internacionales, que puede llegar a popularizarse o no).
Es un discurso facilón, faltón e insultante, sin carmín ni barniz, golpeador, corto y duro, agresivo, grueso o grosero, de brocha gorda, guantazo sonado proveniente de sectores autodenominados “realistas,” que pone finas, vitupera y zahiere a las naciones declaradas enemigas, por ejemplo, Iraq, Irán o Libia o Corea del Norte o Rusia, o quien tercie, fuera del extrarradio “occidental.”
Es y era, en labios de Rice y otros como ella, un insulto unidireccional que quiere culpar, coartar, amenazar, conminar y salirse con la suya”
Revela conciencia de superioridad en circunstancias controladas dentro de medios afines que raramente van a dar la palabra al representante oficial de la nación así insultada o a una tercera para que evalúe lo que es ciertamente una afrenta.
“Rogue” es todavía y era hasta hace poco una retórica de castigo y ya hay cambios dignos de una atención crítica.
Estos bellacos y canallas eran siempre otros hasta que llegó una personalidad disidente tan enorme como Noam Chomsky y colocó eso de “rogue” a su nación y a toda una ristra de presidentes desde la segunda década del siglo pasado de la que no se libraba ninguno.
El adjetivo “rogue” es un tanto inusual fuera de estos contextos de asuntos internacionales estadounidenses y es ciertamente desacostumbrado hasta el día de hoy en el Reino Unido, aunque los “humanistas” pueden constatar que tiene una hermosa diacronía y que viene del siglo XVI, del latín “rogare” nada menos, que se vulgariza en la lengua no latina, y se “malea” en una diacronía de río Guadiana que sale y se esconde en estos cinco siglos.
Un poco más para los lingüistas curiosos: los que “rogaban” eran los vagabundos pedigüeños, especie de malos estudiantes, los tunos y pícaros, ladrones de mucha monta o poca y otras cosas desvergonzadas o desalmadas.
Es decir, el adjetivo se usaba en sus orígenes en referencia a aquellos que hacían de las suyas para malvivir por ahí más fuera que dentro de los poblados”
Criminalidad. Mala fama. De mala fe: éste es el hábitat de éstos. Así que vigila la cartera. Y no los dejes en la casa con la mujer sola.
De ahí salta el adjetivo a significar algo así como animal de grandes dimensiones y peligroso, el que se aparta de la manada mansa y el que arrasa con todo lo que se encuentra por delante o por detrás. Imaginemos un elefante salvaje con mucho mal genio.
O un dinosaurio prehistórico que no sabe de maneras civilizadas. Los dados a la tauromaquia, pondrían delante del trapo rojo un toro bravo. Los dados al fútbol, los hooligans ingleses en los partidos internacionales.
Hay algo monumental, mastodóntico en “rogue.” El significado de este adjetivo poco usado para por lo tanto por un proceso de regresión del proceso civilizatorio, de barbarización o incluso por una animalización.
El granuja, el que incumple las normas sociales mínimas acordadas, más mafioso que pícaro, más taimado que pillo o atrevido, pasa a ser un animal de cuatro patas enorme y sumamente peligroso, un elefante salvaje alocado, que no atiende a razones, y que aterroriza porque destruye las situaciones sociales y las cuestiones políticas que pueden llegar a ser mayores. Las violencias pasajeras se pueden muy bien convertir en guerras.
La diacronía de “rogue” conlleva una regresión civilizatoria, o un barbarismo, o incluso un primitivismo, hasta la fecha no querido: el pícaro de turno que te roba unos dineros, o la mujer, se transforma en un elefante atronador que te destruye tu morada vital.
Condi” Rice, como la llama con todo afecto John Bolton, montaba en su día el tinglado binario típico con un maniqueísmo habitual (tú eres un malhechor y yo soy la virtuosa, y la libre, y la todopoderosa, y no otra cosa)”
Y dejemos el ripio puesto que lo hacía, y me consta, desde distancias cortas de la Stanford University, con toques “machos” —uso la retórica pictórica de Antonio Saura—con su punto simplista imprescindible de parábola moralizante, o incluso de fábula infantil: la buena soy siempre yo y tú eres casi siempre el malo e insisto que solía haber nula posibilidad habitual de someter todo esto a debate multitudinario ni a voto ordinario en muchas instituciones o medios de comunicación habituales.
El “otro” es ese Calibán racializado, el sujeto subalterno e indeseable, e incluso el mismo diablo, que solía venir cubierto con todas las demagogias y las xenofobias.
Este tipo de discurso mesiánico (que Dios bendiga a los EEUU que son los buenos, etc., cuyos portavoces son los que imputan bellaquería al otro) interpela no sólo directamente al tal imputado sino indirectamente a todos los demás dentro de un contexto internacional más amplio, digamos el Occidental, normalmente comparsa y sumiso aliado, que no suele hablar así a otras naciones, sean amigas o enemigas, pero tampoco se atreve a condenar este discurso grueso y grosero de manera pública, no vaya a ser que enfademos al “ogro filantrópico” como lo llamó Octavio Paz en los años 1980 durante su estadía bostoniana.
Lo que hace Chomsky es, insistimos, darle un giro más a la tuerca hacia el lado de acá, el estadounidense propio”
Todo lo que se le imputaba al “otro” (digamos, Irán), se acerca, cómo no, también a la supuesta virtud nacional estatal de superpotencia estadounidense.
Es decir, tú (“Condi,” por seguir con el ejemplo, en tanto que representante de los EEUU en contextos que fueron bélicos) también eres un agente carente de bondad y deficitario de libertad y como tal corrupto, indeseable, criminal, etc.
¿Van a permitir muchos medios de comunicación de masas estadounidenses que Chomsky se pase por ellos diciendo este tipo de cosas molestas? Pues está claro que no.
Los medios de comunicación “occidentales” suelen ser cómplices de estas cortas miras ideológicas que no suelen dar la palabra contraria a otras naciones normalmente de tipo grande, medio o pequeño así imputadas.
Del “evil empire” al “states of concern”
Ya entramos a cogerle calor al adjetivo “rogue” al que explicamos con castellano cuidadoso.
“Rogue” se ha escuchado en contextos oficiales de política internacional siempre dentro de los dichos públicos de los especialistas en las disciplinas de las ciencias sociales conjuntadas con las relaciones internacionales ya desde los años 1980 con Ronald Reagan que tildaba a los rusos de ser el imperio del diablo (“evil empire”).
Ha llovido desde entonces. Lo han usado en mayor o menor medida todas las administraciones, Madelaine Albright, en los años de Bill Clinton, quiso suavizarlo con “estados preocupantes” (“states of concern”).
El empeño es idéntico, sea el islamismo extremo terrorista o sus sujetos “latinos,” Cuba, Venezuela, países centroamericanos varios, aspectos de Colombia de cuando en cuando.
Ahora mismo Mike Pompeo lo lleva a planos mayores cuando acusa a China de tener unas “tendencias malhechoras”
El mensaje es claro, estos “malhechores” son dignos de Al Capone subidos al cubo, ya que nos vamos, nada más y nada menos, que al nivel mayor de nación-estado y en estos niveles los crímenes tienen siempre el potencial de lesa majestad.
¿Quién quería salir en la foto con estos canallas o bellacos hasta hace poco? Siquiera por equidad, procuremos no ir siempre a remolque de las naciones más fuertes. Siquiera por pulcritud intelectual, procuremos que el discurso no sea nunca unidireccional ni de procedencia exclusivamente estatal.
¡Que venga el discurso, hacedor o rompedor de mundos, con una perspectiva rica y múltiple, que sea multicultural y multilingüe, persuasivo y convincente, razonable y versátil e incluso tenga un toque cultural sugerente y “humanístico”!
“Superpotencia malhechora”
Este es el talante con el que encaramos “Superpotencia malhechora.” Pues bien, lo que era insulto fuerte a los otros ahora resulta que es una virtud política que se quiere para el quehacer propio en un contexto internacional.
Los malhechores somos ahora nosotros y lo decimos abiertamente, sin cortarnos un pelo. Y esta canallada y bellaquería es lo que toca en lo que queda del siglo XXI.
Hay sectores dentro de los asuntos extranjeros que consideran que esto de “rogue” es lo que toca, y no un poco aquí con la sal y con un poco allá con la pimienta.
No: mejor con un mucho de impacto como cosa propia de la única superpotencia que se lo puede permitir. Es como si se asumiese la crítica de Giorgio Agamben y se generalizara una inoculación (la excepción autoritaria es la norma liberal en momentos tildados de extremo peligro, pues ahora hacemos de ésta la norma internacional).
El inglés tiene dos tabúes (el término denigratorio al negro subordinado, “nigger,” a la mujer, “bitch,” y en esta misoginia, el señalamiento de la parte pudenda de la mujer, “pussy” o “cunt,” equivalente al “coño,” en castellano). No es sólo lengua, hay cultura.
La actitud a la que llamo la atención en el contexto de “Superpotencia malhechora” es ésta que le da una vuelta a una situación anterior, la que asume el otrora insulto y se lo devuelve al agresor (en estos ejemplos anteriores, esta devolución se da en espacios artísticos, musicales, estéticos, las palabras siguen siendo tabú).
Pues bien, lo mismo con “rogue” en contextos de presunta asesoría de asuntos internacionales que algunos quisieran que se convirtiesen en norma: es decir, el que pide en la calle, el bellaco, desalmado, se animaliza y arralla y esto, poco civilizado, animal, es ahora lo que yo quiero en tanto que “virtud” de superpotencia estadounidense en momentos difíciles en el siglo XXI.
Es un gesto apropiador de un elemento discursivo con fuerza semántica que se quiere institucionalizar.
Si no me convierto en esta especie de Leviatán mafioso, se me escapa la supremacía mundial, que es lo que quiero. Esto es en esencia lo que nos dice Michael Beckley”
Pasamos del histrionismo y la bellaquería de Trump a un nivel institucional y estructural mucho más serio.
El futuro inmediato tras Trump va a ser malhechor y bárbaro y canalla en un nivel intencionado y consciente del impacto de su política internacional.
“Condi” Rice nunca se llamó a sí misma “bárbara.” Chomsky acusa el barbarismo de los EEUU devolviéndoles el insulto que éstos lanzaban a otros. Michael Beckley viene ahora y asume la lección aprendida y se apunta al carrusel de vicios tornados en virtudes.
Esto es lo que toca ahora como santo y seña de la superpotencia estadounidense y así tira del chicle de la tendencia halconera de un amoralismo político que encuentra un nido antiguo en el longevo Kissinger.
La política internacional no tiene nada que ver con la moral ni falta que hace, nos dice Beckley, que tendrá su moralidad privada como tantos otros.
La esfera pública de política internacional es otra cosa. Lo que hasta hace poco era cosa indeseable de malhechores, y no tocamos la hipocresía ni la actitud cínica de “sepulcro blanco,” ya que no había ni hay acto de contrición ninguna, ahora pasa a ser deseable herramienta en el buen hacer de la continuada construcción de la superpotencia estadounidense que no puede contemplar dejar de ser la número uno.
Se une el binario: lo que decíamos que era malo, es ahora bueno, lo que hacían los malos, ahora lo tenemos que hacer nosotros sin taparnos con los abrigos y lo que hacíamos antes a escondidas ahora lo decimos abiertamente sin cortarnos para nada y lo haremos, suponemos, igual a como lo decimos.
El dicho es, como veremos, deja atrás la vergüenza. Hay cara dura. Hemos pasado con individuos como Beckley a otro nivel de análisis que asume la fechoría, digamos, con suma desvergüenza y con un descaro monumental digno de subirse a los lomos de una gigantomaquia supremacista estadounidense para las próximas décadas del siglo XXI.
La nación que siempre ha sido “peligrosa” (lo reconoció Robert Kagan ya hace tiempo) es ahora, al menos según algunos como Beckley dentro de sectores trumpianos, abiertamente “malhechora” (“rogue”)”
Si se guardaban las apariencias hasta hace poco, y sin pasarse, en instituciones del tipo de las Naciones Unidas, aunque con John Bolton, bien poco. Ahora, al menos según algunos trumpianos como Beckley, mucho menos. Nos quitamos las caretas, nos dicen. Nos quitamos las máscaras con o sin covid. Basta de fingir con eso de liberal.
Lo que resta del siglo XXI nos exige jugar sucio: decimos que somos malhechores, y con honestidad hacemos lo que decimos, faltaría más, con el efecto añadido de amenaza, pasmo y susto, y a su lado se pone siempre en el contexto angloparlante eso, debilitado, de liberal negado, es decir, “iliberal” (que popularizó Fareed Zakaria).
El binarismo era rígido y predecible: los EEUU eran hasta fecha reciente la nación modélica, siempre de puertas para adentro, y acusaban de manera oficial a otras naciones de “iliberales” y de “malhechoras,” dentro de un circuito fiel de vínculos entre las naciones aliadas y de posible circulación por otras de medias tintas e incluso en otras en un extra-radio que recibía los avisos, los ultimatums, las amenazas, etc.
Pues bien, ahora, y ahí está la gracia retórica y el giro de muñeca de Michael Beckley, con o sin Trump en la Casa Blanca, ahora pasamos por un binarismo sospechoso de autoproclama de “virtud blanca” y vituperación “negra” en las últimas décadas de la guerra fría, digamos desde la guerra del Vietnam a las de Iraq y Afghanistan, y llegamos a un monismo desdibujado con pocos blancos y muchos negros de bellaquería o canallada variada en donde lo que se impone es la fuerza mayor de la potencia suprema.
Iliberal
Beckley pertenece a ciertos sectores de la inteligencia de la política internacional estadounidense que dicen ahora abiertamente tras los micrófonos y las cámaras que hay que ir de “malhechor,” o de “iliberal,” más “negros” que “sepulcros blancos,” en un mundo de hoy con una gama amplia de gris que importa poco.
El gesto que llama la atención es éste que se apropia de la retórica de resistencia simbólica proveniente de sectores desfavorecidos, o lo intenta.
Una evidencia son esas camisetas de los seguidores trumpianos que ponen a Trump como “The Don,” y es chulería salida de tono que juega en plan cultura popular con el nombre de Donald, y lo junta a la tradición de la mafia.
Y se copia así la iconografía de inspiración criminal proveniente de la cultura afroestadounidense rapera del estilo de Tupac Shakur entre otros que se llamaban a sí mismos mafiosos, maleantes y matones (“thug rap, gangsta rap,” violando incluso la grafía, la semántica y la gramática).
El mismísmo Comey ha llamado a Trump mafioso, y ahí está una serie televisiva al respecto, The Comey Rule (La ley de Comey), que acaba de estrenar Movistar+ en España.
¡En qué mundo vivimos! El hijo del mafioso Gambino dice que no le gusta esta comparación. Este caldo de cultivo de visibilidad del malhechor en la cultura popular es el que repite Beckley.
Y se lo lleva, o quiere hacerlo, a la gestión y toma de decisión de la política exterior de la superpotencia, que quieren que sea igual que las prendas matonas y mafiosas de algunos de estos héroes y superhéroes fílmicos.
La rebeldía simbólica de resistencia de una cultura inmigrante italiana o la de una cultura negra subordinada se la quiere hacer ahora propuesta institucional a un nivel de alcance internacional y que se lleve por delante el precedente de una “Condi” Rice o incluso la crítica moralista chomskiana.
La mafia
Ser mafioso es lo guay, lo que toca, si de lo que se trata es de seguir siendo la superpotencia primera. Michael Beckley se apunta de buena gana a esta película malhechora. Esta fechoría es ahora el buen quehacer.
Su artículo lo dice bien claro y la estrategia es buena: llama la atención con el descaro, sopesado, de poner el título chocante y provocador. En esencia: los malhechores somos “nosotros.”
El artículo se dirige al público estadounidense interpelado como tal siempre dentro del radio minoritario de los especialistas de política internacional a la sombra alargada del aparato estatal-militar estadounidense con sus centros internacionales, universidades afines, algunas católicas, y empresas de diversos tipos, multinacionales, etc. Ese “nosotros” en bloque granítico va “con todo” contra “ellos.”
Aquí no hay medias tintas ni diferencia cultural digna de mención. Los Estados Unidos son la única superpotencia digna del nombre y lo seguirán siendo en lo que queda del siglo en la medida en que adopten este mal comportamiento que no puede andarse con remilgos “liberales” ni con chiquitas de tipo ético o moral.
Hay que hacerlo “mal” y esto es hacerlo “bien”
Hay que hacer fechorías y maldades extramuros. Hay que romper y rasgar, hay que hacer trampadas, o trumpadas, ir de tramposo y de exagerado y de falso, con el libro de Roger Stone, ser “bien malo” para así no caerse de la cúspide, es lo que nos viene a decir nuestro espabilado comentarista que se gana la vida en la universidad jesuita de la ciudad de Boston.
En la famosa frase de la actriz Mae West, “las chicas buenas van al cielo, y las malas van a todas partes.” Pues bien, Beckley y otros muchos como él quiere ir a muchas partes, o a todas, en la política internacional de la nación estadounidense en lo que queda del siglo XXI, ¿será acaso para desviar la mirada de tantos conflictos internos en la actualidad?
Ir así de mal es ir bien: hay un punto de convicción y de ambición, de mal comportamiento y de atrevimiento y desobediencia, de ser un caradura y querer asumir riesgos a ver qué pasa, a portarse mal y asumir maldad como necesidad política de supremacía de superpotencia estadounidense.
Beckley aconseja esta bellaquería propia del sujeto malhechor, el que se salta la ley del derecho. Esto es lo que toca.
Olvidémosnos de democracia, que queda en sordina. Sigamos tirando de la libertad, pero menos, esto queda como trasfondo de mitin de Trump, al lado del himno gay de los Village People, “macho man,” y no es broma.
Beckley va también, cómo no, de “los primeros siempre los EEUU” (“America First”)”
Y hay que hacer lo que sea para desmarcarse del resto del concierto internacional que se llama liberal con un tic que no cesa (conservadores halconeros como Robert Kagan tiran siempre eso que él no es, eso de “liberal” al mundo y al marco occidental, y raramente lo meten dentro de los EEUU).
Beckley no historiza cuidadosamente su propia nación y mucho menos otras, ¿para qué? Ni usa mucha pintura ni pintalabios ni barniz para hacer una pintura de la historia global, ahora que está de moda.
Lo que quiere es seguir tirando del interés nacional siempre bien avenido al último dictamen oficial de la política internacional estadounidense. Este es el tótem que no explicita y el tabú que no concreta. Con invocarlo, basta.
Aquí la disciplina de la filosofía no pita nada y la filosofía de la historia como no sea de forma abreviada para ayudar a esta supremacía de hoja verde y perenne resistente a los cambios estacionales, menos todavía.
Aquí se propone sólo algo, no poca cosa, para seguir estando en la cúspide (curiosamente, “imperio” es una palabra que Beckley no usa, pero su artículo continúa en la línea imperante, imperiosa que el equipo de de George Bush asumió con gusto: “somos imperio” atribuida a Karl Rove).
Beckley nos dice que el emperador lo seguirá siendo si se hace un malhechor. Y lo dice, como toca, con ganas. Eso de exportación de democracias: cantos de sirenas. Esto se acabó.
Lo de importar mercancía intelectual: ausente, claro”
No hay narrativa de liberación nacional que valga, para sí mismo, menos. Todo esto de mundo, o inmundo, se reduce a una transacción: yo te doy esto para que tú me des esto otro, o mejor, yo te conmino a que hagas esto, y si no lo haces, te atienes a las consecuencias que no te van a gustar.
Enormidad de cosa externa a esta transacción que no contempla otra cosa que una coyuntura acelerada forzada por las circunstancias que sean.
Los malhechores no acuerdan planes conjuntos longevos. ¿Y cuánto valen sus firmas? Fuerzan la situación coyuntural. Dan empujones, broncas, Insultan. Amenazan. Extorsionan, si pueden y les dejan. Todo con tal de salir ganando.
El artículo de Beckley es de un pobrísimo historicismo con respecto a su propia nación y el legado de un contexto profesional inmediato. Y nos diría que muy bien, que se trata de tener cortas miras, de mirar para adelante y de apretar el acelerador y los dientes en el vehículo que sea en las próximas dos décadas y se acabó lo que se de daba.
Beckley “trumpifica” la política internacional, que es siempre, parece, reactiva y a corto plazo. Y va a más, se atreve, incluso, a generalizar esta conciencia de transacción de negocios y llevarla a la norma histórica de política exterior de los EEUU.
Al no haber política interior, nos quedamos con una cara de la moneda lanzada al aire frío de un otoño preocupante con o sin la fecha del 3 de noviembre. Poco más importa al “negocio” entre manos.
Y dice, con deliberado descuido o vaguedad, que muchos estadounidenses piensan lo mismo que Trump.
Un mundo Mad Max
“Superpotencia malhechora” no va a aclararnos la maquinaria del capitalismo en este siglo. La palabra sale un par de veces. Y es que “capitalismo” siempre suena a palabra malsonante en el inglés estadounidense habitual. Lo sustituye por “mercado.”
Y hay uno “nuestro,” que viene a ser el hemisferio norte del continente americano y otros. De democracia, una o dos menciones. No más.
Del “antiguo” orden internacional liberal, tan del gusto de Richard Haass, en el Council of Foreign Relations y de Robin Niblett en Chatham House, sólo dice que se acabó: kaputt. Sin más.
¿Cuáles son los agentes mayores del quehacer histórico? Señala dos: el rápido envejecimiento de la población global y la automoción, que van a seguir del lado supremacista estadounidense.
¿Cómo es eso? Apunta al 2040 y dice que los EEUU seguirán siendo un gran mercado y de la mano de una inversión fuerte en el aparato militar con un alcance mundial.
Identidad de país con mercado y fortaleza militar por encima de otros. Las nuevas tecnologías están del lado de los EEUU”
Beckley nunca se descabalga de un todo nacional, nacionaliza una zona comercial, y dice que dependerá menos de una mano de obra extranjera.
Hay ilusión de autosuficiencia o autarquía que se quiere alejar de lo extranjero como si fuera la peste. Igualmente, “lo extranjero” no trae nada de valor. ¡Qué mejor definición de xenofobia académica!
“Superpotencia malhechora” reniega de toda introversión. Lo intramuros, silenciado y lo extramuros, diminuto, sólo queda la salida beligerante de una superpotencia intolerante de diferencias apreciables. Y ahí fuera hay que ser fuerte, tener convicción y hacer lo que sea para seguir de ganador.
No entra en detalles, ni siquiera cuando le mando unas preguntas que contesta mal. No hay que perder el tiempo con convenios ni con historias de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
“Superpotencia malhechora” no alberga nostalgias: todo es buen futuro. Aprietas el acelerador y a toda pastilla para adelante, plus ultra, en un mundo Mad Max.
Y en inglés estadounidense coloquial “a ser malo” (“go rogue!”)”
Ya no se cree en eso que Beckley llama “capitalismo democrático.” No desarrolla. Sobre estas ascuas, ¿quién pasa hoy sonriente? Y apunta con el dedo a una grieta en el “corazón del llamado mundo libre.”
Con estos quebraderos rompe-corazones, ¿quién tiene el lujo o las fuerzas, o las ganas, de apuntalar un orden mayestático de cariz internacional?
Repliegue. Retirada: los estadounidenses dependen menos de sus socios extranjeros que las generaciones anteriores, dice.
¿Qué otro canto vamos a escuchar sino el de la victoria? Los EEUU seguirán siendo el número uno, pero ya no como unos bienhechores liberales, sino como todo lo contrario, como unos malhechores iliberales sin tapujos.
La lección histórica la mete Beckley en un pañuelo cerrado: 1945 y ahora y miramos para adelante un par de décadas.
Los EEUU han sido siempre un tanto “retraídos” (“aloof” en el original) y no sólo con la constitución propia de razón histórica.
El “tío Sam” es remolón. Se mezcla mal con otros. Y si lo hace es porque lo fuerzan las circunstancias.
“Superpotencia malhechora” no va a entrar en detalles de última hora, al menos en estas páginas que son pocas.
Naturaliza Beckley la primacía del dicho egoísta, el “primero, nosotros,” en la trayectoria nacional estadounidense desde la revolución de independencia del Imperio Británico.
Es marca de la casa de las relaciones internacionales ser parca con la narrativa histórica, preferiblemente sin mezclas con las lenguas extranjeras (aunque el curriculum vitae de nuestro comentarista menciona que ha estudiado 6 años de chino, le pregunta si hay algo deseable que se pueda traer de todo esto y no contesta la pregunta).
No hay ningún aire extranjerizante. Todo lo “bueno,” que ahora es “malo,” viene de los EEUU y se dispara, nunca mejor dicho, a un “afuera” subalterno y en muchos casos abyecto”
¡Bienvenido Mr Marshall a una visión típica de las relaciones internacionales “made in the U.S.A.”! Esto es soliloquio nacionalista supremacista que pone eso de “Estados Unidos” como sujeto diciente y agente cuyo impacto lo recibe de manera unidireccional el “resto del mundo” (se usa en estos predios sin ningún tipo de pudor la abreviatura “RoW,” es decir, “the rest of the world,” siempre en posición subordinada).
El salto importante es de 1945 al 1880, y no lo dice, pero es la guerra con México y la expansión continental del “destino manifiesto,” que Beckley llama “crecimiento.”
Ya para estos finales del siglo XIX son los EEUU el no va más de los imaginarios superlativos, el país más rico, el más consumista, el líder en manufactura, etc. Dice que no miraban al resto del mundo. Y es el momento de inmigración más fuerte.
Veo una nueva versión pobre de la lección abreviada de un halconero como Robert Kagan en libro ‘Nación Peligrosa’.
La Guerra Fría y China
Pega Beckley un salto interesado de saltamontes listo: la Guerra Fría. La bipolaridad le pide a los EEUU que forje lazos y alianzas y parece que lo hace a desgana, contra natura, en esta prosa beckleyana siempre de brocha gorda.
El trasfondo histórico que importa se despacha en tres frases y pasamos al final de la Guerra Fría: los estadounidenses se preguntan para qué complicarse la vida con asuntos extranjeros.
Hay que venirse a casa. Y que esto les puede chocar a las élites interpretativas de asuntos internacionales, pero este nacionalismo alrededor de Trump lo excede.
Un 60% de la población estadunidense es favorable a este repliegue o retirada”
Nadie se acuerda ya de la promoción de la democracia, los derechos humanos, el comercio de puertas para afuera. Lo que tira ahora es levantar medidas preventivas, protectoras de empleo, reductoras de toda inmigración de tipo ilegal.
Los números mandan, parece decirnos Beckley: los estadounidenses no están a favor de la defensa militar con los aliados, y un 80% está a favor de levantar aranceles contra la pérdida de empleos.
Las posturas trumpianas no son aberrantes, defiende Beckley. Hay un grueso poblacional que las apoyan y que no se va a quedar callado después de Noviembre. El mundo envejece y lo hace rápidamente.
Beckley defiende que esto no les afecta menos a los EEUU. “Su” mercado seguirá creciendo. Las mayores pérdidas de clase trabajadora o productora vienen, parece, todas más del lado chino, japonés, ruso y alemán e indio (no se menciona al Reino Unido ni del conjunto de la Unión Europea).
Para 2040, Beckley proyecta que los EEUU crecerán en un 10% y la diferencia comparativa también. Su mercado ya es más grande que los cinco países siguientes.
Lo será más y lo será con mayor independencia de una exterioridad. Futurismo propositivo no evidente de ventaja comparativa a corto plazo para los intereses estadounidenses siempre puestos en un sentido genérico.
La palabra capitalismo, malsonante a orejas convencionales estadounidenses, brilla por su ausencia. Los otros, países y mercados, menguan y sus ejércitos, también. ¡Pues qué bien!, apunta Beckley.
Los gastos de salud y de jubilaciones de Rusia y China se incrementarán un 50% de su producto interior bruto para 2050. EEUU “sólo” será del 35%”
Las pinceladas son rápidas sobre esta lona estadounidense asentada en el caballete del resto del mundo. Brochazos al estilo de un Jackson Pollock con una insinuación de un determinismo económico de cantidad proporcional bruta dentro de formatos sólo de las naciones grandes.
Las medianas y las chicas: ¡ahí me las den todas! Los chinos y los rusos van a tener que pensarse si se gastan los dineros “en pistolas o en bastones para sus poblaciones llenas de viejos,” así tal cual, y, acto seguido, remata que “la historia nos dice que darán prioridad a lo segundo para prevenir un descontento social.”
Las elecciones
Este artículo sale a tres semanas de las elecciones del 3 de Noviembre en los EEUU, ironía trágica y Edipo Rey aplaude desde su tumba literaria.
Beckley cuantifica más gastos y porcentajes de lado decaído de Rusia y de China que se quedan atrás en el presupuesto militar. No hay nadie más en lontananza.
La automoción favorece a los EEUU. Hay aquí un supuesto tecnicista muy del gusto estadounidense.
La tecnología de última hora es en sí causa mayúscula o fuerza agente hacedora de la historia que importa, que es, que no se equivoque nadie, la de las naciones más grandes, y son dos o tres, a lo sumo en un corro de seis o siete y para de contar. El resto del mundo no importa.
La robotización se va a comer la mitad de los trabajos en el mundo en la próxima década. Causa y efecto beckleyano: una menor dependencia de los EEUU de otros países y ventaja comparativa de la superpotencia malhechora.
Podemos muy bien estar en la segunda o tercera fase de la globalización, pero aquí de lo que se trata es de la parcelación de una “independencia” ventajosa y no involucrarse mucho con otras. Hay que marcar la diferencia con la segunda en contienda, China, y el artículo breve pierde toda proporcionalidad (el 1.4 billones o el 18.47% global poblacional chino no puede con los 330 millones estadounidenses).
Las empresas estadounidenses usarán esta ventaja para traerse las cadenas de suministros y ponerlas en los EEUU “de una manera vertical.”
Nos retiramos del mundo y traemos nuestras empresas a “casa”
La globalización queda deslucida y desleída y pierde atractivo: es como si la extranjería sólo fuera un desierto enorme por el que se transitase si no hay más remedio, y si se sale, se le doblega, se le ataca, se destruye y punto. Mundo Mad Max.
Loa beckleyana a la asimetría militar a favor de los EEUU: con drones y misiles a larga distancia, basta.
China y Rusia tienen deseos de hegemonía regional, no dice dónde: que se globalicen ellos si quieren. Al “antiguo” orden liberal le cuelga la piel (el sugerente “sagging” en el inglés original). Este sí que ha envejecido mal. De hecho, ya ha fenecido.
Y no hay respiración artificial que lo resucite por mucho que se empeñen organismos como el Council of Foreign Relations, Chatham House, y otros a ambos lados del Atlántico.
Podemos recordar como la prensa occidental angloparlante le saltó a Vladimir Putin cuando declaró esta defunción a todos los vientos. Pues Beckley va del mismo lado de este viento putinesco.
Aquí hay una coincidencia reveladora: Trump no va a subir a esta alta valla retórica pero los sectores estratégicos por donde se mueve Beckley, sí: el liberalismo, que no es nunca neo-liberalismo en el contexto oficial angloparlante, se declara ahora obsoleto de manera común y corriente sin que nadie se despeine por ello.
Giro al tornillo con “Supremacía malhechora:” entramos en un mundo ancho y raro de bellacos y villanos, que significa la normalización de la violación de las normas internacionales del derecho internacional.
Beckley aúna, y no es el único, de manera retórica explícita trumpiana y putinesca, una propuesta enteramente soberanista o nacionalista que se puede permitir el lujo de no deberle nada al resto del mundo. Hace lo que quiere cuando quiere y este libre albedrío parece no tener límites.
A este tipo de propuestas se le da cabida sin ningún problema en la universidad privada de los jesuitas bostonianos, de cuyo recuerdo no quiero acordarme, y esto circula tan tranquilamente por centros de estudios internacionales del tipo de la American Enterprise Institute, y por medios de difusión de alta visibilidad como es la revista Foreign Affairs.
¿Quién dijo que no hay pluralidad de visiones de futuro? El envejecimiento mundial y las últimas tecnologías van a hacer que los EEUU sean más fuertes, pero no a la manera acostumbrada post-segunda guerra mundial tan del gusto chathamiano y del consejo neoyorkino de relaciones extranjeras.
Beckley se mueve por otros predios más por la cuneta derecha de la carretera del futuro inmediato.
Destapamos una consecuencia grave: las democracias “liberales” (es decir, representativas parlamentarias) se construyeron sobre el crecimiento económico tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy, ya no.
Estamos en momentos de decrecimiento económico y de democracias poco inspiradoras, y asistimos a una pérdida de trabajos ocasionados por las nuevas tecnologías”
El asunto era que si trabajabas como tocaba, sostenías el “sistema liberal,” así lo dice, que es un eufemismo para el sistema de prestaciones sociales, o de seguridad social, o incluso de social-democracia en lenguaje continental europeo que no se usa en contextos angloparlantes a ambos lados del Atlántico.
Esto está ahora como el edificio destartalado de la policía motorizada de “Mad” Max Rockatansky en la distopía australiana.
Más sosegado, Beckley usa una imagen muy del gusto convencional: si confiabas que la subida de la mareas levantase todos los barcos, los grandes y pequeños, los navegantes y los varados, esto ahora ya se acabó.
El nacionalismo xenófobo se vierte en esta falta de fe. Lo objetable es la solución propuesta que tira de este nacionalismo xenófobo para adelante y lo encumbra en la superpotencia malhechora.
El mundo de los próximos treinta años se va a complicar (“complicado” es síntoma de preocupación o incluso de pasmo o susto, “complex” en inglés)”
¡Menos mal que vamos a seguir creciendo! El crecimiento económico estadounidense sostenible será imposible porque el porcentaje social trabajador se va a reducir en un 12%.
Los gastos de jubilaciones y de sanidad van a crecer un 57% y van a duplicar su porcentaje del PIB.
La cosa está en jugarse la carta de la diferencia comparativa. Los países ya endeudados lo van a tener peor: tendrán que cortar prestaciones sociales para salir de este “desastre fiscal,” y esto era antes de la Covid, en lo que respecta a los más mayores, los jóvenes, tendrán que subir impuestos e incrementar inmigración y habrá algún tipo de reacción política.
No pone Beckley el dedo en la llaga estadounidense y no dice de qué tipo será esta “reacción política,” fórmula genérica donde las haya. No concreta nuestro oráculo que no quiere ser Casandra. ¿Por qué será?
Sigue afirmando que esto le viene muy bien al liderazgo militar y económico estadounidense. Panorama sombrío: crecimiento parsimonioso, deudas enormes, salarios empantanados, desempleo crónico, desigualdad extrema, pasto idóneo para el nacionalismo y el extremismo.
La analogía facilona es la suya con un trasfondo de cartón piedra de la Revolución Industrial del XIX y, por supuesto, con la década de los 1930 en el suelo europeo”
Beckley ve estos extremismos hoy en Alemania. Estos “nacionalistas” van a tomar el poder y subirán las tasas arancelarias, cerrarán las fronteras y abandonarán instituciones de corte internacional.
La prosa es generalista. Beckley no muestra sus cartas. Pero se le ve venir, aunque me lo niegue en un correo electrónico que mencionaré al final.
Solución: hay que ser un coloso económico y militar sin muchos compromisos morales, o con ninguno, no me lo invento.
No hay que ser, dice Beckley, ni aislacionista ni internacionalista. ¿Carne o pescado? ¿Vino o cerveza? No hay disyuntiva. Cambiamos la “o” por “y” y vale todo.
La disyuntiva es conjunción copulativa sin la delicadeza de la poesía vicente-alexandriana. Me como el pastel y quiero que el pastel siga encima de la mesa. Nado y guardo la ropa. Amoralismo de contingencia oportunista, escurridizo y ciertamente agresivo a la menor.
Hay que armarse hasta los dientes y ahí a tope cada uno a lo suyo (la prosa estadounidense no es graciosa, “an economic and military colossus lacking moral commitments, neither isolationist nor internationalist, but aggressive, heavily armed, and entirely out for itself”).
Las décadas pasadas vieron a estos asesores anglo-estadounidenses de asuntos extranjeros haciendo analogías con el mundo clásico, con salto de Grecia y la Roma imperial.
Ahora no. “Superpotencia malhechora” es como los polvos de un sobre de cómida rápida con sabor a los discursos de Donald Trump hechos por el equipo de Stephen Miller, con gotas de color mafioso de película de Hollywood y de cómic de superhéroe “americano” filtrado por una sensibilidad masculina estereotipada albergada por adolescentes perennes.
¿Es éste santo y seña del declinar académico de la civilización estadounidense? Luz inspirada: Trump.
Nos corta el hipo. Su equipo, nos recuerda Beckley, se desdice de la World Trade Organization y fuerza negociaciones con otros países con la imposición unilateral de aranceles.
Trump le quita importancia a la práctica de la diplomacia (“downgrade,” que, visto lo visto, es eufemismo). Trump vacía el aparato del estado (State Department)”
Y se le da, dice Beckley, más protagonismo al Pentágono. No dice en qué. ¿En misiones “top-secret” a lo ancho y largo del globo terráqueo? El ejército de los EEUU, nos dice, está cambiando: cada vez más es una fuerza punitiva y no sólo “protectora.” ¿Se ha despeinado algún lector conmigo? Beckely, no.
El inglés de frase binaria maniqueísta simple no da para más: oculta más que revela pero el susto y el pasmo ahí queda con toda la naturalidad del dicho.
Trump ha disminuido los despliegues estadounidenses militares permanentes en territorios aliados: estamos en la época, ya vista por Paul Virilio, de la movilidad suprema, por tierra, aire, agua, espacio digital y virtual.
Beckley se escuda en que “muchos estadounidenses están de acuerdo con esta manera de hacer las cosas.”
Ni corto ni perezoso: lo mejor que puede pasar es que Washington sea más nacionalista con su internacionalismo liberal. Borrón y cuenta nueva: tacha lo de “liberal” y nacionaliza lo de “internacional,” que ya no da para mucho.
Esto es como atizar el ascua sobre la que se sostiene la sardina retorcida para decir lo que importa, que es que los EEUU pueden retener a los aliados pero siempre que “paguen más por sus servicios” (“make them pay more for protection,” en el original descarnado).
Si no quieres que te falte protección, paga la cuota y te ahorras las complicaciones”
Así empiezan las aventuras de Corleone con un inolvidable Marlon Brando en la gran versión de El Padrino de Coppola.
Y sigue la prosa que no me invento: “Los EEUU podrán firmar acuerdos comerciales, pero sólo con aquellos países que adopten los standards regulatorios estadounidenses” (pongo el inglés desvergonzado, “it could sign trade agreements, but only with countries that adopt U.S. regulatory standards”).
El malhechor es regulador que fuerza a que otros cumplan estas reglas que él mismo pueda incumplir cuando le convenga. ¿Quién le va a toser?
Insto a los interesados a que consulten el texto original en la misma página virtual de Michael Beckley con foto incluida de los seguidores trumpianos vocingleros en uno de sus mitins.
Hay más: “Los EEUU participarán en organismos internacionales, pero los soltarán cuando éstos vayan contra los intereses estadounidenses” (la sonrisa se dibuja debajo del bigote de John Bolton con el original, “[the USA will] participate in international institutions but threaten to leave them when they act against U.S. interests”).
Crema de cacahuete y mermelada: “Los EEUU promocionarán la democracia y los derechos humanos, pero como función principal para desestabilizar a sus rivales geopolíticos (“promote democracy and human rights, but mainly to destabilize geopolitical rivals”).
El colmo del cinismo pretendía ser otra cosa y que ahora se muestra tal cual es con toda buena educación casuística.
Esto no lo dice un cínico pelagatos en la radio extremista situada en el bar de al lado. Esto lo dice un miembro de la nueva camada trumpiana con sus conexiones y becas de la American Enterprise Institute en una revista de política internacional que se gana la vida, al menos de momento, como profesor de ranking intermedio de “asociado” en un departamento de política en una universidad de jesuitas bostonianos.
Este cinismo le viene a Beckley de la adopción de los standards dobles de Jeanne Kirkpatrick, asesora de Reagan, pasados por la línea halconera dura sin miramientos de un Robert Kagan.
Beckley se puede sentar tranquilamente a tomar un té o una coca cola con John Bolton. Su artículo encuentra en estos predios su hábitat natural.
A este proceder “desalmado” le da flexibilidad y torsión: lo que era vicio es ahora virtud y adivina qué es qué en este mundo “complejo” de pocos blancos y muchos negros y grises y de pocos “duros” que hacen lo que tienen que hacer para seguir siendo los primeros.
Este discurso de abogacía de la bellaquería no tiene contenido per se. No tiene dobleces”
Tiene mucha frase de sintaxis simple que no dice mucho más que “aquí vale todo.” Y hay más: “y además, los EEUU se pueden salir del asunto del orden global de manera completa” (eso de “global order business” tiene fuerte carga despectiva).
Que se ordenen los otros porque esta superpotencia es agente desordenador. Los EEUU no tienen por qué convencer a las naciones más débiles a que “apoyen las instituciones y normativas internacionales.”
Lo que tienen que hacer es usar su “arsenal coercitivo” que Beckley lista aunque no de forma completa como la imposición de aranceles y de sanciones fiscales, restricciones de pasaportes, espionaje cibernético, ataques con drones.
Podemos añadir el comportamiento con el militar iraní Quasem Soleimani y el periodista de Arabia Saudia, Jamal Khashoggi, que no incluye.
Podemos recordar Abu Ghraib y Guantánamo en la guerra de Iraq, tampoco. ¿Qué hacer con organismos como la Corte Penal Internacional? ¿Estaría Beckley muy lejos de un John Bolton que la condena a muerte?
No hay ninguna relación dada o esencial que no se pueda romper en el momento adecuado. Todo es, parece, siempre circunstancial o coyuntural. Se quiere conseguir el mejor “acuerdo posible” con aliados, competidores y adversarios.
Aquí no hay asociaciones duraderas con valores compartidos que valgan, sólo transacciones traídas por los pelos de las circunstancias de un mundo cada vez de un acontecer más acelerado y desconcertante que se te mete por todos los sentidos cuando menos te lo esperes.
Los líderes estadounidenses juzgarán a otros países no en la medida en que solucionan problemas globales, o si son democracias o autocracias, sino únicamente si ayudan a crear empleos en los Estados Unidos o si eliminan amenazas y peligros en el suelo estadounidense.
La guinda en la tarta: “la mayoría de países son irrelevantes”
Encumbramiento del interés nacional que arrambla con todo. No hay decálogo de pecados condenables: los vicios son virtudes y viceversa. La única luz es la del interés nacional de la superpotencia estadounidense malhechora.
Dejémonos de pamplinas: los EEUU tienen que actuar por su cuenta y no como una nación directora que tire de una gran coalición.
La actividad comercial se reubicará en el “hemisferio occidental” y especialmente en su parte norte americana, que ya es una tercera parte del PIB estadounidense y una tercera parte del PIB mundial.
El nombre de “México” ni aparece. El de Canadá una o dos veces. Pero ésta es la unión que verdaderamente cuenta como propia: un mercado grande de consumidores “adinerados,” de materia prima abundante, con mezcla de empleos de formación alta y baja, con una tecnología avanzada y competitiva y con unas relaciones internacionales pacíficas.
Lebensraum beckleyano con castellano seguramente subordinado: los Estados Unidos acaparadores de la América del hemisferio norte. La otra, no consta.
Aquí las diferencias anglo y latino se diluyen. Alianzas estratégicas: papel mojado. Insisto: no me lo invento (“dead letters” en el original).
Socios, de dos tipos. Primero: Australia, Canadá, Japón y el Reino Unido. Estos importan en la medida en que sus ejércitos y servicios de “inteligencia” estén integrados –subordinados-- a los de Washington.
Segundo: los estados bálticos, las monarquías del Golfo Arábico, y Taiwán, porque, y no tiene pérdida la razón filosófica, ”son contiguos a los adversarios de los EEUU y pueden servir, bien pertrechados por los EEUU, como amortiguadores o parachoques, defensas y topes, contra los “malos de verdad,” que son los chinos, los iraníes, la expansión rusa “descontrolada” (curioso uso, “Russian expansion without direct U.S. intervention”).
Es decir, una expansión rusa consentida no causa disgusto”
Siria no consta. El Oriente Próximo, tampoco. Enorme silencio para con América Latina, Africa. Europa occidental puede aguantar su propia vela. Se olvidó de Corea del Norte. ¿La del Sur? ¿La India?
Este mundo raro y extraño se lo recorre Phileas Fogg no en ochenta días, sino de un tirón, con ordenador de capacidad digital y mucho Zoom. Si hay olvidos, pues no importan.
Ley general de esta “Superpotencia malhechora:” todo es ahora contingencia: la OTAN y Corea del Sur, incluidas.
Esto es negociable y revisable a gusto del malhechor superlativo, y el autocalificativo es asumido por nuestro asesor Beckley siempre bienintencionado para los mejores intereses genéricos de su nación no historizada y a la vez encumbrada como un dios todopoderoso y malvado cuando haga falta ahí afuera.
Intramuros: no nos cuenta ni mucho ni nada. Sobre la latinización de los EEUU, Beckley me cuenta en un correo electrónico que la “transición a unos EEUU más diversos ya está creando tensiones políticas, que hacen su gobierno más difícil.” Esto no es decir nada.
No hay aquí nada de religión. Ni de filosofía. Ni de cultura. Ni de mundo interior o exterior ancho y ajeno en sentido amplio de la palabra. No se quiere ni mirar al abismo de unos Estados Unidos que no sean el poder estatal número uno mundial.
Hay que ir por libre. Y no hay que intentar meter a nadie en ninguna alianza multilateral. Otros países tendrán que negociar en relaciones bilaterales con los EEUU para conseguir su protección y un acceso a su mercado.
A la inversa, no lo dice. Tamaña bestialidad acaba así: los países que tengan poco que ofrecer tendrán que encontrar otros socios o ingeniárselas por su cuenta (“fend for themselves” en el original despoblado de nombres concretos y situaciones precisas, y es ésta misma imprecisión y falta de concreción la que más pasma y asusta a un lector cuidadoso).
Nuestro asesor no parece asustarse nada. Se retrata con Robert Kagan y con Peter Zeihan: la foto es de un mundo en donde China y Rusia son el Japón y la Alemania Nazi de los años treinta, y en el que Rusia invade a sus vecinos y el este asiático se mete en una guerra naval.
La verdad de hoy según Beckley: el orden que hemos dejado atrás ha sido el período más pacífico y próspero de la historia, se refiere a la Guerra Fría, y pasamos ahora a otro mucho más peligroso.
¿Qué otra cosa van a hacer los halconeros? Es como Beckley asumiera la otrora crítica chomskiana sin nombrarla y la aceptara: somos un poder venal y mercenario, sin principios estables ni dignos, y a lo que vamos es a la defensa de nuestros intereses y punto.
“Protección” militar, con su punto punitivo, es lo que se ofrece con sus aranceles, cuotas y fianzas. Otros países se ahorran estos gastos y estos sustos.
La superpotencia malhechora estadounidense, la más grande entre las grandes, te garantiza el derecho a acceso a “su” mercado, adiós a la misma retórica del “libre mercado,” protege sus cadenas de abastecimiento y defiende sus fronteras como toca hacerlo.
Habrá nuevos mapas y nuevas áreas de estudio y nuevas líneas de “color,” que diría Du Bois, aunque Beckley no se mete en estos asuntos. Sólo hay sujetos e intereses estadounidenses y los de los otros.
Vamos a un mundo mercantilista de grandes potencias y a nuevas formas de imperialismo. Palabras mayores que quedan, como tantas otras, abortadas.
Pero se quiere ser imperio y se quiere perseguir el interés económico ventajoso”
¿A qué otra cosa se van a dedicar estos practicantes de las relaciones internacionales supremacistas? Suena a ensoñación con la erótica de un poder descomunal como el adolescente sueña con Superman.
Y no hay que perder el tiempo porque el competidor más inmediato ya lo está en marcha con la llamada “Belt and Road Initiative,” y su plan de “Made in China 2025,” diseñados, dice, para fomentar el consumo y el gasto “interno” (curiosa dicotomía interna-externa en Beckley).
Los chinos son los que quieren crear un internet paralelo y “cerrado.” Si los EEUU hacen “lo mismo,” otros países van a tener que decidir con quién ir.
Las grandes naciones tendrán sus zonas económicas, llamadas “esferas,” y toda norma global se va a pique. ¡Adiós al universalismo teórico de las Naciones Unidas! Beckley ve posibles disoluciones que no lamenta: la OTAN, la Unión Europea, la Organización Mundial de la salud (WTO) que es “un loro de China.”
Muchos de los países no se sostienen: son débiles, no tienen alimentos, mercados internos, tecnología avanzada, ejércitos o fronteras creíbles. Se mencionan pocos nombres: Afghanistan, Haití, Liberia, Arabia Saudita, Singapur, Corea del Sur.
Estos y muchos otros se pueden venir abajo sin ayudas externas. En fin: desbandada general con el botón de muestra de la respuesta despelotada a la Covid (“shambolic response” en el original). No hay comparación proporcionada que valga.
Vámonos todos de cualquier todo conjunto y el que se quede que apague la luz. Beckley se queda con la de la nacionalista estadounidense ciertamente vocinglera e imperiosa, ya sin ideales dignos de mención, los liberales se los llevó el mal viento.
Su visión es de un realismo sucio de relaciones internacionales, que sobrevivirá al histrionismo de Trump, y que intentará como “buena” acción malhechora arramblar con lo que se le ponga por delante como elefante enloquecido.
“Superpotencia malhechora” nos dice que el idealismo “liberal” bienpensante de un Haass y de un Niblett de fuerte impronta anglo-estadounidense ha pasado a mejor vida.
Este artículo es brochazo de brocha gorda: prosa coloquial que habla de ser algo más que un bribón y un mafioso, un malhechor a nivel internacional.
Ahora lo que toca es el gamberrismo mayúsculo que se casa con la violación o la criminalidad de todo derecho internacional renqueante en la actualidad.
Hay pulsión, o gusto, en Beckley y en otros, por esta regresión o primitivismo descivilizatorio que se repliega de los “ideales liberales” (i.e. la democracia parlamentaria representativa dentro de unos organismos de cooperación internacional).
Hay fascinación por este gesto indómito de animal salvaje suelto que no se queda en el zoo ni en el medio de la vereda.
Rogue” en el inglés estadounidense actual alimenta la imaginación de los halconeros de las relaciones internacionales”
Beckley es sin duda uno de éstos. Se asume la bellaquería como suma virtud de poder político descomunal, el de la superpotencia estadounidense, ahora mismo la única que queda, que se distancia, y hasta se burla, de manera oficial de todo concierto de normas duraderas.
Beckley sigue a Kirkpatrick, Kagan, Bolton y a otros muchos “realistas sucios” de la política internacional estadounidense que dice que hay que hacer lo necesario con tal de defender los intereses nacionales en el extramuros no-estadounidense (Haass y Niblett et al dirían que hay que hacer las cosas con más cuidado a los conciertos con los aliados “naturales”).
El mundo de Beckley es un mundo ya desordenado en donde la “animación” está en la conducción disparada de unos desalmados en unos coches “primitivos” y destartalados por las carreteras de un enorme desierto post-apocalíptico.
Trepidante pulsión de muerte colectiva, si usamos un lenguaje freudiano, y viene a cuento con el comportamiento colectivo que presenciamos con respecto a covid en los EEUU en puestos de poder cerca de la Casa Blanca y en otros sitios paralelos.
El principio de placer se combina con el principio de muerte y la compulsión repite y excita y ¿a dónde vamos en este tipo de películas de mundo y vida sino a la auto-destrucción con o sin deseos de venganza?
Eros y tanatos y gotas de humor de tipo surrealista en la primera de la serie Mad Max con un Mel Gibson joven y atractivo.
El mundo pobrísimo de Beckley carece de humor. Y participa de similar pulsión de muerte colectiva de quehacer malhechor que se lo lanza al resto del mundo. El intramuros estadounidense no se toca. Visto lo visto con Trump, nos hacemos una buena idea.
No hay que despistarse: el histrionismo trumpiano tiene el apoyo de 50-60 millones de votos y una oligocracia que se combina bien con una pluto y una cleptrocracia (botón de muestra, los quehaceres de Rudy Giuliani en Ucrania).
¿Nos seguimos entreteniendo con las salidas de tono soeces de Trump? ¿Seguimos fascinamos la última burrada desde una distancia de observador europeo que se dice a sí mismo que Europa no es esto?
Por de pronto hay un clasismo especular que pide circo de clase social blanca empobrecida y desaforada, cuanta mayor grosería, mejor.
¿Por qué no nos vamos también de cuando en cuando a los negocios de los despachos de Goldman Sachs de donde viene Steve Mnuchin, o a los sectores católicos “conservadores” como Boston College, al otro lado del río Charles de la Tufts University, o Notre Dame de donde surge Amy Coney Barrett, la que será jueza de la Corte Suprema (el acto en la Casa Blanca es el que contagió a una serie de participantes)?
Que ningún devoto de la moreneta se crea que estos católicos están de su lado geopolítico. Capitalismo del shock y del desastre lo llamó Naomi Klein, el que lo propicia y se beneficia de un desorden y confusión, patriarcal, ciertamente, con su coro de mujeres animadoras, que entretienen y animan a la “diversión” de esta pulsión de muerte nacional con su racismo hiriente y humor soez sin ton ni son. Mañana, más.
Palabras mayores: la crisis de legitimidad es crisis de civilización, lo dijo el historiador inglés Arnold Toynbee.
Y Ortega y Gasset en su crítica a Toynbee le cuestionó su comparatismo y habló del encumbramiento de todo esto en el imperialismo romano, que supone una fractura perpetua de razón de derecho y razón de estado, que se vuelve por la fuerza bruta falto de razón.
Algo de esto regresa hoy, un siglo después, con Beckley, uno, joven, entre otros. No es Max el que importa, que es el que se toma la justicia por su mano en un revanchismo de justicia no ordinaria.
El elemento que de verdad importa es la fuerza colectiva que se monta desquiciada y siempre rauda en motos estrafalarias o coches descompuestos o camiones llamativos”
Lo que perdura es la excitación de ese salvajismo colectivo subido ahora a un mundo institucional disparatado que se mofa de sí mismo, que sólo va a su propio beneficio y que ahora llama virtud a lo que fue vicio y viceversa.
¿Nos subimos todos al carro del heno de la locura de un Jerónimo Bosch o apostamos a la ruleta de la mala suerte de este quehacer malhechor trumpiano? ¿Quién quiere habitar gustoso este tipo de mundo internacional descrito por Beckley? ¿Y cómo se puede parar? ¿Cuáles son las alternativas provenientes de dentro y fuera de los EEUU?
“Superpotencia malhechora” nos da una verdad descarada, descarnada, ciertamente cruel que quita razón al derecho, y se lo da sólo a la fuerza bruta que es lo único, parece, que cuenta. Maquiavelo tuvo el horizonte de una Florencia libre de imperios. Hobbes imaginó un leviatán que aunase una nación británica rota por una guerra civil cuyas secuelas duran hasta hoy día.
Beckley en unos Estados Unidos trumpianos sumamente alborotados y violentos con record de muertes por la Covid, desórdenes en las calles por las minorías afrentadas, con una crisis económica galopante, viene a nosotros de esta fusión de maquiavelismo y hobbesianismo sin horizontes inspiradores ni desde luego libertadores.
Su prosa parca no ofrece nada excepto un acuerdo ventajoso puntual con quien convenga para el interés último de la superpotencia malhechora y borrón y cuenta nueva y pasamos a la siguiente tropelía, o criminalidad fuera de todo derecho internacional si hace falta. Y falta hará porque vienen décadas “complejas,” que es adjetivo que toca las campanas a rebato.
Ruido y furia y qué significa este futurismo para los conductores nihilistas y desquiciados salidos de un mundo acelerado y bárbaro a la vuelta de la cuneta, con Trump o Biden.
■ Nota final: le mandé un correo electrónico a Michael Beckley y dijo que sí que me contestaría unas preguntas. Una semana después, tras cierta insistencia por mi parte, me mandó unas pocas frases y mal escritas y me dejó sin contestar la mayoría de las preguntas sobre su trayectoria, inspiración e intención.
Dijo no hacer abogacía de la condición de malhechor. Que ésta es una posible dirección de los EEUU si no se ponen a liderar de nuevo el orden liberal internacional. Y que él confía en que no sea el final de este orden.
No me lo creo: todo en el artículo apunta en la dirección halconera deseable de una nueva fase que deje este tipo de nomenclaturas “liberales” en el basurero de una historia abreviada. El resto del mundo no dice nada ni significa nada.
Su supuesto estudio de la lengua china no le trae una China deseable. La latinización de los EEUU es transición a una diversidad que creará tensiones crecientes y problemáticas al gobierno.
Los EEUU van a tratar alianzas como “medidas de protección” (“protection rackets” en el original) a costo sufragado por sus aliados. Y van a condicionar los acuerdos comerciales y los accesos al mercado estadounidense a la aceptación de sus standards.
¿Aceptan estos EEUU algo de otras naciones? ¿Consensúan algo? El envejecimiento poblacional global, dice, favorece a los EEUU, porque los otros van a encogerse de forma dramática.
Los EEUU dominan las industrias punteras en la revolución tecnológica y el competidor chino tendrá que proporcionar empleo a su población de poca educación.
¡Qué bestiales inhumanidades surgen de estas ciencias sociales!
¿Vamos a un mundo con más tensión e inestabilidad internacional? Gracias por participarTu voto ha sido contabilizadoSí NoSí Nopoll_amp.error.messageEncuesta cerrada. Han votadoPersonas■ ¿CÓMO PUEDO PARTICIPAR EN LA COMUNIDAD DE LA VANGUARDIA?